Anochecer a la orilla de la Troncal Amazónica junto a la Plaza Tiwintza

Sucúa, 15 de junio. La mañana la pasé relajado porque la lluvia no invitaba a explorar la zona. Por la tarde, la recepcionista del hotel me prestó su bicicleta y pude acercarme al puente de la vía alterna Macas-Puyo que obliga a llegar hasta ahí, desde Sucúa, si se quiere subir hacia el norte para dar la vuelta por la margen derecha del río, cuyas laderas en han sido fuertemente afectadas por la fuerza de la corriente que sigue ensanchando el cauce fluvial, peligrando incluso la circulación por esa carretera.

Sagrado Corazón de Jesús en el Parque Central Ecuador Amazónico de Sucúa

Volví a Santa Rosa para aventurarme en el Parque Nacional Sangay hacia la confluencia de los ríos Volcán y Upano. Este último estaba represado por lava y rocas del volcán Sangay, así que las aguas no eran exactamente las que yo seguía sino una mezcla sobre todo de los ríos Volcán y Sardinayacu, junto con el Jurumbaino que vienen todas a mezclarse donde antes había un importante bosque de arrayanes del que no sé si quedará todavía algún ejemplar en pie, pero quiero creer que puedan haber sobrevivido en forma de semillas.

Conocí a Marcelo, mi guía shuar, que me llevó hasta ese dique natural. Él trabajaba para el Ministerio del Ambiente, pero con la pandemia se tuvo que convertir en buscador de nuevas especies para el museo de zoología de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, de Quito. Con el beneplácito de los guardabosques y bajo la responsabilidad de Marcelo, pues en teoría se había prohibido la entrada al parque, llegamos al refugio de la guardianía del Sangay, tras una demoledora caminata enlodada atravesando “La Quinta” (comunidad de colonos). Ya de vuelta, me encontré con una pareja, también shuar, Hilda y Rafael, a quienes el bosque les provee de hojas y, de vez en cuando, alguna guatusa o una guanta para comer. Ellos representan al shuar moderno, aquel que sin haber perdido el contacto con la naturaleza sí ha abandonado esa vida tribal de antaño y vive en comunidades donde la individualidad es algo común así como los usos modernos como en lo referente a la dieta, pues los hábitos alimentarios no los diferencian mucho de cualquier otro ecuatoriano. Atravesamos San Luis, población arrasada anteriormente por las crecidas del río. Apenas unas casas se mantienen en pie, pero en ruinas.

Marcelo Sharup junto al cauce del Upano cerca de lo que fuese San Luis.

Hice de Sucúa mi otra base para seguir el curso del río así que tras mi incursión en el Parque Nacional Sangay, en el que me perdí durante unos minutos, y después de despedirme de Marcelo, me dirigí de nuevo a esta población. Aquí fui al hospital por la uña del dedo pequeño de mi pie izquierdo. Descansé. Quizá era el momento de volver a casa. Ese domingo lo pasé en Logroño y sus alrededores, donde hay una tarabita que cruza el Upano. Es una ciudad muy agradable y tranquila pero tan pequeña que no tiene mucho para el visitante. Ya el lunes, tras dos semanas en ruta, quise acercarme a la unión de este río con el Namangoza, que más al sur se transforma en el río Santiago al juntarse con el Zamora.

No sé si abandonar mi camino aquí fue acertado, pero lo cierto es que no debía seguir gastando más dinero. Puede que el velar por mis pies no hubiese importado pues igualmente perdí las uñas de los dos dedos pequeños al llegar a Guayaquil. Cuando has avanzado tanto, quieres continuar, pero sentía que iba a ser más complicado todavía, pues, conforme se avanza hacia el sureste, todo se vuelve más salvaje e incierto y moverse a pie o en transporte público puede ser todo un riesgo que, en el fondo, no me apetecía tomar en ese momento.

Los Andes Centrales en transición hacia la costa.

La cordillera de los Andes ofrece unos atardeceres mágicos, pero uno está algo más tranquilo cuando el intenso calor de la costa se siente ya tras atravesar el Parque Nacional Cajas. Debo agradecer que la meteorología fue favorable a mi vuelta. Finalmente, tras dos semanas de viaje y a siete horas en autobús de una esposa medianamente preocupada que me esperaba en casa, el 21 de junio llegué a Guayaquil. La continuación del viaje queda pendiente. Dios mediante.