Karla M. Salazar G.

Manera de hacerse: 

Partir desde una perspectiva fresca y sensorial para transmitir todos los aromas y sabores posibles. Medir la cantidad adecuada de libertades para adaptar la historia: la historia tiene su propia esencia y cualquier exceso podría alterar la experiencia del comensal. Si se busca lograr un impacto positivo, tanto para los viejos lectores como para los nuevos, evite experimentar con los nombres de los personajes, recuerde que, aunque exista una distancia entre el texto y lo audiovisual, esto no le exime de hacer una película congruente respecto al  texto original. Por último, abstenerse de añadir aditivos artificiales. Mezcle muy bien. Una vez que hayan aparecido las burbujas, apague el fuego y deje reposar.


Después de haber visto incontable número de veces la nueva adaptación de Como agua para chocolate, serie de HBO Max, emergieron una tras otra, revelaciones que van más allá de lo escrito. Lo revelado se trata más de los silencios, los espacios en blanco, lo que sucede entrelíneas, lo no dicho. Desde ya una aclaración: no es mi afán traer a la mesa una obvia comparación entre el texto y lo audiovisual, sino de poner en palabras eso que falta en la pantalla.

Para ello, siempre es prudente hacer una revisión del texto matriz, reitero, no para buscar similitudes y diferencias, sino por un afán de comprender la intención detrás de lo que hemos visto, el porqué de la presencia o ausencia de ciertos elementos y, más aún, para entender por qué tantas veces decidimos quedarnos con el libro. 

Se sabe que ambas adaptaciones, tanto la película de 1992 dirigida por Alfonso Arau, como la serie de 2024 están basadas en el mismo libro, aunque a la serie producida por Max se suman elementos de El Diario de Tita (2016), pieza clave y provechosa para fraguar una visión más íntima hacia el universo de Tita y la cocina que, por su naturaleza diarista, fusionada con la riqueza gastronómica de la primera novela, ofrece un registro puntual de cada suceso relevante en la vida de la protagonista, algo que en la película de Arau pasa casi que desapercibido. Es aquí donde encuentro un primer vacío en la adaptación del 92.

No hay un esfuerzo en construir la atmósfera que sugiere el libro y la puesta en escena no es lo suficientemente convincente para incitar al público a creer que hay una historia de amor entre Tita y Pedro. No existen elementos visuales, ni trucos en cámara rápida que muestren un pasado que los une. Más bien esta falta parece que se compensa con diálogos al pie de la letra que, quizá por su tensión poética ayudan en algo, pero por poéticos que sean no pueden funcionar en un ambiente estéril, ni siquiera usando toda la imaginación del mundo. Pienso que la relación entre Esquivel y Arau puede hacer entender algunas cosas. Se sabe que estuvieron casados y que a raíz de esta producción dieron paso al fin de su relación. «Diferencias irreconciliables» mencionan los medios. Seguro que sí, pienso, después de ver lo que hizo Arau.

Se entiende que al tratarse de un largometraje las decisiones son otras por cuestiones de tiempo, en eso la serie utilizó a favor una pequeña escena en la que Tita y Pedro, de niños, juegan en los maizales de la hacienda junto a sus amigos. Esta breve mirada hacia el pasado marca un origen en ese amor que de adultos hace sentido que siga vivo. Incluso si este momento termina siendo un retrato del amor un tanto apresurado, rescato el hecho de que nos permitan enterarnos no solo con palabras sino con imágenes que hay una historia que se viene cociendo hace mucho. 

En cuanto a lo visual, en la serie se muestra una representación bastante acertada del lugar seguro de Tita: la cocina de la casa. Desde la disposición de los espacios hasta el más pequeño ornamento refleja el trabajo impecable en cuanto a dirección de arte. La hacienda Las Palomas retrata un México de antaño que conserva la estética rústica, acogedora y cálida que ofrece la ruralidad. Visualmente es gratificante observar cada detalle: el vestuario, las locaciones, el elenco, hay bastante congruencia con lo que se espera de una producción de tal nivel, además de que facilita la inmersión en la historia.

Con respecto a la sonoridad, aplaudo el paisaje sonoro para esta nueva adaptación. Se percibe fácilmente su frescura y energía a través de la selección musical. Artistas en su mayoría mexicanos como Lila Downs, Natalia Lafourcade, Jósean Log, Silvana Estrada, Daniel, Me Estás Matando, Un León Marinero, son solo unos cuantos de los que forman parte del repertorio. La canción insignia Cielo Rojo de Lila Downs cierra el telón de la serie, otra elección oportuna por su fuerza y su melancolía, digna tonada para una historia tan pasional como dolorosa.

Podría asegurarse que, en general, es una producción que intenta abarcarlo todo, hacerlo todo bien, pero es innegable la presencia de unos cuantos desaciertos. El más notorio de todos se lleva a cabo en el tercer capítulo de la serie: Codornices en pétalos de rosa. Para quienes han tenido su primer acercamiento a la historia a través de la serie de HBO Max están a punto de comerse un muy mal spoiler, y no porque un encuentro entre Tita y Pedro resulte inesperado, sino porque este evento es crucial en el desarrollo de la historia en el gran esquema. Su trascendencia da cuenta de un giro rotundo en la trama o de plano un guiño del final. Es por ello que presentar esta escena tan pasional como imaginaria plasmada en un jarrón parece una banalización de todo lo que viene después. 

Si en la película de Arau faltaban recursos visuales para entrar en contexto, aquí sin lugar a dudas, salen sobrando un par. Y es que hay cosas que es mejor dejárselas a la imaginación, no saber si ocurrieron o no. Por otro lado, está el cambio de nombre de la segunda cocinera de Las Palomas, Chencha, quien termina por llamarse Fina en la serie. Una alteración innecesaria e injustificada. La propia Laura Esquivel ha dicho que, una de las posibles razones que motivaron a Max a hacer este y otros ajustes, es para evitar que el nombre suene degradante, y que, por ello, el resultado concreto es la formulación de una historia que posee tintes similares a la suya, pero no es su novela. Está lejos de serlo. 

     Como agua para chocolate es una novela no solo exitosa, sino exquisita de leer y releer, porque a la manera de la cocina fusión mezcla elementos que, a primera vista, no son del todo compatibles, pero finalmente funcionan bien juntos. Siempre cabe la posibilidad de que se proyecte una imagen equívoca de lo que es en esencia la obra; pero una vez dentro de este universo es fácil darse cuenta de que lo tiene todo, y que hay una riqueza tanto cultural como literaria que no se ha logrado transmitir a la pantalla.

Podría decirse que se trata de una novela de amor, trágica y dramática como usualmente se han etiquetado las historias escritas por mujeres cuyo centro es un personaje femenino, pero esto sería decir nada. La novela de Esquivel expone de manera compleja el tema de la familia y las tradiciones ultraconservadoras abusivas hacia las mujeres, allí también se encuentra un bagaje culinario que rompe la narrativa tradicional para hacernos ver cómo la cocina, además de ser parte de las labores del hogar, es un medio de expresión directo tanto de los afectos como de los pesares. También se siente en el ambiente una revolución pujante que inevitablemente altera el destino de la familia, dejando lecciones claras sobre liberación, la independencia y el poder femenino, un ejemplo de esto se observa en Gertrudis, la segunda de las hermanas.

En la serie el tema de la revolución es casi que el centro de todas las otras luchas que se libran, sobre todo las de Tita, que acontecen en silencio y desde su trinchera: el cuidado, la cocina, la familia. Esto cambia totalmente el tono con que se construye la trama, por lo que la expectativa de la siguiente temporada es un misterio, ya que nos muestran a un Pedro desahuciado por los disparos, revivir de suerte y a Tita volver de la locura por arte de magia en el sanatorio de las monjas. Solo el tiempo dirá si estas libertades favorecieron a la historia. En lo personal, considero que opaca su esencia, pues de guerras y revoluciones se ha escrito y dicho bastante, pero hay conflictos sobre lo femenino, que son complejísimos y que difícilmente son bien abordados en la pantalla. Me pregunto si podemos hablar sin tapujos de una vez por todas de las problemáticas que están frente a nuestros ojos a diario y no observamos. Me refiero al cuidado y el sacrificio que han hecho las mujeres en beneficio de la familia y el bienestar de otros. Luchar contra estas normas también representan una revolución.

La búsqueda del amor es una lucha activa para más de uno en la historia. Si ponemos la mirada, por ejemplo, en el pasado de Mamá Elena, la matriarca de la casa, se evidencia esa imposibilidad de amar libremente por el deber ser. Un obstáculo que nunca pudo ser derribado, sino que, a manera de síndrome de Estocolmo, se perpetúa y se refuerza para las siguientes generaciones.

Otro amor al que se aspira y no se consolida es el amor filial. Durante la historia se trae a la luz un secreto a voces acerca de la maternidad no deseada o forzada, y es que no basta con concebir; una crianza presente y amorosa marca toda la diferencia en los vínculos familiares. Por ello, vemos a una Mamá Elena completamente desconectada del afecto hacia su última hija, Tita, que es más bien criada amorosamente por Nacha, la cocinera del rancho, quien le transmite todos sus saberes no solo con respecto a la cocina, sino de su forma tan sensible de ver y sentir la vida.

Del mismo modo se repite esta dinámica entre Rosaura, la hermana mayor de Tita, y su hijo Roberto que es producto del matrimonio forzado entre Pedro y Rosaura. El niño muere por inanición al poco tiempo de haber sido separado de su tía Tita, quien se encargaba de alimentarlo preparándole tecitos y amamantándole por un extraño fenómeno del amor o posible galactorrea. No cabe duda que las ausencias también cuentan su propia historia. Y este es el gran logro de la novela.


Manera de hacerse:

Es innegable lo gratificante que resulta ver plasmados en otro soporte los escenarios y paisajes que un día imaginamos, o bien, percibir los aromas y sabores en boca que se encuentran en una prosa irresistible como la de Laura Esquivel. Observar en la pantalla la representación de una de miles de posibilidades. Hilvanarlas todas para la construcción perpetua de su universo. Finalmente, no caer en desilusión si no coincide la expectativa con lo que se está reproduciendo, para ello siempre nos queda el libro, para nombrar lo que no ha sido nombrado, para rehacer las veces que sean necesarias una misma historia pues funciona como superalimento porque lo tiene todo. Agregar sal al gusto y retirar del fuego.

No hay recetas perfectas pero sí una serie de pasos que nos acercan a lo grandioso.


PD: Mi profunda gratitud hacia Laura Esquivel por poner en palabras los sentires y desconsuelos, por juntar las cosas más preciosas que existen, la literatura, la cocina, la naturaleza, por hablar con todas sus letras y entre líneas de verdades que solo nosotras conocemos.

A manera de homenaje, comparto el enlace a una lista de reproducción con canciones que creo que Tita hubiera amado:

[1] En México, el dicho “como agua para chocolate” es una expresión que evoca emociones fulminantes, pueden ser de rabia, de pasión o de desborde. Esta analogía nace de la preparación tradicional del chocolate, pues es necesaria la ebullición del agua para que este se funda.