Bertha Díaz
¿Qué clase de elogio a la gravedad de las cosas es esta? –me preguntaba mientras estaba físicamente interpelada, convocada por la rareza (en el sentido de rarus, que en el latín apela a la excepcionalidad, a lo notable) de ese ecosistema que se iba construyendo y revelando ante mí, ante nosotrxs, con nosotrxs. ¿Qué es esto innombrable que se lanza sobre mi aparato perceptivo, que me desplaza de la Danza conocida, pues aunque se (¿me?) moviliza con la lengua de la danza, al mismo tiempo la danza es solo canal de otra cosa, que la desplaza (a la misma danza) de sus zonas conocidas para ir hacia unas interrogaciones sobre cómo son nuestros vínculos, nuestras agencias sensibles? “Mundear, prácticas para ser mundo”, de la artista colombiana Jenny Ocampo y un elenco de bailarines y músicos, cada unx portador de una potencia muy particular, es la obra a la que me refiero. En Guayaquil fue parte de la antesala de la Minga Multimedia de Arte y Tecnología (MMat) de la Universidad de las Artes, organizada por Fredy Vallejos, docente-investigador de la Escuela de Artes Musicales y Sonoras, quien también forma parte de este engranaje.
En escena está una especie de recorte espacial difícil de encasillar en representaciones, plagado de lo que me atrevo a leer como existencias residuales. No pareciese que esos elementos que están ahí tuviesen algún destino para algo extra-cotidiano. Más bien, hay una atmósfera que remite a materiales que han perdido su importancia: un cúmulo de cosas que parecieran carentes de vida útil. Unos fardos de paja. Unas sogas. Un aro. Una lámina de espejo. Unos palos. Una caja de madera. Un tanque… ¿Qué importancia tienen estos objetos? –me pregunto. Entonces empiezan a entrar cuerpos humanos a la escena. Uno. Luego otro. Y así otro y otro más. Ingresan y entregan su peso sobre los materiales y luego los materiales lo hacen también sobre ellos. No hay prisa. El tempo empieza a hacerse y ser con discreción y, con ello, un arrojo a una especie de tiempo suspendido va abriéndose y envolviéndonos.
Poco a poco la atmósfera sonora empieza a tomar posición también. Veo a los músicos en la periferia de la escena y no sé si ellos producen el sonido o son sus cuerpos unas especies de antenas que sintonizan la frecuencia de aquel espacio. Parece que no pudiese abrirse con claridad el sonido. Tengo la impresión auditiva también de fardo de extrañeza y desgaste. Por lados diversos, la luz se despliega sin alarde, solo como halos laterales, como refracciones de alguna otra cosa que no sabemos de dónde surge, como atmósferas imposibles de asir pues parecen también pasajeras.
Los cuerpos humanos y no humanos, por su parte, van enfatizando su condición de vivos. La danza comienza a aparecer a partir de estados de afectación entre estos. Los humanos se aproximan a los objetos y van abriéndose ambos al movimiento y al desplazamiento a partir de la exploración de las texturas mutuas, de sus volúmenes. Decir que aparece la danza tal vez es todavía una exageración, o más bien es una osadía en los términos más familiares con los que nos vinculamos con esta palabra.
A medida de que estos organismos humanos y no humanos se palpan, también parece inaugurarse un sentido nuevo del tacto y de la escucha, y por ende del movimiento. La tarea no es fácil, porque hallar la organicidad entre especies desde una suave inclinación a la naturaleza del otro no es un hábito entre seres de diversas especies con gobierno humano demasiado humano, pese a que somos de base interdependientes.
Todos los cuerpos, al entregarse a lxs otrxs e ir sintiéndose y sosteniéndose, también van mostrando su torpeza para hacerlo. Estar con otrx, cuidar de otrx, cargar a otrx, dejarse sostener y sostener, no son tareas producidas por la intención sino por la práctica, por la insistencia. No hay solo encuentros y reciprocidades igualitarias, sino inversiones de fuerzas, imposiciones, fricciones, fracturas, roturas, ensayos plagados de abismos e imposibilidades. El cuerpo humano, en su intento de dejarse ir, es arrastrado por fuerzas no humanas. Así, también lucha contra su hábito de ser el centro del mundo. Las cosas, por el contrario, tienen sus misterios y vuelcan a los humanos fuera de sí, y también muestran su potencia insurrecta, lo que late en su ser fragmentario, en su condición de residuo, en algunos casos.
El grupo de bailarines no se dispone como una masa homogénea, ni se impone en sus habilidades aprendidas: parece que la belleza radicase en hacer de todo lo que se sabe compost por algo que siempre está por venir. Eso permite que quienes estamos observando, viajemos en libertad por el espacio en donde se genera el tejido movimental. Así, cada unx es libre de ir fijando focos, armando sus narrativas temporales, según el llamado que cada unx siente con las relaciones nucleares específicas que se producen en el espacio escénico y no sometiéndose a artificios que someten a los sentidos.
Vuelvo a la zona periférica de la escena en donde antes comenté que se encontraban los músicos: ahí también es posible mirar/oír cómo se producen las relaciones de dominio-debate-fricción entre las materialidades, instrumentos, dispositivos con la que ellos trabajan y sus propios cuerpos (y el cuerpo del sonido), así como aquellos vínculos-viajes complejos con el espacio escénico con el que también se están debatiendo. Noto que, más que marcajes determinados y totalizantes, hay unos marcos temporales con consignas que van habilitando el tejido vivo sonoro de movimiento. Es una escena del contacto y del contagio, alcanzo a pensar mientras recuerdo, de los afectos (en el amplio sentido del término). Ahí, entonces, llego a intuir que la potencia radica en que todo está vivo y que lo vivo, vital, no implica el transcurrir por una planicie, sino por una complejidad espesa.
Al no haber una imposición del sentido en términos habituales, el estallido de sentidos es una constante que todas las materialidades vivas, personas [músicos y bailarines], objetos e instrumentos, luz, intentan dar cauce. Así, en cuanto aparece la palabra, ella no se impone, sino que se escurre entre lenguas, entre balbuceos y babeos, entre tonos que brincan fuera de sus ejes habituales.
La obra va tejiéndose como un laboratorio de la percepción a nivel intra y también hacia nosotrxs, lxs espectadorxs imbricadxs en esta máquina sensible. Por eso, hay algo que está experimentándose no solo en términos de los bordes tangibles, sino que hay una pulsación hacia zonas umbrales de la percepción. Todo se está agitando a fuerzas no visibles, pero que están; no audibles, pero que también por la expansión que la misma máquina viva produce, están a punto de aparecer… Aparecen, nos arrebatan, nos hacen interrogar sobre las posibilidades que las mismas artes tienen en su saber secreto para dejarnos explorar con ellas sobre lo que implica la verdadera rareza de estar/vivir juntxs.
Ficha técnica
Concepto, Coreografía y Dirección artística: Jenny Ocampo
Danza & Performance: Adriana Cubides, Alejandro Penagos Diaz, Mancel Tomás Martínez, Wilsson Mateo Caro Salas, Sara Idárraga Hamid, Sara Regina Fonseca García, Yovanny Martinez Riaño
Música, Diseño Sonoro & Performance: Fredy Vallejos, Santiago Botero Rodríguez
Diseño escenográfico y objetos: Mateo López Parra.
Diseño y realización de vestuario: Rebeca Rocha Villamizar.
Diseño de Iluminación: Claudia Tobón Puerta.
Asistencia de Dirección artística: Yennyfer Valentina Pardo.
Documental: Mauricio Reyes Serrano.
Diseño gráfico: Mariana Aranzazu Cujar.
Producción ejecutiva: Diego Garcia.
Producción: Jenny Ocampo.
*Coproducción de Jenny Ocampo y el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. Proyecto ganador de la beca de coproducción Iberescena 2024 y de la beca de investigación-creación 2024 de la Vicerrectoría de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.