Kiersten Jungbluth
En este nuevo texto de Kiersten Jungbluth se comenta la novela del escritor chileno Alejandro Zambra publicada en 2020.
«[…] ahí están esos poemas que acababa de leer, poemas que demuestran que la poesía sí sirve para algo, que las palabras duelen, vibran, curan, consuelan, repercuten, permanecen.»
-Alejandro Zambra
Hay escritores cuya fascinación por la literatura se desborda por las páginas de los libros que escriben, demostrando que eligen y tratan a cada una de las letras asentadas con el mayor cuidado: este es el caso de Alejandro Zambra. Después de haber devorado casi todas sus obras publicadas en cuestión de semanas, Poeta Chileno terminó por solidificar —para mí— la increíble universalidad de la prosa zambriana, además de su capacidad para plasmar lo que sucede en el cruce entre la literatura latinoamericana y sus habitantes. Publicada en el 2020, su novela más larga hasta la fecha es muchísimas cosas a la vez, pero, sobre todo, es la más enorme y preciosa declaración de amor a la poesía.
Con una narración sensible y perspicaz, la obra cuenta la historia de Gonzalo y Vicente —padrastro e hijastro santiaguinos que aspiran a ser no solo poetas, sino poetas chilenos— y cómo navegan a lo largo de los años diversos tipos de encuentros y situaciones, desde las incomodidades de la adolescencia y sus cambios, hasta agridulces despedidas que la vida trae consigo a veces. También, de manera paralela, se nos presenta a Pru, una chica neoyorquina que llega al país para escribir un artículo periodístico que la lleva a adentrarse en el mundo de los poetas chilenos. Los temas que aborda esta novela son casi incontables, entre ellos los vínculos afectivos, el ineludible paso del tiempo y la búsqueda eterna del sentimiento de pertenecer, y Zambra lo logra de manera especialmente brillante, manteniéndolos cubiertos en todo momento por el enorme e inescapable manto de la literatura.
Poeta Chileno, con 421 páginas de extensión, está dividida en cuatro capítulos que avanzan cronológicamente y saltan de perspectiva en perspectiva, proporcionando una visión rica y amplia de sus personajes. “Obra temprana” presenta a un joven Gonzalo —en los años 90— transitando su adolescencia y los ires y venires con su primer amor, Carla, además de su prematura pero apasionada afición por la poesía. “Familiastra” hace un salto en el tiempo y muestra el reencuentro entre estos dos, así como el inicio de la nueva dinámica familiar —en ocasiones turbulenta— propiciada por la adición de Vicente, hijo pequeño de Carla y ahora hijastro de Gonzalo. “Poet in motion” le abre las puertas a Pru, una joven periodista que, además de sumergirnos en el enrevesado y mágico universo de la poesía chilena —presentándonos a varios de sus representantes y sus apreciaciones—, construye inesperadamente una potente relación con un Vicente ya en su adultez temprana. En el último capítulo, “Parque del recuerdo”, todos los elementos de la novela convergen y cobran vida para darle un final emotivo y cálido.
Se podría decir que la literatura —especialmente la poesía— chilena actúa como uno de los agentes más importantes de la novela, es la que atraviesa a los personajes de la historia y los conecta entre sí. Existe una suerte de aire mitológico que la envuelve, como si se tratara de algo fascinante que ninguno logra entender en su totalidad, pero de todas formas prevalece:
[…] la poesía chilena le parece una familia inmensa, con tatarabuelos y primos en segundo grado, con gente que vive en un gigantesco palafito que a veces flota entre las islas de un archipiélago y hay tanta gente dentro que debería hundirse pero milagrosamente no se hunde.
Esto no es gratuito, por supuesto, sobre todo tomando en cuenta la importante contribución de Chile a la literatura latinoamericana con poetas como Nicanor Parra, Enrique Lihn, Gabriela Mistral y Pablo Neruda —todos mencionados, de una u otra forma, en la novela. En este marco, es importante hacer énfasis en lo que diferencia a la literatura latinoamericana de la del resto del mundo. El panorama sociocultural, como en el resto de la región, marca indeleblemente toda la producción artística generada —procesos colonizadores, décadas de dictaduras, paros, desaparecidos y graves crisis económicas no se olvidan de un día a otro, sino que pasan a formar parte de algo mucho más grande.
El escritor y crítico literario brasileño Antonio Cándido, en su artículo Literatura y subdesarrollo en América Latina, argumenta la imposibilidad de entendimiento de la producción literaria de la región sin la debida consideración de las condiciones únicas que la atraviesan. La construcción de la identidad de la obra latinoamericana —y, en el caso de la novela, chilena— es un fenómeno sumamente matizado. La mezcla de culturas y experiencias colectivas se ven reflejadas no solo en sus habitantes, sino en lo que escriben. Esto, a fin de cuentas, crea una fuerte interdependencia entre la literatura y el contexto sociopolítico local.
No se trata de algo necesariamente malo, por supuesto, pues implica el desligamiento de la influencia de la literatura europea —que fue históricamente la mayor fuente de inspiración en la región, por obvias razones—, tal como explica Cándido:
[…] el novelista del país subdesarrollado recibió ingredientes que le vienen por préstamo cultural de los países productores de formas literarias originales. Sin embargo las ajustó en profundidad a su designio, para representar problemas de su país, y compuso una fórmula peculiar. No hay imitación ni reproducción mecánica. Hay participación de los recursos que vienen a ser bien común a través de la situación de dependencia, contribuyendo así a hacer de ésta una interdependencia.
Poeta Chileno, entonces, opera como una novela cuyo valor de fondo recae, en gran medida, en la asimilación de lo que explica Cándido, y Zambra entiende esto a la perfección. La obra que presenta es chilenísima —así, con todas sus letras— al tratarse de un montón de chilenos navegando la incertidumbre de la cotidianidad, combinado con el peso histórico del pasado. Esto, añadido a la presión del ser o no ser escritor ante crecientes tensiones, entreteje una narrativa sumamente consciente de sí tanto en lo personal como en lo político.
Alejandro Zambra nos deja una novela cuyo valor va mucho más allá de lo estrictamente literario —aunque en este aspecto no deja nada que desear— sino que también da pie a una necesaria reflexión sobre cómo estamos permanentemente permeados por nuestra condición geográfica y social. Poeta Chileno es divertida, conmovedora y sensible; una novela completa por donde se la vea que, al terminarla, solo deja al lector con ganas de leer aún más.
Bibliografía
Cándido, Antonio. América latina en su literatura: Literatura y subdesarrollo en América Latina. Texas: Siglo Veintiuno, 1984.
Zambra, Alejandro. Poeta Chileno. Barcelona: Anagrama, 2020.
Kurt Ermacora
14 de agosto de 2024 — 09:36
Magnífico resumen. Felicitaciones!