Por Jairí Gereda

  1. Subtitulando al muerto

Buscar subtítulos en internet es un proceso íntimo. Hay que hurgar entre múltiples variables y frente a un gran compendio de equipos de traducción de los cuales comienzas a recordar sus nombres: así que te percatas de haber visto demasiada piratería, cuando reconoces traductores). El subtítulo es una traducción y como traducción también se trata de una correspondencia con un referente (que es el mensaje codificado en sus expresiones lingüísticas originales) y con un espectador que es capaz de entender la palabra del traductor. Esto no cesa de ostentar la pantomima, la traducción es ficcional per se, pero igualmente es curioso el esfuerzo del subtítulo en unificarse al contenido real, a la palabra de Dios.

A este respecto, la palabra de Dios es Warm Bodies (2013), obra dirigida por Jonathan Levine, de quién no recuerdo haber visto algo más ni tampoco pretendo realizar una búsqueda exhaustiva de su filmografía en los recovecos de Wikipedia. Propongo más bien —como ya estaba haciéndolo— iniciar desde el tema de la traducción y la unificación del texto. Sucede que ya había visto este film a los 11 años,  doblado al español. En cambio, en esta ocasión quise hacerlo en VOSE. Es así que comencé ese proceso íntimo que comentaba en un comienzo y me encontré con el usuario JairoxX6d2. Como me llamo Jairí, me era capital el descargar los subtítulos de este semi-tocayo. Su traducción no es mala, punto para el tocayo, y citaré uno de los últimos textos del film (los números son las líneas en las que el traductor separa el texto):

(849) <i>Ojala pudiera decir que curamos a los huesudos con amor.</i> (850) <i>En realidad, tuvimos que matarlos a todos.</i> (851) <i>Pero estos tipos están tan mal, que no podrían mejorar.</i> (852) <i>No pueden cambiar.</i> (Desde Subdivx.com)

Recogí otra vez el mismo texto, en esta ocasión a través del usuario Enanodog, quién agarra la traducción del equipo de Argenteam, pero los acomoda al ripeo del film que yo estaba usando:

(831) <i>Ojalá los esqueletos se hubieran curado con amor…</i> (832) <i>…pero la verdad es que los matamos a tiros.</i> (833) <i>Suena muy injusto, pero nadie se sintió demasiado culpable.</i> (834) <i>Ya no había forma de salvarlos.</i> (También desde Subdivx.com, disculpen no ser creativo)

Si bien ambos utilizan palabras distintas, intentan acercarnos al mismo referente.                 Pero, a propósito de estas líneas de diálogo, ¿a qué se refieren? Es la palabra del protagonista, un (ex) zombie que se siente orgulloso de haber dejado de serlo y tremendamente contento por el exterminio a otros zombies limitados de esa capacidad. Por ahí es que continuará esta reseña, por esa cierta necesidad perenne en el discurso mayor de borrar a ese elemento extra-discursivo, y de pretender como inclusiva toda felación lingüística que haga el diverso, inseguro por su condición, en su esfuerzo por acoger y exacerbar al discurso mayor. Más adelante volveré al tema de los subtítulos, para elaborar sobre esta cuestión.

  1. El no-muerto que me mueve cierta zona

Hablando de felaciones, lo que nos trae aquí es un largometraje de romance que trata, o eso creo haber entendido, de un muerto reanimado que se enamora de una mujer viva y una viva que intenta aceptar que esto es recíproco. Aquí, el protagonista rehúye a su situación y se esfuerza por comunicar su mensaje, entre escuetos diálogos insostenibles, con los otros de su clase; y también mediante monólogos pedantes e igual de impotentes con el espectador. Es decir, que es un muerto autorreferencial.

Ese cadáver animado y autorreferencial habita en el fuselaje de un avión ubicado en lo que podríamos llamar la “zona zombie”. Es interesante constatar que los espacios del zombie y del humano están separados por un muro y el film se esfuerza en defender que el muro es inmoral y que debería ser derrumbado. No obstante, ello aún no les luce viable, pues sucede que tras este muro hay un yermo repleto de muertos vivientes y, para colmo, algunos cuantos son los huesudos, quienes, según nos comenta el protagonista:

[…] comen todo lo que tenga latido.</i> […] (43) <i>Algún día, todos acabamos como ellos.</i> (44) <i>En cierto momento, te das por vencido.</i> (45) <i>Pierdes toda esperanza. Después de eso, ya no hay marcha atrás.</i> (46) <i>Dios, qué asco.</i> (Subtitulos por Enanodog, de un monólogo mental del protagonista)

Es importante hacer mención a estos huesudos, puesto que ellos formulan la imagen antagónica última, tanto de los humanos como de los zombies-aún-carnudos. Estos, además, perturban al protagonista al representar su imposibilidad de devenir humano. Es por eso que, en protesta, este zombie intenta comunicarse ya no con el lenguaje del zombie, sino que con el del viviente. Se apena, entonces, de no estar plenamente habilitado al uso de La palabra. Y, no obstante, habla al espectador a través de un constante y autoconsciente monólogo mental, expresándose en lengua humana, pues en su mente sí está capacitado para acogerla. No es si no cuando encuentra y salva —rapta— a una mujer humana, que nuestro protagonista se entera —y el resto de zombies también— de que puede “mejorar”. A saber, que pueden humanizarse.

Ella también lo percibe y comienza a sentirse atraída por su compañero muerto. El detalle es que encuentra en él una cierta singularidad: que el muerto no parece tan muerto —se ve fresquito—, y a partir de esa constatación, se provoca una serie de clichés un tanto penosos. No pretendo entrar en detalle pero en ellos se encuentra impregnada una condición: la condición de que el amor es posible, sí: sólo hace falta borrar la diferencia. Es así que el diverso sólo tiene la posibilidad del lazo romántico, mientras se lo escinda de su divergencia: si se lo unifica al sentido mayor.

Un momento en el cual ello se vuelve tremendamente evidente, es cuando las figuras femeninas principales se enorgullecen por haber maquillado al protagonista, brindándole una apariencia más humana. De nuevo, como en ese primer monólogo citado, hay una suerte de enorgullecimiento, una constatación de virtud, en parecer vivo. Lo que, en todo caso, es aprehender al discurso de la razón occidental. Es curioso también que la esperada escena del beso suceda sobre el agua: esa partícula que usualmente es símbolo de vida, y evidentemente, es allí cuando el protagonista ¿revive?, ¿es que acaso es imposible ser amado, besado, ser partícipe de la expresión del afecto, si es que no se es parte de esa vida, vida que, en cuestión de este film —y disculpen tanta redundancia— significa acoger el discurso oficial?

La película intenta ocultar el asunto, metiendo a una que otra minoría entre el gargajo de zombies morales, uno de estos incluso con turbante. Es como si el film pretendiera decirnos que esa gente tras el muro, que el país no quiere aceptar, son los migrantes que se niegan a recibir. Sin embargo, entre ese grupo de zombies morales, la mayoría —y peor, los líderes— no cesan de ser hombres blancos y estadounidenses.

Es así que, hacia el final, lo zombies-aún-carnudos-y-blancos unen cuerpo con los vivos para exterminar a la amenaza mayor, a saber, los huesudos. Estos pierden, y de ahí la cita recogida hace un rato. Es como aquel episodio de Gravity Falls en el que los gnomos, todos semejantes, se unen para dar forma a una criatura gigante y poderosa. En este caso, la criatura en cuestión extinguirá al zombie antagónico.

  1. Me muerden el huesudo

Aunque en mi tierra cuando comemos pollo también nos tragamos el hueso, el film enseña que la comida sólo se chupa hasta que se acabe la carne. Una vez que topes con lo óseo, ya no hay más para hacer y ese resto sólido e insípido precisa ser arrojado al basurero. En Warm Bodies nadie se come al «huesudo», puesto que cualquier categoría de amor no puede evitar excederle. Es que si toda la verborrea moralista de la zona de los vivos se sostiene en cuanto al amor, y ese amor sólo es abarcante si se lo ubica bajo la tutela del lenguaje de la razón tradicional de occidente, es sostenible que cualquier sujeto que exprese un lenguaje extraño deba ser excluido. Y de ahí la necesidad del muro.

Al final del largometraje los vivos derrumban la barrera y el film se esfuerza en convencernos de que lo hacen para aceptar al diverso (de nuevo, ese diverso aquí es un revoltijo de zombies blancos acompañados de alguno con turbante). Sin embargo, esta demolición sólo es posible debido a que los zombies se han humanizado (¿blanqueado?). Se comprende así que una vez exterminado al otro, puedes romper también su barrera significante, pues ya no hay significados que separar. Recordemos que si se pierde la característica, también lo hace la frontera. Y a partir de tal derrumbamiento, todo se incorpora como zona de vivos. De tal manera que el desenlace de esta obra se comprende como uno feliz, en el sentido de que acaba siendo satisfactorio al deseo del protagonista, quien ulteriormente consigue incorporarse a la lengua oficial —al dejar de haber otras.

Y, mutatis mutandis, recordemos la maquinaria regular del subtítulo, donde lo teleológico se relaciona con la pretensión de unificarse siempre al sentido mayor —el del idioma original— para sincronizar al espectador con el mismo. Quizás sea interesante formular subtítulos que intenten esquivar la perversión del protagonista de Warm Bodies, y se permitan re-virar la obra. Es decir, subtítulos irrespetuosos, que agredan al espectador. Porque sabroso sería rellenar de palabrotas y errores ortográficos toda película de Bergman o Bresson que subtitulemos. Intentemos hacer del subtítulo una acción poética, pues la poesía se encuentra en la rebeldía del sentido. Y en aquella rebeldía del sentido, que precisa de la constatación real del otro, tal vez sea donde realmente se encuentra el amor. Es así que, tal vez, los que verdaderamente aman en Warm Bodies, puedan ser los esqueletos —como les llama enanodog—, o los huesudos —según mi tocayo Jairo.