Mamá Vudú en Guayaquil: concierto íntimo

Bernarda Ubidia

Si de guagua creciste en Tungurahua, no tengas ninguna duda: fuiste amamantado, criado y educado por Mamá Vudú. Fueron ellos los que pusieron sonidos, letras y palabras a tus sentimientos e ínfulas de roquerillo noventero que tenías, ¿te acuerdas? Cuando te dejabas crecer las greñas, te comprabas unos spikes y la camiseta de AC/DC. Cuando ibas a tomar cerveza a donde la seño con tus panas, un miércoles cualquiera y sin ninguna buena razón. Sí, una biela en ese frío, con esa lluvia y esa sensación de que todo empezaba y terminaba con el rock.  

En este sentido, ponernos a evaluar cuáles son las repercusiones sicológicas de haber sido criado por una caterva de machos provinciales y una familia disfuncional capitalina, es un tema para otra entrada, sin embargo, en la sierra ecuatoriana podemos convenir que son estas, y pocas otras, las bandas que pasaron la antorcha para que hoy tengamos algo que podemos llamar, con cierto orgullo y cierta melancolía, el rock ecuatoriano. Obviamente no solo Mamá Vudú es responsable de todo esto, sino otras bandas como Can Can, Sal y Mileto y otras.   

El pasado 3 de diciembre del 2021, la legendaria banda ambateña llegó a la cuidad de Guayaquil como parte de su gira 20 años de Aeroclub, disco lanzado en el 2001 que incluye varias de las tonaditas que caracterizan a la banda como “Espuma Negra”, “Vortex”, “Motel Ultra” y un largo etcétera. La gira tuvo lugar en su propia llacta, Ambato, pero también en Quito, Cuenca, Ibarra y por supuesto, la perla del pacífico, como única ciudad de la costa.  

Cómo no iba a ver a los Mamá Vudú acá en el Guayas donde vivo hace ya bastantes años, dando clases de producción musical y extrañando, de vez en cuando, las frías noches de la sierra ecuatoriana.  

Antes de profundizar en los detalles del concierto quisiera recalcar que me resulta bastante complejo ser objetiva con una música con la que he crecido, que he escuchado por tanto tiempo y a cuyos integrantes conozco. Cierto es, respecto a lo primero, que el fenómeno de la repetición juega un factor crucial en nuestro cerebro y la forma en que disfrutamos de la música. En estos casos la línea que diferencia lo que nos gusta de lo que se nos hace conocido se vuelve demasiado borrosa.  

La repetición nos permite participar de forma más activa en la escucha, ya que podemos anticipar lo que vendrá. Al contrario, cuando una canción es absolutamente nueva, nuestro cerebro actúa de forma más pasiva aunque también más analítica, porque puede concentrarse en los detalles sin estar esperando la satisfacción de saber lo que va a ocurrir.  

Por otro lado, es cierto que asociamos canciones, letras y sonidos con algunos momentos de nuestra vida. Con los recuerdos. Si es, como en mi caso, algo que escuchabas en tus años de adolescencia, entonces el efecto puede ser todavía más grande y conmovedor. Asociamos las canciones a ese pelado que jamás superamos o esa legendaria farra con tus amigos. En mi caso concreto Mamá Vudú está vinculada con tantos años felices de mi adolescencia que ya he perdido la cuenta. No sé cuántas conexiones hay entre su música y mi vida. Quizá explorarlas del todo puede resultar un poquito escalofriante.   

Ya para hablar del concierto, debo decir que me pasé cantando a grito pelado y terminé absolutamente afónica. En otras palabras, como acto de memoria, como satisfacción personal, en términos afectivos y sentimentales, el concierto llenó mis expectativas. Queda, por lo tanto, preguntarse, hacerse la difícil pregunta si la música, más allá de mis afectos y emociones, fue buena o no, básicamente preguntarme ¿qué onda con el concierto de Mamá Vudú en Guayaquil? 

Lo llamaron “concierto íntimo” (término quizá demasiado creativo para decir que vinieron cuatro gatos) y se realizó en una de las joyas escondidas del centro de Guayaquil: Atrako Records que está localizado en plena Zona Rosa de la ciudad. Los Mamá Vudú compartieron escenario con las bandas locales Esputo Catatónico y Santai. El concierto tuvo un costo de 15 dólares y comenzaba, en teoría a las 9 de la noche, pero tuvo un largo retraso.  

Aunque Atrako Records es una belleza escondida del underground guayaquileño, es un espacio más bien pequeño que realmente funge como estudio de grabación y no como venue.  En las demás ciudades los reyes del rock se presentaron en la Casa de la Cultura de Tungurahua, El Teatro de la Casa de la Cultura del Azuay, y en algunos bares reconocidos, por eso me llamó mucho la atención que para  Guayaquil optaran por una presentación ligeramente menos formal lo cual hace inevitable la siguiente pregunta: ¿qué mismo representa Mamá Vudú para Guayaquil? O, mejor aún, ¿qué representa Guayaquil para las bandas de rock de la sierra?  

Para mí la respuesta obvia. Considerando el trabajo de algunas bandas guayacas, es claro que Mamá Vudú aparece como una influencia importante en las bandas locales y que también esas mismas bandas están contentas de compartir escenario con ellos. 

 El concierto, en ese sentido, cumplió con la tarea de revivir sus conciertos tal como eran hace 20 años, con un sonido único, mejor interpretación instrumental, y desde el punto de vista técnico correcto, con cierto de aire de calculada imperfección que va bien con el mensaje de su música. Es como si se hubiesen quedado atrapados en el tiempo y nosotros con ellos.  

Mi sensación general fue la de pensar en una banda de las old school que nos visita cada tanto en Ecuador, bandas tipo America o Aerosmith con las que, pese a todo, nos emocionamos y sobre las que, después de terminado el concierto, podemos afirmar “que bien suenan aún estos manes”. Es en ese preciso instante cuando se aparece Rocío Durcal en la memoria y nos es inevitable decirnos “cómo han pasado los años”. Ese recuerdo, entonces, que nos asalta la cabeza se queda como un parpadeo, el parpadeo de un recuerdo que se va difuminando a medida que se apaga la música y nos mandan a las casas.  

Ya poniéndome seria, considero que una gira de 20 años por el país amerita un poco de trabajo extra. Si ya se han presentado los temas previamente, tantas veces, tal vez también aparece una oportunidad para reinventarse, cambiar el formato, presentar una versión orquestal o un arreglo más cercano al pasillo, por ejemplo. Es quizá el momento para empezar a demostrar cierta evolución que debe seguirle al homenaje. Este pensamiento puede chocar con lo que busca su público que quizá pretende escuchar las canciones tocadas con extrema fidelidad, sin embargo, el tren del tiempo no se detiene, y hay que evolucionar con él. En ese sentido, nadie se puede bajar de la camioneta.  

Créditos de las fotografías: Mariuxi Alemán (ILIA) y  fotos enviadas por la banda. 

« »