Cristian Astudillo
Hablar del conde Orlok o Nosferatu implica hablar de su vínculo con la enfermedad y, sobre todo, de su relación con un fenómeno social que conocemos como epidemia.
Este vampiro nació como una interpretación libre de la icónica novela Drácula (1897), de Bram Stoker. Al ser una adaptación no autorizada legalmente por la viuda de Stoker, quien poseía los derechos de la novela en aquel entonces, el guionista de la película, Henrik Galeen, recurrió a múltiples cambios, entre estos, el cambio de los nombres de todos los personajes, siendo el del propio vampiro el más emblemático, quien pasó de conde Drácula a conde Orlok.
Pero los cambios no se detuvieron ahí. Aunque el conde Orlok debe sus orígenes al conde Drácula, hay varios puntos en los que ambos vampiros se distancian, y esto puede irse observando a medida que se profundiza en la mitología de ambos.
En la actualidad, existen un total de tres películas que construyen la mitología del vampiro Nosferatu: 1) Nosferatu: Eine Symphonie des Grauens (1922), de F.W. Murnau, 2) Nosferatu: Phantom der Nacht (1979), de Werner Herzog y Nosferatu (2024), de Robert Eggers.
Cada cinta pertenece a una época distinta del cine y añade nuevos matices a la figura de Nosferatu, como si este vampiro en particular se tratase de un ser que muere y revive cada tantos años para atormentar a una nueva generación de humanos no familiarizados con su figura; siempre reinventándose a través de la pantalla.
Los orígenes del conde Drácula son humanos. En la novela de Bram Stoker, el Dr. Abraham van Helsing explica que fue un guerrero y alquimista que practicaba las artes oscuras como un alumno del Diablo, y que fueron sus profundos estudios de la magia negra los posibles causantes de su transformación en el vampiro que los Harker, Van Helsing y el resto de sus aliados enfrentan a lo largo de la trama del libro. Pero esto no es así con el conde Orlok. En la película de F.W. Murnau (1922) hay una fuerte ambigüedad en torno a su origen. En un libro de ocultismo que Thomas Hutter lee, se establece que Nosferatu es un ente nacido de la semilla de Belial, pero ¿a qué se refiere con esto? De este misterio surgen dos hipótesis: 1) el conde Orlock fue un humano convertido en vampiro, lo que implica un origen humano y terrenal similar al del conde Drácula, o 2) es un demonio creado por una entidad superior y maligna como el archidemonio Belial, lo que implica un origen puramente demoníaco y sobrenatural. ¿Cuál de las dos es verdadera? Ninguna se confirma tajantemente. La cinta de Murnau crea una caja similar a la del gato de Schrödinger en el que ambas posibilidades son igual de verdaderas y lúgubres.

La elección de Belial como el origen de Nosferatu no es coincidencia; se trata de un archidemonio vinculado con la guerra, la enfermedad y el contagio. En Salmos 41: 8-10 se lo asocia con la enfermedad de la peste que atormenta a David mientras sus enemigos hablan mal de él y esperan su muerte. Este vínculo con la enfermedad y la discordia entre seres humanos se ve proyectado con mayor fuerza en la película de Werner Herzog (1979), en donde Nosferatu no solo propaga la peste negra mediante una plaga de ratas que suelta por todo Wismar, sino que sume a sus ciudadanos a un fatalismo que se observa en múltiples escenas donde Lucy Harker, conociendo la verdadera causa, recorre la ciudad intentando buscar ayuda y advertir sobre la existencia del vampiro. Pero nadie la escucha. Todo lo que encuentra es la locura colectiva del resto de ciudadanos y descubre que la sociedad ha colapsado casi por completo: el alcalde ha muerto, el ayuntamiento se ha disuelto y las personas que aún quedan vivas, resignadas ante la muerte, participan en danzas macabras y celebran últimas cenas en media calle, o en los casos menos siniestros, se encuentran ocupadas cargando ataúdes y enterrando a los miles de muertos por la peste.

Toda esta secuencia refleja cómo, ante el colapso social de las epidemias como la de la peste negra o la del COVID-19 en 2020, las personas como Lucy se van quedando sin opciones y caen en una desesperación e impotencia similar a la que ella experimenta al advertir cómo las posibilidades de salvar a su esposo de la influencia de Nosferatu —de la enfermedad— se ven cada vez más reducidas.
La impotencia que la heroína vive por saber la verdad y conocer la verdadera causa de un horror sin que nadie le crea o la tome en serio, es un tipo de tormento que las tres versiones de Nosferatu abordan constantemente. En la versión de Robert Eggers (2024), se hace mucho más hincapié en este tema. Los males que sufre Ellen Hutter y la traumática experiencia de su esposo Thomas Hutter en el castillo del conde Orlok son atribuidos por el resto de personajes a la histeria, la melancolía o cualquier padecimiento psiquiátrico minimizando, de este modo, sus advertencias y atribuyéndolas a un simple delirio mental. Pero solo Ellen entiende que la explicación a todo ello es mucho más monstruosa y demoniaca. El único que cree y toma en serio sus palabras es el profesor Albin Eberhart Von Franz, quien ha sido marginado de la comunidad científica y cuyos métodos para combatir la epidemia de Nosferatu son cuestionados en más de una ocasión.

El sacrificio que Ellen Hutter o Lucy Harker llevan a cabo para exponer a Nosferatu a la luz del sol y matarlo, poniendo fin a su epidemia, ha sido objeto de múltiples interpretaciones y es uno de los momentos más emblemáticos de su mitología. Es preciso tener en cuenta que la figura de Nosferatu también ha tenido una gran influencia sobre el mito del vampiro. El conde Orlok es el primer vampiro cuya debilidad mortal son los rayos del sol. Todo lo contrario, sucede con los vampiros de antaño, quienes solo se mostraban incomodos ante la luz solar, o en el más grave de los casos, se veían debilitados e incapacitados por esta, pero nunca llegando al punto de matarlos. No por nada el conde Drácula era capaz de caminar a plena luz del día.
La luz solar y el sacrificio como el arma principal para asesinar a una criatura como Nosferatu es tremendamente significativa a la par de conmovedora. En las tres versiones, la luz solar representa una conjunción entre amor y el conocimiento pleno de la naturaleza del mal. El amor, siendo algo que el vampiro anhela, pero no puede tener, es el motivo por el que la heroína lleva a cabo el sacrificio que lo destruye; y el conocimiento pleno del mal es la iluminación que permite comprender la naturaleza oscura de un ente como Nosferatu, y simboliza la necesidad de conocer el mal para poder erradicarlo: una noción propia de la filosofía de la ilustración y el Siglo de las Luces. Y es por esto que, tras el sacrificio de la heroína, hay un dolor que viene no solo de la perdida, sino, también, del arrepentimiento que surge tras comprender la verdad cuando ya es demasiado tarde, siendo esto último algo que la película de Werner Herzog (1979) hace más hincapié con las palabras que Van Helsing pronuncia al descubrir los cadáveres de Lucy y Nosferatu:
«¡Ahora lo sé todo! Dios mío… ¡si la hubiera escuchado…!»
En tiempos post-pandemia, el pánico que se difunde en Wisburg en la película de F.W. Murnau (1922), recuerda muy fuertemente al pánico mediático desatado durante las épocas de la cuarentena por el COVID-19. Una polémica que rodea al propio Murnau y su película gira en torno las posibles implicaciones antisemitas de la cinta. Muchos críticos e historiadores como Rolf Giesen han señalado que Nosferatu posee una figura que se asemeja a las caricaturas sobre los judíos de la época en la que se ambienta la película. Otros como el escritor Kevin Jackson, por el contrario, han argumentado que Murnau tenía una afectuosa y estrecha relación con la comunidad judía, por lo que dicha acusación es insustentable. Y algunos como Tony Magistrale, acercándose a un punto medio, le otorgan a Murnau el beneficio de la duda, pero señalan que en su obra hay ciertos paralelismos entre la invasión de la patria alemana por parte de una fuerza externa y el pánico antisemita de la época que dio pie al régimen nazi.
Al margen de quien tiene razón, esta discusión tiene una gran resonancia poética, puesto que, históricamente, si se ha vinculado a la figura del extranjero con la enfermedad: como una otredad incompatible por naturaleza, siendo el vínculo de los judíos con la peste negra y los africanos con el SIDA los ejemplos más emblemáticos; mismo caso fue lo sucedido con las comunidades asiáticas y la discriminación que sufrieron a raíz de la epidemia del COVID-19, con la cual se los culpaba como los principales responsables de la dispersión del virus. Esta necesidad de hallar un culpable en el otro se refleja muy bien en aquella escena donde todos los ciudadanos de Wisburg, organizados como una turba enfurecida, persiguen a Heer Knock al creerlo responsable de la plaga desatada en la ciudad. Sin conocer al verdadero culpable, condenan a alguien que posiblemente no era más que otra víctima del vampiro. Algo similar ocurre en la versión de Werner Herzog (1979), en donde también condenan y arrestan al Dr. Abraham van Helsing, otro inocente, por clavarle una estaca al vampiro y asegurarse de que el sacrificio de Lucy Harker no fuera en vano.
Como se ha dicho antes, Nosferatu es una criatura que regresa cada tantos años a la pantalla grande. En cada nueva película, se aprecian ciertas diferencias, pero, también, se observa una repetición de los mismos horrores en torno a un triángulo amoroso retorcido entre el vampiro, un hombre y su esposa cuyo amor es codiciado por el vampiro. Esto mismo ocurre con las pandemias que se diferencian entre sí por las condiciones propias de cada época en la que surgen, pero en las que se repiten los mismos tormentos humanos: la ansiedad por el aislamiento, la incertidumbre ante la muerte, el pánico colectivo, la pérdida de seres queridos, el colapso económico y social, etc.
Ya sea en la epidemia del COVID-19, la peste negra, la viruela, el sarampión, la gripe española o en cualquier otra que la memoria humana permita recordar, la eterna presencia de Nosferatu siempre estará detrás: esperando una nueva manifestación para replicar los mismos horrores colectivo, así como el sol siempre saldrá cada mañana y pondrá fin a los tormentos del conde Orlok.
«Cuando la luz pura del Sol salga al amanecer,
¡habrá redención! ¡La plaga se levantará!»
—Albin Eberhart Von Franz, Nosferatu (2024)
