Katty Hernández
Guayaquil, la metrópoli más grande y poblada de Ecuador, posee una amplia variedad de parques y áreas recreativas que enriquecen la experiencia de sus residentes y turistas. Estos espacios verdes no solo proporcionan lugares para la tranquilidad y el ocio, sino que también desempeñan un papel vital en la protección del medio ambiente, así como en la promoción de actividades culturales, deportivas y educativas. Los parques de Guayaquil han sido testigos de la transformación y el desarrollo de la ciudad. Lugares emblemáticos como el Parque Centenario han sido escenario de eventos históricos significativos, mientras que otros, como el Parque Lineal, han revitalizado zonas urbanas, transformándolas en espacios recreativos.

A pesar de su belleza, los parques de esta ciudad enfrentan desafíos como la inseguridad, el daño a sus instalaciones y la falta de recursos para su mantenimiento. Mientras que algunos sitios, como el Parque Samanes, han recibido mejoras y atención constantes, otros, como el Parque Forestal, han sido desatendidos a lo largo del tiempo, lo que ha llevado a que pierdan su encanto y funcionalidad, porque hay que ser claros, los parques no solamente son coqueterías visuales, los parques tienen una función crucial.

Aunque se han desarrollado decenas de parques en diferentes áreas de la ciudad, su distribución no siempre es justa, pues hay numerosos barrios sin acceso alguno a zonas verdes apropiadas. Además, el crecimiento desordenado de la ciudad y la ausencia de planificación ambiental amenazan la sostenibilidad de estos espacios. Guayaquil requiere parques que no sean meros adornos, sino que se transformen en verdaderos lugares de encuentro, con una infraestructura adecuada, seguridad y accesibilidad para toda la ciudadanía. La administración de estos espacios debe ir más allá de la simple inauguración de grandes proyectos, enfocándose en establecer un modelo sostenible que garantice su mantenimiento y uso efectivo en el futuro.
Durante toda mi infancia viví en los alrededores del gran Bulevar Nueve de Octubre. En el transcurso del tiempo he visto un cambio abismal del Parque Centenario, recuerdo que cada fin de semana paseaba con mi madre y hermano, corríamos con gran libertad, tratando de atrapar a las palomas: recuerdo el aroma dulce de aquel árbol de pechiche. De hecho, mi hermano y yo recogíamos los frutos para llevar a casa y hacer dulce, mientras escuchábamos a aquel señor, que hoy sea quizá un viejito o quizá haya muerto, que ofrecía tomarte foto trepada en el caballo de madera. Recuerdo también los títeres bailando, más, más, y, en la época de la navidad, el jojojo estruendoso de Papa Noel.

Ahora que ha pasado el tiempo y soy madre, he tratado de llevar a mis hijos a aquel lugar de mi infancia para que puedan vivir lo que yo en aquel tiempo, pero la triste realidad es que es imposible, ya el Parque Centenario se ha convertido en un lugar inseguro, lleno de consumidores de estupefacientes, trabajadoras sexuales, predicadores que te gritan ¡pecador!, olores desagradables y desolación. No me queda más que contarles a mis pequeños sobre aquel recuerdo bonito de mi infancia.

Otro parque muy significativo de mi vida e infancia es el Parque Forestal, mi recuerdo de aquel lugar es nulo, pero hay muchas evidencias de esos viajes al parque plasmadas en varias fotografías con mi familia cuando yo era una recién nacida. Me cuentan que íbamos mucho allí. Con el pasar de los años aquel lugar se convirtió en hogar de muchos gatitos, de vagabundos e inseguridad. El parque también tuvo una mala administración y hubo un tiempo en que los juegos infantiles estaban enmohecidos, lo cual representaba un peligro para los niños, y aquel estanque de aguas verdosas, donde vivían los patos y las tortugas, parecía insalubre.

En la actualidad al parque se lo ve muy limpio, se realizan muchos eventos artísticos municipales, y otro tipo de eventos como ceremonias y graduaciones. Los estanques con agua limpia para los animalitos, los juegos infantiles en buen estado, y me da mucho gusto ver casi siempre a las familias haciendo picnics. No puedo dejar de mencionar la seguridad como un factor importante, aunque lamento que ese y otros parques de la ciudad se mantengan con rejas. El parque Forestal es un ejemplo de cómo la gestión puede cambiar un espacio nocivo y peligroso, a uno que pueda ser aprovechado por los habitantes de una ciudad, más en estos tiempos difíciles que corren.
Es importante que no dejemos de ir al parque y de disfrutar en familia y con amigos de estos remansos de verde en la vertiginosa urbe. Observo con horror que a veces resulta más fácil ir a un centro comercial a dar una vuelta o, como se dice, “a vitrinear”, muchas veces a subirse a juegos electrónicos caros que duran solo quince minutos. Tenemos parques hermosos Guayaquil, pero todavía hay mucho por hacer. ¿Por qué no tener parques como el Forestal o Samanes en la periferia de Guayaquil? A buena parte de los ciudadanos les cuesta mucho viajar desde su hogar hasta allí.
