Santiago Poza (Guayaquil), fotógrafo Freelance. Nacido en España. Magíster en Fotografía y Sociedad en América Latina. Contador de historias. Docente. 

Salí desde Guayaquil, ciudad de privilegiado enclave costero próxima al meridiano 80. El viaje me llevó a más de cuatro horas desde Riobamba (Chimborazo) hacia el este, era martes 8 de junio de 2021. Después de haber pospuesto la que sería mi segunda visita al oriente de Ecuador durante meses, por la situación de emergencia sanitaria actual, y levantadas las restricciones a la movilidad tras un confinamiento prolongado, me embarqué en la aventura de descubrir por mí mismo y documentar fotográficamente el río Santiago desde su fuente primigenia.

El primer viaje lo hice en el 2018 con la que luego sería mi esposa, y elegimos la zona más accesible de la jungla desde la Costa: el centro sur:  Puyo y Macas. Ahora el viaje era totalmente personal y pudiera acaso pensarse que egocentrista. Tan solo creo que los topónimos y, en general, los nombres propios dicen mucho de y marcan mucho a los lugares o a las personas que los llevan. Este  río que tiene mi nombre, y que no hay que confundir con aquel otro misterioso y sinuoso curso fluvial ecuatoriano que desemboca en la costa esmeraldeña, nace  como Upano en las vertientes de los Andes centrales. Su curso se adentra luego en la provincia de Morona Santiago donde se une  con el Namangoza, robándole a este el nombre, hasta que algo  más al sur, converge   con el río Zamora y comienza a llamarse río Santiago. Atraviesa la frontera sin perder su identidad  y, ya en Perú, confluye  cerca de Jaén con el río Marañón, que no es sino la antesala del Amazonas, como Orellana bien sabía cuando lo descubrió, ya en tierras brasileñas.

Mi primera parada, tras dejar Guayaquil, fue Riobamba. Desde aquí, luego de   mi primera noche, decidí visitar Colta por ser uno de los primeros lugares donde se asentaron los conquistadores. Por la noche,  descanso nuevamente en Riobamba. Al día siguiente, jueves, tomé un bus hacia Cebadas,  en la vía a Macas,  que me llevó hasta    el Ranchito La Posada, donde me bajé. La idea era recorrer a pie la mayor parte del camino para poder documentar mejor esta suerte de peregrinaje. Un poco más adelante están las lagunas del Atillo. Yo comencé aquí mi particular camino de Santiago, también a pie, siguiendo la carretera Guamote-Macas para llegar a la laguna Negra y al nacimiento  del Upano. Lo que creí que sería una caminata más corta, se tornó en un paseo de casi seis  horas. El río Upano brota desde la laguna y cruza bajo esa carretera hasta que empieza a descender por el valle que toma su nombre.

Flora junto a la laguna Negra.

Después de tanto caminar, agradecí la amabilidad de los guardas del Parque Nacional Sangay quienes me ahorraron unos 12 kilómetros al llevarme en su furgoneta. Luego, anduve tres  kilómetros más hasta Zuñac, donde    al no hallar  alojamiento disponible, me vi obligado  a pernoctar en Macas: este sería mi campamento base desde donde exploraría la provincia de Morona Santiago. Es realmente difícil moverse en un territorio con un turismo escaso, donde faltan establecimientos hoteleros y donde todo gira en torno a una pequeña capital de provincia en una zona expuesta a los caprichos de las fuerzas de la naturaleza, ya sean derrumbes, crecidas de ríos o movimientos sísmicos. Macas es una ciudad agradable al pie de la selva, que ha sido descuidada en ciertos aspectos por las autoridades, paradójicamente  con una terminal de buses que resulta un tanto excesiva para su escasa población.

A la mañana siguiente, me enrumbé  a Sevilla Don Bosco, pues, la noche anterior, me habían hablado de una comunidad shuar que comercia con un restaurante fusión de Macas, donde la gastronomía de la selva se funde con platos de la cocina internacional. Así que, una vez allí, me dirigí al mercado de comidas shuar. Estaba casi vacío, acaso   porque era un tanto tarde. Me hubiera gustado encontrar un poco más de vida. Tan solo estaban las señoras encargadas de cada puesto. El último fue el que elegí para almorzar. Mariana, mujer shuar de mediana edad, estaba a cargo. Me ofreció ayampaco de tilapia y eso comí, acompañado de un vaso caliente de guayusa. El ayampaco es uno de los platos estrella de la selva. Se puede hacer con otros pescados o con carne, normalmente de pollo. Son proteínas envueltas en una hoja de bijao que se cuecen lentamente al fuego. La yuca es otro de sus ingredientes. Después de comer, Mariana me contó que la cosa con la pandemia ha estado “bien jodida”. Se lamenta de que el Gobierno, al parecer, no se ha ocupado mucho de reactivar el turismo. Es seguro que la pandemia ha influido mucho en ese sentimiento de olvido por parte del Estado  en los moronenses.

Lugareños de Sevilla Don Bosco.

Sevilla es también la ciudad de Eddy. Él tiene un grupo de cumbia que se llama “Eddy y sus nenas”. Tiene, además, una necesidad de contar su historia. Perdió a uno de sus hijos su hijo  cuando este estudiaba  la universidad en Quito. Eddy había sido abandonado por su esposa y tomó a   cargo a los dos hijos de esa relación.  S e dedicó a cuidar  de su hijo  los dos años que este pasó enfermo. Se trasladó para ello a la capital e incluso durmió en la calle porque no tenía dinero para un hotel. Pero conoció a un grupo evangélico que le ayudó a salir adelante, pagándole la estancia y dándole una ayuda para alimentación. Es, entonces, cuando compara la relación entre las iglesias protestantes y las católicas en cuanto a ayuda social, pues acudió a estas últimas y le dijeron que no podían ayudarlo económicamente. Cierto es que su recelo hacia lo católico viene de sus vivencias en una ciudad como Sevilla Don Bosco, donde se ha sentido marginado por los hermanos salesianos, quienes, al parecer, vive en un mundo aparte, ocupándose solo de los asuntos de fe de la  población. Una población que se ve a sí misma  inferior  por el poder económico de esta comunidad religiosa que tiene a cargo la educación de los niños , quienes estarían perdiendo sus raíces por el celo de los religiosos de  que abracen la “nueva” fe y, con ella, la modernidad. Creo que su dedicación a la música no es sino una necesidad de autoafirmación que, como shuar, se le ha negado a su comunidad durante siglos, y a él en particular por no ser indígena puro.