Por Anahi Caiza

Cenizas de Izalco es una obra escrita por Claribel Alegría y Darwin J. Flakoll, publicada en 1967, no obstante, se centra en el periodo de los años treinta, una época en la que El Salvador pasaba por un violento contexto social y político: el levantamiento y masacre de los campesinos. Aunque en el texto estos temas son mencionados y visualizados por ciertos personajes, no se describe con detalle el trasfondo del asunto ni se presenta como el enfoque principal de la obra. Más bien, el plano en el que se centra la historia se centra en la vida de varios personajes y los asuntos que los rodean: descubrimientos, desilusiones, romances efímeros, estereotipos, y la cotidianidad de la época. 

La historia tiene saltos en el tiempo que, si te descuidas (¡Advertencia al lector!), te van a desorientar, naufragarás entonces en un mar de soliloquios, de tinta, de papel, y, sobre todo, de recuerdos —porque la memoria aquí no es frágil, te construye—. El texto empieza con la voz de la protagonista, Carmen Rojas Valdés, una mujer que toma conciencia de su alrededor y describe cada sensación, incluso la sensación cotidiana de caminar descalza sobre las baldosas que algún día formaron parte de su niñez. Carmen decide volver a Santa Ana tras la muerte de su madre; dicho regreso inicia un viaje largo y sensible por la memoria, que es palpada y construida por ella misma, con la ayuda indirecta de los otros. En su retorno, reconoce que nada en Santa Ana ha cambiado, pues sigue siendo un poblado que se mantiene estancado en el tradicionalismo sofocante de siempre tiene, por ejemplo, el mismo culto a la tradición que un día mató a su padre. 

En la historia se menciona la desorientación que le causa a la protagonista leer el diario de Frank, amante de su madre, quien tiene un papel importante en el desarrollo de la historia. Esto desemboca diversas dudas sobre su identidad: «Me es difícil soportar esto: no solamente su muerte, sino además la repentina sensación de no haberla conocido». De esta forma, Frank se convierte en un personaje que se encarga de desmantelar lo que algún día una hija conoció sobre su madre, y, al mismo tiempo, empieza un ejercicio de cuestionamiento sobre qué es en realidad lo que se entiende como una ‘madre’.   

Partiendo desde la sensación de extrañeza por haber sido forzada a aprender francés por su madre, en Carmen Rojas Vadés encontramos, más que nada, dudas, hondos cuestionamientos. El francés no solo representaba para ella la expansión de sus horizontes culturales, sino también la libertad, aquella que su madre no tuvo. Nada de esto modifica, sin embargo, el hecho de que Carmen se ha metido en un ciclo vicioso; un patrón común que las mujeres van adquiriendo cuando se convierten en madres y esposas. No necesariamente por decisión propia, más bien por tradición, y la tradición tarda en ser olvidada. Carmen, en definitiva, es una víctima de la pérdida de identidad, de ella, de sus tías, de su abuela, de su madre. Es así como el texto nos plantea la siguiente pregunta: ¿Es tarde para romper con ese bucle de desesperanza?

Isabel Valdés es un personaje que se encuentra extenuado por el ideal de ser una mujer de su época con obligaciones domésticas que le cortan las alas. Es un personaje al que la sociedad le privó del suelo de viajar, de conocer algún día París (sueño que en el transcurso de la historia va tomando cada vez más importancia). 

Por otro lado, tenemos a Alfonso, un personaje escrito como representación de lo que es ser y formar a un hombre. Frank y Alfonso, a mi parecer, comparten similitudes en su manera de vivir, ajenos a la realidad que los rodea; están cegados por una libertad privilegiada, y, por ello, nunca cuestionan si la merecen o no. Uno está enfocado en su amante y el otro enfocado en mantener su “vida perfecta”. 

Lo curioso del texto es que nunca tenemos a Isabel como narradora protagonista. La conocemos a partir de los recuerdos de sus familiares y conocidos, incluso desde el diario de Frank, pero nunca desde la particularidad de su personalidad. Queda como un misterio sobre las causas de su padecimiento y su felicidad. De todas formas, ella es el enfoque principal de la novela y, por ello, vemos cómo está construido el personaje desde diferentes puntos de vista. 

Leer Cenizas de Izalco es tomar conciencia: visualizar a las madres como seres humanos individuales (algo que fácilmente olvidamos los hijos). También es darse cuenta del sinnúmero de identidades que implica ser madre y esposa, ya que para esto se tienen que adaptar y apropiarse del estado al que los demás las relacionan —de esta forma, reducen su identidad—. Asimismo, la novela nos invita a reflexionar y asimilar las metas y aspiraciones que se escaparon de sus manos, y tratar de que sus hijas no sigan el mismo camino. Eso lo distinguimos en el texto en los intentos de Isabel por sacar a Carmen de Santa Ana y que esta no sea consumida por un estereotipo que marcará su vida. Sin embargo, a futuro, vemos cómo Carmen se encamina por un rumbo similar —fuera de Santa Ana—, donde menciona y reflexiona sobre lo que conlleva el título de ser madre y esposa para ella. 

El título de esta obra hace referencia a un volcán centroamericano y de cómo llenó de cenizas a una población entera. Metafóricamente, se lo aprecia como una representación de los actos violentos que se llevaron a cabo durante ese período, de los cuerpos sin vida que quedaron junto a la iglesia. Pues en efecto, las personas quedaron cubiertas por cenizas, pero no necesariamente como cuerpos helados que permanecerían como evidencia de lo que algún día existió. Fueron cuerpos que aún palpitaban, inmovilizados en vida. Todo esto es representado por las cenizas. 

«Nunca llegó mamá a conocer París. Papá en cambio, fue una vez». 

Segunda reseña del ciclo

 «Estruendo y detonación: ciclo de literatura latinoamericana».