Ventana abierta – Diario de un joven compositor en París (V)

Juan Arroyo

Donaueschinguen, domingo 17 de octubre del 2021 

 

«Guten Morgen Deutschland! Mein Name ist Johann Bach und ich freue mich sehr, mein Werk Wayra mit den Ensambles Maleza und CG zur Uraufführung zu bringen!»

 «Muss es sein?» 

 Sí, así parece ser. Basta con copiar este texto en un traductor en línea para caerse de la silla. Como yo, cuando me enteré de ello. A mis 19 años descubrí en un curso de “Cultura musical” del Conservatorio de Lima, dictado por Seiji Asato, que mi nombre en alemán era el mismo que el del llamado “padre de la música”: Johann S. Bach.   

 Verrückt! 

 No, no, no. No crean que sé hablar alemán a la perfección. Sebastien, controlador de trenes de la Deutsche Bahn, me está ayudando mientras escribo estas líneas en la cafetería del tren de retorno a Paris. Tampoco es una broma, han leído bien, se llama Sebastien, como J. Sebastien Bach, y me está comentando además que se va de vacaciones al Perú en unas semanas. 

 Achtung! 

 Les puedo afirmar, con total honestidad y conocimiento de causa, que lo que les estoy contando es fruto de la más pura, desvergonzada e irónica casualidad. Mi madre y mi padre no son artistas y nunca imaginaron que su segundo hijo sería incapaz de vivir sin hacer música y mucho menos que viviría componiéndola. A pesar de ello, escogieron darme un nombre que, si bien poco tiene que ver con la música, tampoco dista mucho de ella: la poesía. Me llamo Juan Gonzalo porque a mi madre le encantaba el poeta peruano Juan Gonzalo Rose que vivía a unos pasos de mi casa en Lima, en uno de los edificios de la Residencial San Felipe. Hasta entonces, algunos me llamaban Juan, otros Gonzalo y otros más Juan Gonzalo. Años más tarde, apenas instalado en Francia, después de mi matrícula al Conservatorio de Burdeos, constatando la dificultad que tenían los nativos para pronunciar mi nombre completo y aconsejado por Françoise —la encargada de matrículas— mi nombre devino solamente en Juan Arroyo.  

 Nunca antes había hablado ni hecho alarde de este elemento en común con Bach por pudor y por el gran respeto que tengo por su obra. Aunque en la actualidad la escritura estilística de fugas, corales y minuetos pueda exaltar el aplaudímetro de los yupis de un neo-barroco esotérico, amantes del eterno retorno y reaccionarios desilusionados del presente, soy incapaz de imaginarme a mí mismo profanando el legado del Cantor de Leipzig. Al fin de cuentas, todo esto ha sido el fruto del azar. Pensando en ello, escribí las dos líneas que inician este relato en mi muro Facebook, cerré la maleta e inicié mi periplo desde París hacia Donaueschingen. 

 Auf wiedersehen! 

 Mientras abordaba el tren de las 6:38 a.m. en la Gare de l’Est no dejaba de preguntarme por qué después de 17 años viviendo en Europa, y habiendo visitado tantos países, nunca había tenido la curiosidad necesaria para visitar Alemania. ¿Habré inconscientemente esperado una ocasión como ésta?    

 Es muss sein! 

 Poco importa. El viaje comenzó tal vez hace un par de años, cuando ella volvió a escribirme. 

 — ¡Hola Juan! ¡Soy María Alejandra! ¿Te puedo llamar?  

— Hola, ahora estoy terminando algo, ¿te puedo llamar en una hora? 

— Sorry Juan, sí estoy por comer algo, probablemente te llamaré a las 19:15. 

— Perfecto.  

La conocí en París hace más de una década. Siendo su última tarde en la capital francesa la invité a conocernos en el café Le Départ, frente a la plaza Saint Michel. Desde entonces no he tenido novedades suyas y su misterioso mensaje empezó a acaparar toda mi curiosidad. 

 

*** 

 

Su nombre es Gilles. Jeanne, nos presentó hace varios años en un concierto del cuarteto Tana en la Fundación Royaumont. Gilles es crítico musical para varios medios franceses. Desde que nos conocimos nos hemos vuelto muy amigos y se ha tomado la molestia de escuchar varios de mis estrenos. Admito que es una situación bastante paradójica, pero sin ningún conflicto de interés puesto que Gilles es capaz decapitarme de manera pública e imprevista si considera desatinada alguna de mis obras. 

Al término de un concierto en París, Gilles se me acercó. Tenía que decirme algo que me relacionaba con los Incas. Qué curioso, ¿no? Evidentemente esta no era la primera vez y con certeza no será la última que alguien quiera intercambiar conmigo ideas sobre el imperio incaico y todas las fantasías que desata en el imaginario mundial. 

— Je dois absolument te parler! 

— ¡Es una idea que te va a encantar! 

— ¡Absolutamente, tenemos que hablar! 

— ¿Qué pensarías de una obra compuesta por un peruano, inspirada en una obra escrita por un francés que se inspira en los peruanos? 

— ¿Mmm? ¿Me puedes repetir el acertijo por favor? 

— Rrrrrrrrrrrrrr!!!!  

 

*** 

 

No sé el porqué ni el cómo, pero nos tomó más de una semana volver a comunicarnos por teléfono. Su voz, susurrada y alegre, me dio el presagio de un buen desenlace.   

 — ¡Hola! ¡Cómo estás! 

— ¡A los años! ¿Qué ha sido de tu vida? 

— Querido Juan, espero que estés sentado. 

— ¿Por qué? ¿Qué sucede? 

— Te tengo que contar algo. 

— Dime 

— ¿Estás listo? 

— ¡Sí, como nunca! 

— El festival de Donaueschingen quiere encargarte una obra para la celebración de su centenario. B.G., director del festival, se comunicará contigo en las semanas que vienen. La idea es que compongas para dos ensambles latinoamericanos que se reunirán en Alemania para el estreno de tu pieza. El ensamble Maleza de Bolivia y el ensamble CG de Colombia. La obra tendrá que ser escrita para una soprano, instrumentos latinoamericanos e instrumentos occidentales. Será dirigida por Rodolfo Acosta, ¿Qué opinas? 

 

Continuará…  

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