Robinson Espinoza Sempertegui

“Tú filmas, yo pinto”

Péter Molnár

Sumario.

1. Introducción

2. Lenguaje intimista

3. El aislamiento como encuentro

4. El creador y su obra

5. Molnár y el sentido en lo cotidiano

6. El legado eterno de Molnár

1. Introducción

A veces tenemos tanto y, a la vez, tan poco. Vivimos rodeados por la saturación del entorno y el bullicio de la ciudad, que dejamos escapar esos instantes en los que lo único que queremos es observar… y nada más que observar: la luz filtrándose entre los árboles, el vaivén de las hojas o el cielo que cambia de colores, quietos y en silencio. El director Tarkövi Márton, nos invita a reconocer y a recuperar esos momentos que solemos ignorar. A través de la memoria y la intimidad de su abuelo, el reconocido pintor húngaro Péter Molnár, nos abre la puerta a ese espacio donde sus obras cobran vida.

Molnár comienza su mañana diciendo “Todo lo bello nace por casualidad.” Y tiene razón: las cosas bellas, ya sea un momento, una obra, no tienen por qué ser planificados; a veces las cosas surgen de manera inesperada, sin forzar nada, tal como ocurre con sus creaciones.

Su estudio es lo más puro y sencillo posible: paredes blancas, una lámpara, varios libros de fondo y su obra reposando en su escritorio. Luego simplemente se va y deja descansar su pieza por unos momentos, mientras su nieto captura un plano del atelier, que incluso hasta un escenario tan austero es una obra brillante, las luces tenues están ahí conviviendo como si fuera una composición salida de una revista de diseño de interiores.

“Las obras de mi abuelo son las huellas de algo. Siempre lo he pensado. Mi amigo se despega la delicada piel del alma. Y la hace visible. Estirándola. Todo lo posible. En el dibujo de los signos gráficos irreconociblemente pequeños. Que alguna vez fueron tal vez, letras. Se asientan nubes finas en la cadena de divagaciones necesarias sobre los motivos recurrentes. Por eso se tarda tanto en hacer un cuadro. De todos modos, nunca tiene prisa”                              

                                                Tarkövi Márton.

2. Lenguaje intimista

Márton Tarkövi, Ádám Tarkövi, y junto al director y productor Lluís Miñarro, logran capturar con absoluta naturalidad una atmósfera profundamente personal, permitiendo que el espectador se funda con las emociones que transmiten. Cada encuadre parece responder a un propósito preciso: en determinados momentos, Tarkövi modela la luz natural con sutileza, para luego transitar abruptamente al blanco y negro, envolviéndonos en una percepción de lo íntimo. Así, comprendemos cuándo el director busca sumergirnos en una catarsis introspectiva, haciéndonos sentir que lo que vemos es el interior de Molnár, más que una simple elección estética del fotógrafo.

El carácter intimista de la obra exige estos recursos visuales para trazar, en nuestra mirada, esa misma sensibilidad que difícilmente podría expresarse de otra forma. Y es ese mismo lenguaje el que lo impulsa a ser quien es. El tiempo deja de ser protagonista para convertirse en espectador. Aislarse en un lugar así es, sin duda, una decisión que Molnár tomó para darle extremidades, vida y alcance a sus obras.

En ese sentido, su aislamiento forma un vínculo que transforma la experiencia personal, en un acto casi ritual, la contemplación, es parte de ese mundo interior con quien dialoga. Cada espacio adquiere un significado.

3. El aislamiento como encuentro.

Tarkövi, quien narra, cuenta que su abuelo, Péter, siempre vivió en aislamiento, incluso a lo largo de sus tres matrimonios, rodeado por sus cuadros. Molnár no busca demostrar nada. Él mismo explica: “Estos (sus obras) se habrán hundido en las profundidades de las carpetas. “Ya los sacaré, luego, sí, luego… Y no los he sacado durante veinte años…” Porque siempre trabaja así, como ya ha mencionado: con cuatro o cinco obras, desarrollándose al mismo tiempo. Prefiere guardarlas durante días o meses, para luego retomarlas y mirarlas con ojos nuevos, descubriendo en ellas lo que antes permanecía oculto.

Capturar una pieza desde la inmediatez no encaja con su carácter. Molnár trabaja a su propio ritmo, ajeno a la tiranía de la prisa, y convierte el proceso en algo más profundo.

4. El creador y su obra.

Las obras de Molnár poseen una identidad inconfundible. A primera vista, parecen una distribución aleatoria de diminutas palabras sobre el papel, dispersas por toda la superficie. Esas letras, que parecen tener un sentido solo para él, conforman texturas y figuras muy particulares. Sin embargo, al observarlas en conjunto, se revela una conexión profunda con su propio universo.

Las texturas evocan grietas que se abren como una cartografía antigua; las líneas y direcciones recuerdan a la corteza de un árbol o a un laberinto de caminos agrietados visto desde el aire. Los colores remiten a la arcilla, al barro seco, al papiro frágil que parece romperse con solo tocarlo. En ocasiones, sus composiciones traen a la memoria las inscripciones sumerias.

Cada pieza transmite múltiples lecturas, pero todas mantienen un vínculo estrecho con el entorno que habita y con una esencia casi primigenia de la naturaleza.

5.  Molnár y el sentido en lo cotidiano.

Molnár se considera un hombre muy afortunado. Relata que hubo personas del extranjero interesadas en comprar sus obras, pero él siempre se negó. En sus palabras:
“Si tienes una almohada debajo de la cabeza, no hay nada de qué preocuparse. Es más incómodo sentarse en ella; pero descansar un poco, relajarse… es perfecto, ¿sabes?”No encontramos en él a un hombre atrapado en el materialismo o consumido por la locura de la fama. En cada uno de sus cuadros se percibe su talento para la sencillez, esa capacidad de transmitir paz y armonía sin necesidad de conocerlo en persona.

A ratos, menciona al Creador, mientras camina hacia unos rollos de paja, también menciona que no sabe si es una persona creyente de Dios. Se queda maravillado en silencio ante los árboles. Más tarde, lo vemos en otra mesa de trabajo al aire libre; ese momento íntimo se vuelve libre al salir de casa. Quizás la rutina dentro del hogar pueda ser un bloqueo artístico, y por ello parece saber cuándo debe entrar y cuándo salir.

A lo lejos, el canto melodioso de las aves se entrelaza con el susurro del viento, acompañando el lento descenso del sol. El cielo, en constante transformación, se tiñe de tonos rojizos, anaranjados y púrpuras, fundiéndose en una paleta cálida que abraza el horizonte. Las sombras se alargan, y la naturaleza parece contener la respiración en ese instante donde el día se despide y la noche asoma tímidamente.

6. El legado eterno de Molnár

La vida y el trabajo de Péter Molnár nos permite redescubrir la belleza en la sencillez y en la contemplación pausada de nuestro entorno cotidiano. Al escoger el aislamiento voluntario y un proceso creativo que no tiene prisa, Molnár nos muestra cómo el arte puede ser una expresión íntima del alma y una forma de conectar con el tiempo, la memoria y la naturaleza.

Aunque su trabajo parece casual y fragmentado, en realidad funciona como un mapa profundo que nos conecta con lo esencial y nos recuerda la importancia de detenernos, observar y valorar esos momentos efímeros que a menudo pasan desapercibidos. Al final, el artista nos enseña que la verdadera creatividad no reside en la fama ni en la urgencia, sino en la autenticidad y en hacer visible aquello que normalmente no podemos ver.

Solo basta con detenerse un instante y comenzar a apreciar el entorno natural tal como se presenta; quizás, en ese vasto espectro del mundo, encontremos la inspiración para nuestra próxima obra, una creación que no requiere prisa ni obligaciones. Ser artista conlleva complejidades, especialmente el desapego de lo material y el apego a lo que verdaderamente necesitamos como seres humanos. Sin duda, Molnár fue un artista único en su belleza, cuya obra deja un legado perdurable. Más allá de exhibiciones, sus piezas reflejan una admiración silenciosa; cada textura, cada material estuvo imbuido de su vida: la tierra, la arcilla, la humedad, el movimiento de la quietud, todos presentes en su entorno. Su fallecimiento marca el cierre de un ciclo, pero su arte continúa vivo, resonando en quienes saben detenerse a escuchar el susurro de lo cotidiano.

“Hay pocos momentos en la vida que nos llevan a cuestionarnos cuál es nuestro verdadero papel en la Tierra. En esas horas de hondura existencial, la mente y el corazón se desprenden de todo lo material, y solo permanecen las pocas cosas capaces de hacernos sentir una auténtica y profunda sublimidad.”

Péter Molnár (1943-2024)