Luisa Castellano
Cuando Los Juegos del Hambre apareció por primera vez en el mundo literario (2008), y posteriormente en el cinematográfico (2012), fue un fenómeno que reconfiguró cómo entendíamos las distopías, especialmente entre adolescentes. Suzanne Collins no solo nos presentó a Katniss Everdeen, una joven dispuesta a todo por proteger a su hermana, sino que también nos hizo reflexionar sobre el poder, la violencia institucionalizada y el papel de los medios en la construcción del espectáculo.
En el mundo ficticio de Panem, la represión del Capitolio se manifiesta a través de los propios Juegos del Hambre, un evento anual en el que adolescentes de cada distrito deben matarse entre sí en una arena, todo esto siendo transmitido en vivo, una especie de reality show sangriento y distópico. Más allá del castigo por una antigua rebelión, estos juegos son utilizados como estrategia para sembrar miedo y distraer al pueblo, mientras entretienen a las clases altas del Capitolio. Este uso de la violencia como espectáculo conecta directamente con ideas que han sido analizadas en la vida real por autoras como Susan Sontag, quien en Ante el dolor de los demás habla de cómo el sufrimiento, cuando se representa públicamente, puede desensibilizar y manipular a las masas, «El espectáculo del sufrimiento cautiva. Esto es una verdad, por incómoda que sea» (Sontag, 2003).

Con el tiempo, Collins expandió este universo. En 2020 publicó Balada de pájaros cantores y serpientes, una precuela ambientada en los 10° Juegos del Hambre. En ella vemos los orígenes de este cruel sistema, cuando todavía era un experimento rudimentario y mucho más brutal. Esta novela explora la juventud de Coriolanus Snow, quien más adelante se convertiría en el presidente dictatorial de Panem, pese a que pocos lectores esperaban una historia centrada en este personaje, resulta fascinante ver cómo se forja el gran antagonista de la saga original y entender las motivaciones, traumas y decisiones que lo transformaron en el tirano que marcaría el destino de toda una nación.
Este 2025, Collins regresó con una nueva novela, Amanecer en la cosecha, que se sitúa en los 50° Juegos del Hambre. Esta entrega se enfoca en Haymitch Abernathy, el único vencedor conocido del Distrito 12 antes de Katniss, y el mismo que luego se convierte en su mentor. Además, ya está confirmada su adaptación cinematográfica, prevista para finales de 2026.

Ahora bien, como una fiel seguidora de la saga desde el 2012, tengo que admitir que este libro me ha decepcionado. Para empezar, ¿Cuál es el tema del libro exactamente? ¿El poder, la opresión y la propaganda? ¿El espectáculo como forma de control? ¿El espectáculo como arma política? ¿La sumisión implícita de las masas? Me hacía estas preguntas mientras leía el libro, y es que lo que ocurre es que esto ya está representado de una manera excepcional en la trilogía original, y sé que existen tópicos que son necesarios recordar constantemente, porque como dicen “la memoria es frágil” el problema que encuentro en este libro, es en el cómo ejecutaron la historia, desde las primeras páginas, los personajes en Amanecer en la Cosecha se sienten desdibujados, carentes de la profundidad psicológica que los definía en la trilogía original. Haymitch Abernathy, quien alguna vez fue retratado como un mentor ácido, lúcido y torturado por los traumas que los Juegos del Hambre dejaron en él, aparece aquí como una versión aguada de sí mismo. Aunque la novela intenta explorar su juventud para revelar el origen de su cinismo y su adicción, lo cierto es que su evolución emocional no se sostiene, no se percibe un arco de transformación contundente ni un conflicto interno realmente elaborado, las decisiones que toma parecen más guiadas por las necesidades del guion que por una construcción coherente del personaje.

Plutarch Heavensbee, otro personaje clave dentro del universo de los Juegos del Hambre también sufre de una caracterización superficial, aquí es presentado como un rebelde improvisado, sin el cálculo ni la ambigüedad moral que lo caracterizaban en la trilogía, en la cual se lo presenta como un personaje ambiguo y astuto, cuya posición dentro del Capitolio le permite manipular los hilos de la rebelión desde las sombras. Su inteligencia política y su carácter enigmático lo convierten en una figura compleja, difícil de clasificar como completamente buena o mala. Sin embargo, en Amanecer en la cosecha, esta riqueza narrativa se pierde. Plutarch aparece como un líder improvisado, idealista y poco estratégico, cuyas acciones y diálogos parecen más destinados a facilitar el avance del argumento que a reflejar un desarrollo coherente de personaje. Esta simplificación no solo empobrece su papel, sino que también debilita el peso político de la resistencia que representa.

Resulta poco creíble que este supuesto líder del movimiento rebelde revele sus planes a un adolescente prácticamente desconocido y sin consecuencias reales, cuando le dice a Haymitch,
«— Necesitamos tu ayuda, — le dice Plutarch a Haymitch, con una sonrisa que no alcanza a suavizar su tono de urgencia. — Esto no va a resolverse pronto. Quizá se tarden varias generaciones. Todos formamos parte de un continuo […] Lo que hagamos ahora puede que no lo veamos florecer nosotros, pero será la base de algo más grande —.»
El diálogo parece forzado, como una justificación para avanzar la trama que una interacción orgánica entre personajes. Esta escena simboliza una de las grandes fallas del libro, ya que este personaje es en realidad una de las mentes detrás del todo el plan de rebelión que ocurre en la trilogía principal, esta es una de las tantas muestras de que los personajes no actúan por lo que son, sino por lo que la historia necesita que hagan.
La manipulación de los Juegos va mucho más allá de la arena. El Capitolio no solo controla a los tributos, sino que edita, selecciona y transforma las imágenes para vender un relato conveniente al público, sin importar la verdad. Cuando Plutarch admite haber “favorecido” al Distrito 12 mediante la mezcla de tomas, la novela deja entrever la naturaleza propagandística de los Juegos. Esta revelación, que podría haber tenido un enorme potencial crítico, queda subutilizada. Porque si el Capitolio puede editar la historia tan fácilmente, ¿cómo creer que la revolución encabezada por Katniss hubiera prosperado con un par de gestos televisados? La credibilidad de toda la narrativa anterior se resiente.
Una de las decisiones más desconcertantes en Amanecer en la cosecha es la forma en que se representa a Snow, ya en sus años como presidente, durante su inesperada aparición frente a Haymitch. En este encuentro, Snow aparece enfermo, físicamente deteriorado, y se insinúa que está sufriendo los efectos de un autoenvenenamiento. La situación se vuelve aún más extraña cuando Snow pide leche para contrarrestar los síntomas, lo cual hace referencia directa a su conocida práctica de envenenar a sus enemigos —a menudo comiendo de los mismos alimentos para disimular el crimen y luego tomando antídotos secretos. Esta escena genera confusión y contradicción, sobre todo cuando se recuerda que durante toda la saga original (Los Juegos del Hambre, En llamas, Sinsajo) Snow se presenta como un personaje implacable, controlador, calculador hasta el último detalle. Dejarse ver en ese estado de vulnerabilidad frente a Haymitch no solo va en contra de su carácter, sino que socava la imagen cuidadosamente construida de un dictador que jamás muestra debilidad.
«La puerta se abrió con un chirrido, y Snow apareció tambaleándose. Su piel estaba cenicienta y sudorosa. ‘¿Leche?’, preguntó, como si esperara que eso bastara para que lo perdonaran por presentarse así».

Uno de los principales problemas estructurales de Amanecer en la cosecha es su uso excesivo del recurso del cameo, que da la impresión de un mundo narrativo artificialmente pequeño, la novela presenta personajes como Effie Trinket, Beetee, Wiress e incluso los padres de Peeta y Katniss, todos enredados de alguna forma con Haymitch. Esta sobrepoblación de rostros conocidos no amplía el universo de Panem, sino que lo contrae, al forzar conexiones entre personajes cuya presencia carece de justificación contextual o narrativa.
Por ejemplo, en el libro se sugiere una relación previa entre Haymitch y Effie Trinket.
«Haymitch le lanza una mirada a Effie como si compartieran una broma antigua».
Sin embargo, en la trilogía original no existe indicio alguno de un vínculo entre ellos antes de los 74° Juegos del Hambre, este tipo de insinuaciones parecen insertadas únicamente para provocar nostalgia en el lector, sin aportar profundidad a los personajes ni coherencia al canon.
Asimismo, la inclusión de personajes como Wiress y Beetee, quienes aparecen como jóvenes tributos en la época de Haymitch, contradice lo poco que se sabe sobre su pasado y los transforma en figuras decorativas sin función dramática real:
«Vi a Beetee entre los técnicos del Distrito 3, apenas un adolescente, ya con los ojos que miran demasiado».
Estas apariciones, lejos de enriquecer el mundo, lo vuelven más estrecho y autorreferencial. Como señala un pasaje particularmente ilustrativo.
«Era como si todos los caminos se cruzaran siempre en los mismos puntos, una y otra vez».
En cuanto a las relaciones emocionales, la narrativa fracasa al desarrollar vínculos con peso dramático. El lazo entre Haymitch y Maysilee Donner, (quien es su compañera en los juegos), que podría haber representado un ancla emocional poderosa, carece de impacto, ella es uno de los mejores personajes introducidos en la historia, pero también poco aprovechado.

La historia intenta mostrar su cercanía, como aliados.
«Maysilee le tendió la mano a Haymitch, y él la tomó sin pensar. Era un pacto silencioso entre ellos».
Su muerte resulta insípida y carente de resonancia, pasa en apenas unas pocas páginas del libro, y no logra el impacto que debería tener.
«La vi caer como si no importara, como si ya supiera que eso iba a pasar».
Este momento, que podría haber sido un catalizador emocional para Haymitch, pasa desapercibido en la edición del Capitolio que la novela adopta como lente narrativa. Al no permitir que el lector sienta el dolor o la transformación interna del personaje, se pierde la oportunidad de complejizar su psicología.
Del mismo modo, Wyatt, el otro tributo del mismo distrito, es introducido como un personaje con potencial para enriquecer la historia desde una perspectiva emocional y política, pero muere prematuramente.
«Wyatt apenas tuvo tiempo de decirle algo antes de que el filo lo partiera en dos».
Su rol termina siendo decorativo, un mero instrumento para motivar a Haymitch, y su muerte resulta narrativa y emocionalmente inútil.
Además, el estilo mismo de Collins, que antes se caracterizaba por su agudeza política y su habilidad para representar el sufrimiento sin glorificarlo, se siente aquí diluido, la brutalidad que alguna vez sirvió para denunciar el espectáculo del dolor se convierte en una herramienta vacía, usada sin reflexión ni propósito. Lo que en la trilogía original generaba preguntas incómodas sobre la guerra, el poder y los medios de comunicación, aquí se transforma en un catálogo de tragedias sin resonancia ética ni emocional, su narrativa, también se siente apresurado al momento de narrar los hechos, y en ocasiones parece que solo te estuviera, enumerando acontecimientos, no se siente el ambiente sombrío y de desolación con lo que contaban sus otros libros, y en definitiva considero que ya es hora de dejar de contarnos historias sobre Panem.
En definitiva, Amanecer en la cosecha no aporta nada significativo al universo de Los Juegos del Hambre, no lo expande, no lo enriquece, y en muchos sentidos, lo empobrece. No profundiza en los personajes, no añade capas de complejidad política o emocional, y en cambio, desmantela parte de la mitología que hacía de Panem un mundo narrativo sólido, aunque intenta justificar su existencia mostrando el trauma juvenil de Haymitch, lo hace sin consistencia tonal, sin consecuencias reales y con decisiones narrativas que rayan en lo absurdo. El resultado final es un libro que se siente más como un fanfic descuidado que como una entrega legítima dentro del canon.
Bibliografía
Collins, Suzanne. Balada de pájaros cantores y serpientes. Molino, 2020.
Suzanne Collins, Amanecer en la cosecha (Madrid: Editorial Molino, 2025).
Los Juegos del Hambre. RBA, 2009.
En llamas. Molino, 2010.
Sinsajo. Molino, 2010.
Sontag, Susan. Regarding the pain of others. Picador, 2003.
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