Melody Noboa

(Una playlist para un artículo)Existe una canción para todo” es una frase que he escuchado decir a personas con las que convivo a diario; personas que no saben vivir sin los audífonos puestos o que no pueden evitar llenar el vacío del silencio con melodías tarareadas que les recuerda su mente. Es un fenómeno común; al principio pensé que se trataba de las generaciones más jóvenes, pero luego caí en cuenta de que mi madre no puede manejar por las calles sin repetir su lista de reproducción de reggaetón viejo o que nada mejora más el humor de mi tía que una canción de Américo. La música es global, completamente ajena de edades, géneros o estatus sociales; si la canción te mueve, la disfrutas y si la gozas, tu día se mueve a una frecuencia, existe la posibilidad de un cambio significativo en tu día gracias a algo tan simple y accesible. 

El enfoque que planeo perseguir con este texto se inclina más hacia la música que escuchamos durante la creación.  De hecho, irónicamente, porque es aquel punto que busco explorar, me encuentro escribiendo estos primeros párrafos con “Sadistic” de Project Jasp.er que constante interrumpe mi tren de pensamiento. No hablo tailandés y la letra no es suficientemente relajante como para que cuente como material de escritura; no obstante, es inevitable escucharla. 

(Sadistic – Project Jasp.er)

La música me mantiene sentada y me obliga a seguir tecleando mientras mi cabeza se balancea al ritmo de una melodía que me transforma en una serpiente hipnotizada por una flauta. Es tan curioso que la pregunta se transmite por sí sola: ¿Por qué necesitamos canciones para realizar tareas tan simples como cocinar o tomar una ducha? ¿Cuál es la razón detrás de aquella profunda necesidad de llevar los audífonos puestos para una caminata de diez minutos? Y mucho más importante, ¿qué hay en la música que nos mueve a integrarla en nuestros procesos creativos, específicamente durante la lectura y la escritura?

Si fuera a preguntarle a la ciencia, la explicación sería sencilla. Resulta que la música provoca un sinfín de reacciones químicas en el cerebro; estimula la producción de dopamina y cortisol, activa la parte izquierda y derecha del cerebro simultáneamente, coordina ciertas partes del cerebro que manejan el área para facilitar la concentración, ahoga los sonidos poco soportables para personas introvertidas sobre-estimuladas. 

Si me hiciera la misma pregunta como persona que escribe, señalaría el hecho de que, si alguien busca regular su estado de ánimo, las canciones que escucha tienen toda la potestad de cambiar el rumbo de lo que piensa y siente. Lo mismo sucede cuando se lee. La música toma el trabajo de ambientar el escenario; un lector cual sea el lado de la página en que se encuentre— que elige una canción para moverse entre las letras va a reaccionar diferente anímicamente a uno que opta por silencio. Por ejemplo, no estaría igual de animada escribiendo este párrafo sin música a comparación de como lo estoy haciendo mientras escucho “Nonstop” de Hamilton.

(Non-stop – Lin Manuel Miranda, Hamilton)

La música no solo limita sus efectos al estado de ánimo que se necesita para emprender aquel viaje entre las palabras, sino que tiene grandes repercusiones cognitivas. Si nos damos una vuelta a través de la poderosa historia sobre la cultura y vidas esmeraldeñas que se encuentran en Fiebre de Carnaval de Yuliana Ortiz Ruano nos encontramos con que la autora ha hecho uso de varias canciones para mover el curso de la historia y fuera mucho más significativa para el lector desde el punto de vista del sonido.

A la hora de contarnos cómo Ainhoa aprende a bailar con el ñaño Jota, la canción “Aquí el que baila gana” de Van Van es como si se pudiéramos escucharla con ella: «Esto no tiene ciencia, mija. Vamos. Y dos y dos y dos y eso. Así, adelante, mija. Sin vergüenza que con vergüenza no se llega es ni a la esquina». El sonido de la marimba y el conteo de los bailarines de fondo aparece en la mente como un recuerdo de la protagonista mientras bailaba en la calle para procesar de alguna forma que su ñaño Jota había muerto. Lo mismo sucede cuando la narradora le cuenta al lector cómo bailaban todos “La vamo a tumbar” durante el carnaval. Mientras leía la novela de Ortiz solo tenía que colocar la canción y cerrar los ojos brevemente para imaginar las paredes vibrando y los pies descalzos saltando sobre los muebles, los aplausos que sonaban y las risas de los personajes a pesar de que la casa pronto iba a ser derrumbada. Es casi mágico aquel poder que se genera cuando se mezcla la música con la literatura, parecen combinaciones casi estratégicas. 

(Aquí el que baila gana – Juan Formell y los Van Van)

Noté, mientras leía Fiebre de carnaval, lo mucho que significa la música para la comunidad y la cultura retratada en la novela. Al pasar las páginas fui invadida por una inmensa sensación de calidez; formé parte de una comunidad donde el carnaval y las canciones que explotaban las bocinas contaban con el increíble poder de reunirlos a través de la melodía. Leer lo que significa para Ainoha y para las personas a su alrededor me recordó a mis propias experiencias con la música; las recomendaciones que he recibido, los vínculos que he formado a través de ella, las amistades que he encontrado, el entendimiento que brinda a varias almas en la misma situación. Algo tan simple como una melodía puede reunir a las personas indiferentemente del lugar del que provengan, la apariencia que tengan o el idioma que hablen. Mientras escribo y escucho “Quarter Life” de TOMORROW X TOGETHER, me doy cuenta de que, en términos musicales, todos somos capaces de compartir una misma voz.

Al leer a sobre personas celebrando en el carnaval, bailando al ritmo de una melodía que podría tumbar la casa, me dan ganas de escribir sobre mi propia visión de una fiesta, impulso que me invadió durante la lectura; una canción en particular vino a mi mente y casi podía ver las letras ser escritas frente a mí mientras imaginaba la escena simultáneamente. Un fenómeno del que no creo que se habla lo suficiente es el peso que tiene la música a la hora de desarrollar una idea sobre un papel o archivo de Word. 

Quizás no conozca a María Auxiliadora Balladares personalmente, ni estoy cerca de tener las habilidades para plasmar poemas tan hermosos como los que se encuentran en Acantile duerme piloto, pero, mientras leía la obra, me permití fantasear con cada canción que aparece al inicio de los poemas. Me pregunto cómo debió sentirse al escribir “No todas aman el sol” con “Who loves the sun” de The Velvet Underground de fondo, el ingenio que se debe tener para relacionar versos de una canción y darle una respuesta con una composición poética. 

(Who loves the sun – The Velvet Underground)

Probablemente me equivoco al asumir que ocurrió así, pero me gusta creer que la relación que existe entre la música y la inspiración creativa se ha visto mucho más reflejada en las últimas generaciones. Los jóvenes no pueden vivir un solo segundo en silencio, lo cual no es del todo negativo si tomamos en cuenta la cantidad de obras que han surgido gracias al brote de inspiración que se propaga gracias a una canción. En el 2017, L. J Evans publicó My life as a country album, inspirándose en la canción Begin Again de Taylor Swift y usando canciones de esta artista para titular cada capítulo; en el 2019, Rivers Solomon, Daveed Diggs y otros autores publicaron The Deep, un libro de fantasía y ciencia ficción que toma la canción The deep de Clipping como inspiración; en el 2020, Andrew O’Hagan publicó Mayflies ambientado por música de los ochenta, permitiendo a los lectores formar una playlist con canciones de McCarthy, Joy Division, The Smiths, entre otros. Tampoco es inusual encontrar obras en AO3 inspiradas en canciones y videos musicales o que varias obras incluyan QRs con playlists de las canciones que el autor escuchó mientras escribía o que utilizó como referencia para la obra. Personalmente, de no ser por el brote de inspiración que me provocó “Destroy Love” de Khaotung Thanawat, no hubiera podido escribir ni una sola palabra coherente para mi examen creativo de Literatura Medieval, del Renacimiento y del Barroco.

(Destroy Love – Khaotung Tharawat, The Heart Killers OST)

No debería ser una sorpresa lo mucho que influye la música en cada uno de los aspectos de la vida de las personas, sean estas reales o personajes de ficción. Como mencioné al inicio de este texto, existe una canción para todo. Mientras exista una melodía, un artista y su instrumento, prevalecerá la validación humana de ser comprendido. Una canción puede empeorar o sanar la tristeza, animar a las masas, volverse una pieza clave para una memoria central, acompañar a una persona a lo largo de su recorrido a la superación personal, la visualización de una historia sin igual o un simple viaje en carretera. Cada individuo puede entenderse a través de la música que escucha, gracias a ella deja ver una marca permanente, pero fluida, de lo que conforma su identidad. 

Me parece chistoso que, de todas las canciones que estuve escuchando durante mi escritura, vaya a terminar con “Dead Girl Walking” y “Candy Store” de Heathers, una seguida de la otras. Me causa gracias específicamente porque son canciones que no me aportan más que una loca y extraña urgencia de participar en un musical cuando no tengo el talento necesario; sin embargo, quiero pensar que ha quedado claro a lo largo del texto que la música no debe tener sentido para cumplir su objetivo de inspirar y mover a las personas. Puede que sea impredecible, pero ¿acaso no es el punto de la música que fluyamos con ella y descubrir a dónde nos lleva? No es necesario cuestionarla, solo debemos cerrar los ojos, sujetarnos al papel y dejar que haga su magia. 

(Heathers: The Musical – Off-Broadway)