Xavier Ayala Robles

El joven Jorge Luis Borges creía que el uruguayo Horacio Quiroga era un mal cuentista. Pero, el otro Borges, el anciano, reconocía que algo tenían esos cuentos que uno nunca podría olvidarlos. Esta última declaración refleja la sabiduría de los años. Hoy en día Horacio Quiroga es reconocido como uno de los pilares de la narrativa latinoamericana, sobre todo en el género del cuento. La declaración de Borges me recuerda al documental de Javier Izquierdo, Augusto San Miguel ha muerto ayer. No puedo decir, como Borges, que Izquierdo sea un mal director, al contrario, pero sí puedo aseverar que su documental es una experiencia que difícilmente uno podría olvidar. Como obra audiovisual formal esta es su ópera prima, y se nota un trabajo prolijo en la investigación. Realizada en el año 2003 y restaurada en el 2018 por Ostinato Cine, Javier Izquierdo pone en la palestra pública a un personaje, que no merece la maldición del olvido. Su documental ha sido proyectado recientemente en conmemoración por los 100 años del cine ecuatoriano. ¿Por qué cien años? Precisamente, por Augusto San Miguel.

Los cuarenta y cinco minutos de duración no tienen desperdicio. En mi caso, me quedé sentado en la butaca hasta los créditos, absorto por el efecto que me generó. La obra inicia con una breve toma de un hombre bien vestido de inicios del siglo XX. Esta persona se encuentra frente a un trípode que sostiene algo parecido a una cámara cinematográfica antigua. El personaje se agacha y acciona la cámara, es Augusto San Miguel encarnado por Enrique Vivanco. Luego aparece otra escena, pero de inicios del siglo XXI, es del Cementerio General de Guayaquil con una multitud aleatoria que va camino al entierro de uno de sus muertos. Ya sea un guiño o no al inicio de Rescatando al soldado Ryan de Steven Spielberg de 1998, el espectador ya sabe que algo le será revelado, y que aquel descubrimiento no será superfluo. Después vemos en escena al investigador Hugo Delgado Cepeda, un ecuatoriano poseedor de grandes reliquias del personaje: “Yo lo conocí cuando tenía una carpa de lona para espectáculos de variedades, en la calle Chanduy, ahora llamada García Avilés y Aguirre. Yo recuerdo que el espectáculo consistía en varios números de todo tipo, del tipo humorístico, etc. Pero el público no le respondía”.

El documental retorna al cementerio y de toda esa multitud que vimos al inicio, solo queda viva una persona. Se dice que no morimos cuando nos recuerdan, pero, ¿y si esa única persona que lleva la antorcha de la remembranza desaparece? Como las “ánimas” en la poesía de Gustavo Adolfo Becker que no pueden descansar por el improperio del olvido; Augusto San Miguel no merece que lo difuminemos en la retina de la memoria nacional. En su intento por reconstruir su imagen, el historiador, Rodolfo Pérez Pimentel, menciona las características físicas del personaje: “Medía un metro noventa de estatura, no era un sujeto que pasaba desapercibido”. Y no lo era en lo absoluto y no solo por su estatura. Hugo Delgado y Rodolfo Pérez, junto a algunos parientes vivos del cineasta, aportan datos y anécdotas históricas de Augusto San Miguel Reese. En el film conocimos que era de tez blanca y de cabellera rubia, su madre era una francesa que se casó con un acomodado abogado guayaquileño. Era hijo único con una personalidad potente, inquietante y extrovertida.

Se sabe que en su adolescencia fue expulsado del colegio por pegarle a un profesor, por lo que solo estudió hasta el segundo año de secundaria. Su padre murió cuando Augusto tenía dieciocho años de edad y lo primero que hizo con la herencia de su padre, alrededor de dos millones de sucres, fue comprarse una cámara cinematográfica y fundar la Ecuador Film Company. Sí, señoras y señores, en la segunda década del siglo XX en Ecuador ya había una industria del cine. Que la misma no haya prosperado es tema de otro estudio, pero empezó a existir, aunque sea en sueños. Gracias a la memoria viva que queda y que aborda el documental, nuestro ínclito personaje logró producir la primera película ecuatoriana, cuyo título fue El tesoro de Atahualpa, estrenada en Guayaquil el 7 de agosto de 1924 en los cines Edén y Colón. Luego, esta ópera prima, de quien San Miguel era director, actor, guionista y productor, se la proyectó en otras ciudades del país. De allí viene los cien años del cine ecuatoriano, 1924-2024.

Hay registros publicitarios en el diario El Telégrafo, así como de otros medios impresos de aquel tiempo: Hoy 7 de agosto. Teatros Edén y Colón, estreno simultáneo. La película nacional, de argumento, panorama, costumeres, ambiente y artistas nacionales. “El tesoro de Atahualpa”, la primera película nacional que se presenta en la pantalla cinematográfica. Iniciación de nuestro arte mudo. Luneta: $2,50 Galería 60 ctvs. Y en medio del anuncio, se puede ver el escudo nacional del Ecuador. Era un día festivo, sin duda alguna. Era la época del cine mudo. En el mismo anuncio se ve relegado en la parte inferior otro estreno: En nombre de la ley, una cinta estadounidense dirigida por el famoso director Emory Johnson. Pese al éxito en su estreno, debido en gran parte a la publicidad, no se cosecharon mayores réditos económicos. Según Rodolfo Pérez esto se debió a lo costosa que fue la producción, por el tiempo de su realización y por la generosidad innata de Augusto con el personal de su película. Pese a ello, la Ecuador Film Company pudo realizar dos películas más: Se necesita una guagua y Un abismo y dos almas. De allí la productora cerró sus puertas.

A lo largo del film escuchamos la voz del director Javier Izquierdo: “Hacer un documental sobre un cineasta olvidado cuyas películas desaparecieron no es tarea fácil”. Hasta el día de hoy no se han encontrado las cintas cinematográficas de San Miguel. Debido a la volatilidad del celuloide, sumado a su inflamabilidad, mantener este tipo de material a través del tiempo es extremadamente complejo. En el documental nos dan a entender que la pérdida de los rollos de esta película muda puede ser tomado como un sacrilegio. “Este es un país donde todo se pierde yo recuerdo que en el año 49 hubo un inmenso incendio”, afirma Rodolfo Pérez. Haciendo mi propia investigación para esta crítica, he llegado a saber que conservar estos productos es una tarea complejísima. La otra película estadounidense que se estrenó en Guayaquil, En nombre de la ley de 1922, tampoco sobrevivió en el tiempo. Según la Librería del Congreso de los Estados Unidos, no hay registro de ella más que la publicidad y los comentarios de la misma en los medios impresos[1], tal cual pasó con El tesoro de Atahualpa. Según The Film Foundation[2], una organización estadounidense: “Más del 90 por ciento de las películas realizadas antes de 1929 se han perdido para siempre”.

Si en Estados Unidos, que cuenta con una industria multimillonaria, pasa eso, qué se puede esperar de nuestro país. Es interesante conocer el mito alrededor de los rollos cinematográficos de Augusto San Miguel, los mismos que aborda el documental. “Que Augusto quiso ser enterrado con ellos”, dicen. “Que fue su madre la que quiso ser enterrada con ellos”, dicen otros. Se obtuvo permiso de un descendiente de Ana Reese, madre de Augusto San Miguel para verificar en su tumba si había algún vestigio de los rollos cinematográficos de su hijo. La cámara de Javier Izquierdo se adentra a la tumba y no encuentra nada. Si acaso hubo algo allí, nunca lo sabremos. La gestión y permiso para abrir la tumba de Ana Reese es uno de los aspectos sobresalientes del documental. Luego vienen los puntos de vista de Cepeda y Pérez. El uno lo eleva a San Miguel como a un visionario y “Quijote”, pionero del cine del país. El otro, menos elogioso, afirma que fue un joven rico que aprovechó la herencia de su padre para comprarse un juguete. Que hizo unas cuantas películas para luego irse a Europa y darse a la “chupadera” en lugar de estudiar cine.

Las palabras de Izquierdo, en torno a la polémica entre los historiadores, son más salomónicas: “Un abismo y dos almas fue la última película de San Miguel, después todo es borroso. ¿Cuándo se fue a Europa? ¿Se habrá llevado las películas con él? ¿Por qué dejó de hacer cine, San Miguel? No hay respuestas claras para estas preguntas. ¿Será que inventamos leyendas para llenar ausencias?” Pero al pan, pan y al vino, vino. Sea como fuere se hizo justicia. El 25 de mayo de 2006, en el gobierno de Rafael Correa, Raúl Vallejo, el entonces ministro de educación, declaró el 7 de agosto como el Día del Cine Ecuatoriano. Fue el 7 de agosto de 1924 cuando se estrenó El tesoro de Atahualpa. Se sabe poco de su trama: quizá un indígena que le obsequia una especie de mapa a un doctor, por haberlo curado y por haber sido bondadoso con él. El mapa contenía la ruta al legendario tesoro de Atahualpa. El protagonista y su esposa se embarcan en una aventura en la búsqueda del mencionado tesoro. Para ello, deberán de viajar desde la costa a la sierra para lograr su objetivo.

Pese a no contar con un mega presupuesto, el documental de Javier Izquierdo cumple con las expectativas. De hecho, ya se ha convertido en una pieza fundamental en la historia del cine nacional. La banda sonora está a tono con la solemnidad del tema y es otro de los puntos fuertes de la cinta. Estas iniciativas, en la cinematografía ecuatoriana, logran resucitar la memoria en nuestro país. Augusto San Miguel cobra vida otra vez gracias al trabajo de Javier Izquierdo. Como diría el historiador Pedro Saad, abordado también en el documental: “Vamos a comenzar por las partes obvias. Blanco y negro, formato tres por cuatro, cincuenta minutos de duración. El año veinticuatro, todavía dieciséis cuadros por segundo. Las figuras humanas un poco brincaditas. Muda, muchos primeros planos, actuaciones absolutamente teatrales, grandes gritos. Muy contrastado fotográficamente, pocos paneos, ningún tilt, ningún travelling. Actuaciones de parejas con gestos amplios, teatrales. Un beso furtivo, cubierto de la cámara. Una muerte cargada de aspavientos, de gritos. ¡Qué ganas de verla! ¡Qué ganas!”.

Por el documental sabemos que hubo controversia por la fecha de su fallecimiento, ahora sabemos que murió el seis de noviembre de 1937 a los treinta dos años de edad. Un joven, que monta una empresa cinematográfica en un país en vías de desarrollo, en una época de crisis económica debido a la plaga del cacao; sumado a ello, un mundo que recién se estaba levantando de la Gran Guerra, conocida después como la Primera Guerra Mundial, es de genios o es de locos. Augusto San Miguel fue un genio por atreverse a emprender algo maravilloso en condiciones complejas. Augusto San Miguel fue un loco por perder todos sus recursos en una empresa destinada, desde sus inicios, al fracaso. Se dice que su última película Un abismo y dos almas se iba en contra de los terratenientes y hacendados de la sierra ecuatoriana por el maltrato a los indígenas. En aquella película se podía visualizar a un indígena vengándose de su patrón con un cuchillo. Hacer eso en 1924 no era algo de locos sino de re-locos. Augusto San Miguel, un hombre fuera de época, no podemos asegurar si fue un genio, un loco o un re-loco. Lo que sí se puede afirmar es lo genial que resultó el trabajo de Javier Izquierdo.

Documental completo:

 

 

[1] https://www.loc.gov/programs/national-film-preservation-board/preservation-research/silent-film-database/

[2] https://www.film-foundation.org/columbus-dispatch