Por Cristian Euvin
Entrando por la puerta
Lolabúm es una banda quiteña que tiene casi 10 años de trayectoria musical, una banda que recién en el mes de marzo del 2023 sacó su quinto álbum, el primer álbum piscis de la banda (esperemos que vengan más de esos). Cuando escuché por primera vez el disco, eran las 08h00 del 17 de marzo, estaba paseando a mis perros, el sol pegaba rico y la música pegaba aún más sabrosa. Había esperado casi 3 años por un nuevo albúm de Lolabúm y la espera valió la pena. La banda ha dicho en distintas ocasiones que “Muchachito Roto” es el sucesor espiritual de “El Cielo” su primer disco. Sin embargo, para mí, es una secuela directa de “VAFDA” (Verte antes de fin de año) y “O clarividencia” su disco doble. Mi interpretación es que el narrador de los discos anteriores es el mismo que se encuentra cantando las 11 canciones del nuevo álbum; una voz que estuvo sin cuerpo en el álbum doble y ahora cual muchachito roto ha tenido que repararse, casi cyborgicamente, y pegar sus piezas con caramelo, melosa melcocha que se embarra, le caga la vida y le entrega una corporalidad dulcemente. O al menos así me siento yo cada vez que escucho “Muchachito Roto».
Si pudiera decir algo sobre Lolabúm, diría que a pesar de llevar 5 años escuchando su música y viéndolos cambiar, no puedo determinar el género musical al que pertenecen, porque no lo sé. Pero así se disfruta más, porque es definitivamente un grupo del que es mejor no saber cosas, sino más bien sentirlas. Como motivo del lanzamiento de su nuevo álbum “Muchachito Roto” anunciaron en sus redes sociales que el 4 de abril estarían por estas tierras cálidas guayaquileñas para presentar una sesión de Escucha y concierto del nuevo disco.
Llega el 6 de abril, son las 10h00 y el Techo (Martín Erazo, bajista de Lolabúm) me escribe por el Instagram a preguntar si puedo ayudar vendiendo merch en el evento de la banda que va a ser esa noche en Paradox. Yo, contento y mugriento como de costumbre (acabo de salir del gym), le digo que ahí nos veremos. Me preparo para ayudar a Lolabúm —la banda que me hizo querer crecer para poder cantar con ellos «mayor de edad desde hace años, la vida ya no mejora»— y, para mi suerte, estoy disponible para acolitarles como parte del staff. Esa es mi forma de pagarles una de esas deudas que uno nunca se da cuenta que tiene pero que igual quiere saldar. El evento empieza a las 19h00 y yo tengo que estar allí 18h30; llego 18h32 y no soy ni siquiera el primero. Ya hay 3 personas en la puerta esperando a que abran. Espero unos 10 minutos para que me dejen pasar, y solo veo más y más personas junto a mí —unas cinco, para ser exactamente inexactos—. El Techo baja a recibirme, saca la cabeza por la puerta principal, mientras la gente lo saluda se emociona al verlo: nuestra gran celebridad local, nuestra, de nosotros. “Si la palabra nosotros existe es para que podamos usarla”[1]. Entro, saludo y me ponen en la puerta, al final no vendo merch, sino que cobro la entrada.
El final, que nos lleva al inicio, hizo que converse con el guardia, el bodi, un man recién contratado que no conocía a la banda, pero sí conocía cómo sacar a la gente cuando se pone belicosa, o al menos eso fue lo que me dijo. Él puso la disciplina, yo solo cobré y di el vuelto. La tarea era sencilla: anotar nombres, anotar cédula y anotar cuánto daban; la gente, por su parte, entraba y hacía la columna, pacientemente, musicalmente. Entraban los aesthetic con sus tonos pasteles, estos que siempre parece que recién salieron de la ducha, recién se peinaron y que nunca transpiran; entraban los punketos, siempre amables y con sus colores oscuros y sus prendas llamativamente negras; entraban los recién salidos del camello que sin color alguno que los identificara sino un cansancio que se evidenciaba en su uniforme, hacían gala de su presencia; y entraban los de siempre, los indi, esos que tienen un caminar distinto, un tonito en la voz que los separa del resto, como si tuvieran una tarea pendiente, una misión o un sueño por cumplir. Todos paseando sus identidades, algunos fumando yerba antes de subir, algunos esperando en la puerta a un pana, pero todos sorprendiendo al guardia, porque habían llegado puntuales un jueves con toque de queda, con solo dos días previos de aviso, pagando sota ($10,00) por la entrada y solo para ver a una banda, que no era una banda, sino dos chicos quiteños (qué digo chicos, dos muchachitos rotos, Pedro Bonfim y Martín Erazo), que no prometieron un concierto, sino algo más sencillo como escuchar su nuevo álbum y conversar, y repitiendo lo que se dice en el mundo de lo escénico “menos es más” y este fue un claro ejemplo de aquello. A las 19h34 me sacaron de la puerta para que vaya a ver la sesión de escucha que estaba a punto de empezar y, así nomás, empezó. La dinámica era sencilla, ponían una canción del álbum y de ahí se ponían a responder preguntas del público. Sonó primero Ecuaboi, se habló de su influencia musical, y aquí es donde podría detenerme a hablar de cada una de las canciones que sonaron y qué se dijo de cada una de ellas, pero la verdad es que no estaba preparado para hacer una reseña en ese entonces, y la verdad es que tenía a un amigo perdido por la perimetral, y en el fondo sería aburridísimo (al menos para mí) hacer ese desglose. Este texto no se trata de eso, aún no sé de qué se trata, pero si me permiten aún más libertad de la que ya se me dio, acá empiezo.
Lo que se habló de Muchachito Roto
Muchachito Roto es un álbum que, parafraseando a Pedro Bonfim (Pedrito para los amigues) se escribió casi que por instinto, con canciones que se hicieron en una noche, o hasta en una chupa, como fue el caso de Nidi. Se puede decir que esta fue la canción que inició lo que iba a ser al final Muchachito Roto. Una canción que se hizo bajo la tarea de “hacer algo que le guste a Bad Bunny” demostrando lo fuerte de la influencia del conejo malo en nuestra música local, pero no solo de él, sino que, siguiendo con el albaricoque y el mondongo, los muchachitos rotos nos hablaron de Los Hermanos Diablo, Ariana Grande, Rosalía, Biorn Borg, Macho Muchacho y, como ya era de esperarse, de Polibio Mayorga, quien se ha vuelto una presencia importante en la música de Lolabúm desde los álbumes pandémicos “Verte antes de fin de año” y “O Clarividencia”. Lo más probable es que se haya hablado de otros músicos, de ley paso por alto algunos nombres debido a mi falta de atención o mi falta de lápiz y papel en el momento. Se habló del amor, se habló bastante del amor, y sobre todo del quehacer artístico. Una labor que, se dijo durante el evento, consistía en robar, saber a quién robarle y qué hacer con lo robado. El techo dijo algo que a mí me tocó en lo más profundo de mi inexperiencia: “Ser adulto es saber a quién imitar”,y ellos dicen que su música es pura imitación. Pedrito dijo al respecto que todos imitamos a alguien más, por lo que hacer música o hasta hacer arte no está tan lejos de la misma experiencia de la vida. Todos imitamos el comer, el andar, el cantar, el hacer y por ahí terminamos haciéndolo nuestro. Se cantó en vivo Alegrías Computables canción que primero fue un poema, y también se cantó en vivo Crymen, la canción que cierra el álbum, porque el Ecua-boi del inicio se convirtió en un Cry-men.
Saliendo por la puerta
El evento cerró escuchando Ciudad Espanto, la gente se levantó a comprar la merch, que eran las medias de Lolabúm a $12 el par y postales de Muchachito roto a $1. Necesitaban pluma, así que corrí a buscar una a la entrada principal, la misma que usaba para anotar las cédulas y los nombres. Se firmaron las postales, la gente se tomó las fotos —yo también me tomé unas para el recuerdo—, el público abrazó a los quiteños más guapos de la habitación. Yo también lo hice, y de pronto la gente comenzó a irse, poco a poco, dejando que la sala respirara, dejando que el frío del aire acondicionado se intensifique pues tenía cada vez más espacio para recorrer. Yo solo espero que la gente que estuvo y después se fue, se haya ido con la misma sensación con la que me fui yo, inspirados a crear, porque es divertido, y porque se puede conseguir, como lo diría Lolabúm en alguna canción, “local y dignamente.”
[1] Como dice la banda, como dicen sus canciones.