Por Isaac Morillo y Yo
En este país la gente es tan elástica.
—Mala Rodríguez
Quitofest 2022
Volviendo una vez más a los eventos culturales. En esta ocasión, teniendo a Isaac como único estandarte a la disolución de lo que pudo haber sido la secuela del dúo dinámico de Karl Marx y Friedrich Engels ecuatorianos con Luis. Nos encontramos dentro de un nuevo festival, quizá ya no buscando (del todo) una guía de cómo reseñar 2666 durante un veredazo, título que se planteó dentro de la anterior reseña del Funka Fest 2022[1]. En esta ocasión, sin pensar en la obra del autor chileno, sino más bien en el libro que tenía Isaac en su maleta, este texto tenía la intención de titularse «Guía para hacer una reseña de Los papeles salvajes durante el Quitofest 2022», en donde se pone en evidencia su manía por llevar a este tipo de eventos libros excesivamente grandes y pesados. De todos modos lo abrimos y comenzamos a reseñar, citar y comentar lo que nos dijo Luis —en su ausencia— respecto a la obra, que no eran más que quejas y disgustos a la escritura de Marosa Di Giorgio, por otro lado, ambos coincidimos respecto al ritmo de Can Can que el libro (que no es más que la obra reunida de la escritora uruguaya) tiene más sentido leerlo en la sierra, bajo la noche del parque Itchimbia y al sound del lugar, que en Guayaquil, porque allá, imágenes constantes como el bosque, se llegan a perder y tergiversar dentro de una ciudad tan gris y carente de naturaleza. Dudo que allá sepan lo que es un árbol, dijo Isaac. Acto seguido nos reímos y continuamos charlando.
Isaac tenía planeado este viaje desde antes de empezar el semestre, nos había comentado tanto a Luis como mí sus intenciones de ir a Quito y revivir el desmadre propiciado del anterior año. Según cuenta, se vio manifestado por excesos, bailes, chivas y vidrios de vehículos rotos en la Shyris, avenida donde se aglomera la gente durante las fiestas para beber canelazo y hacer escándalo, ocasionando por casi cinco días un descontrol que ni la policía ni nadie puede parar. Tomando en cuenta esto como primicia, es decir, curiosidad, tomé la iniciativa de viajar con él y disfrutar de lo que imaginaba como un trayecto de lagunas mentales y situaciones de las que me arrepentiría luego. No fue del todo así. Coincidentemente, en esas mismas fechas se iba a realizar el Quitofest de manera presencial y tras dos años de ausencia, en donde, debido a la pandemia, se vio en un principio suspendido y luego virtualizado, lo que hacía de esta edición presencial algo icónica, porque significaba el regreso de uno de los festivales gratuitos más importantes del país y porque tendría como sede el parque Itchimbia, un golpe a la nostalgia, debido a la historia que relaciona este espacio con la música nacional, principalmente por el mismo Quitofest que, en ediciones anteriores, había abandonado el Itchimbia y se había trasladado al parque Bicentenario o mejor conocido como el Antiguo aeropuerto, porque en este caben una mayor capacidad de personas.
Pensamos en aprovechar este viaje más allá de la farra y nos planteamos la creación de una reseña entorno al Quitofest 2022. Al ser un evento gratuito, sabíamos que Fernando —nuestro jefe en el blog— no nos iba a dar mayores pautas para la creación de esta reseña; no se requería pases de prensas ni nada por el estilo, solo asistir. De todos modos nosotros poníamos de nuestro dinero para viajar a la capital y la familia de Isaac nos recibiría. Todo parecía tan fácil.
Tras ocho horas de viaje llegamos a Quito a falta de un día del festival. El papá de Isaac nos recogió de la terminal y llegamos a su casa. No conocí a ningún otro familiar más que a su viejo, debido a que sus hermanos y madre se encontraban trabajando o en el colegio. Nos dieron de desayunar, charlamos un poco sobre la universidad y nuestras intenciones de ir al Quitofest, a pesar de que no teníamos muy claro el line up, más allá de unas cuantas bandas nacionales como La madre tirana, Miel, Can Can y (de manera internacional) la Mala Rodríguez, cantante española de gran trayectoria en el rap y reciente en el reggaetón, lo que le hacía interesante. Durante ese primer día no hicimos mucho, fuimos a una librería de viejos a ver si teníamos suerte intercambiando libros, pero a vista de que eso no se podía, terminamos robando unos cuantos, entre ellos El cristo feo de Alicia Yánez Cossio, el cual —considerando que ahorita lo estoy leyendo—, es un texto de mi agrado y me gusta la manera en cómo se resuelve este diálogo entre una señora de servicios domésticos y Cristo, representado en un crucifijo —como dice en el título— muy feo. Durante la noche fuimos a la Shyris con unos amigos de Isaac y pude ver en carne propia lo que significaban estas fiestas para esta ciudad, nada que ver con lo que se vivió en Guayaquil el nueve de octubre.
Ya de mañana, con los estragos de la mala noche y los canelazos, nos fue algo difícil empezar el día de manera óptima. Creo que lo mejor que llegamos a hacer fue uno que otro examen, como también leer y ver algún partido del mundial, de ahí, un poco más caída la noche, Isaac me llevó a conocer su barrio y su madre nos invitó a comer unas tripas mishky con cuero y caldo en una hueca en el centro de la ciudad, las cuales estuvieron muy buenas, a pesar de no estar acostumbrado a ese tipo de comida. Lo único malo de todo esto era que el Quitofest se nos estaba yendo encima, había empezado —según el cronograma— a las doce del día, y para el momento en el que estábamos comiendo, ya eran las casi ocho de la noche. Varios amigos de Isaac le comenzaron a llamar, había cierta impaciencia por nuestra impuntualidad al evento, pero la verdad no era algo que nos preocupase, tal vez por la muy mencionada «hora ecuatoriana» que tiene más mal acostumbrada a la costa que a la sierra, pero no sé, si nosotros ya estábamos tarde, por ley había otra persona que se estaba demorando aún más. Igual, de todas las bandas que queríamos ver en el festival, sobresalían más que nada la Mala Rodríguez, La madre tirana y Cometa sucre, quienes se presentarían más tarde. Terminada la merienda, la madre de Isaac nos llevó al Itchimbia.
A diferencia del Funka, aquí no tuvimos que saltar vallas ni correr de nadie. Entramos por la puerta grande, siendo requisados hasta el alma y con la preocupación de habernos perdido de alguna banda de nuestro interés, debido a que una guardia de la entrada andaba gritando que la Mala ya se había presentado y por ende estaba finalizando el festival, lo que era una sorpresa debido a la hora, como a su vez se gestó cierto temor por no poder realizar esta reseña o terminar nombrándola «Guía para hacer una reseña de Los papeles salvajes durante la salida del Quitofes 2022 debido a que llegamos tarde por quedarnos comiendo tripas mishky con cuero y caldo», pero por suerte no fue así. Para el momento en el que entramos, nos dimos cuenta de que el evento, a diferencia del Funka Fest, no se presentaba como un centro comercial enorme, no había locales de bebidas, comida, recuerdos ni nada, solo se encontraba la tarima, el área de baños y unos que otros señores escondidos vendiendo cigarrillos y canelazos. Es curioso pensando que ambos eventos fueron gestionados por la municipalidad de sus respectivas ciudades, se volvieron en el reflejo exacto de lo que sus gobernantes promueven, por ejemplo: con Santiago Guarderas como alcalde de Quito, podemos pensar en que esto no fue una prioridad para él y adquirir el voto juvenil tampoco, lo único que le importa es terminar el metro durante su alcaldía, gesta por la que ya han pasado tres o cuatro alcaldes. Pero, a pesar de no prestar atención a los eventos y fiestas de su ciudad, se encargó de realizar conceptos y discursos que justifican y dan un golpe con guante blanco al consumismo excesivo que defiende otra ciudad.
La música se crea más allá de las exigencias del mercado, se construye por necesidades apremiantes que guardan relación con los anhelos de los primeros humanos: comunicarnos para unirnos, unirnos para movilizarnos. Es así como el gesto primordial de la música es Dar. Si bien la música depende del impulso y el tiempo humano, también podemos decir que dependemos de la música para vislumbrar nuevos caminos para las sociedades[1].
De Cynthia Viteri… bueno, ya hicimos una reseña al respecto.
Llegamos para las dos últimas bandas, Can Can se estaba alistando para salir y la proeza de encontrar a las amistades fue más difícil de lo esperado, había demasiada gente aglomerada, parecía que la reciente ola de Covid-19 y otras enfermedades respiratorias no eran una verdadera preocupación para esta gente ni para nosotros. Tras un rato buscando fuimos dando con los amigos y de paso, pensando de nuevo en que esto tenía el fin de una reseña, les fuimos preguntando qué les había parecido el evento hasta ahora. Por el momento todo iba bien, las bandas presentadas habían cumplido con el hype generado por su presencia en la cartelera, como también la transición de banda a banda era la necesaria para que no se pierda el interés por el evento. Una lástima —que puede dar mérito al Funka— fue la falta de stands de comidas y bebidas, puesto a que el Itchimbia se ubica en plena montaña y encontrar papas fritas, hamburguesas o cualquier otra cosa requiere bajarla, únicamente se podían encontrar chicles, chupetes, tabacos y canelazos ahí, y eso que a escondidas, ya que eran distribuidos por vendedores ambulantes infiltrados en el festival.
Aún no empezaba Can Can y nosotros, sin pensarlo mucho, sacamos Los papeles salvajes y comenzamos una breve revisión, hacíamos memoria de alguno de los poemas que nos habían gustado, como a su vez intentábamos descifrar que, si toda la obra poética de Marosa di Giorgio entraba en un poco más de seiscientas cuartillas, en qué número estaría ahorita las nuestras o la del resto de estudiantes de nuestra carrera, quizá ya sobrepasando las cien cuartillas o un poco menos. Como al mismo tiempo, me pongo a pensar en 2666 y la titánica tarea que realizó Bolaño para terminar el libro antes de morir, que sobrepasa las mil cuartillas, y eso ignorando otros textos del autor, como su obra poética o Los detectives salvajes que también llega a las ochocientas cuartillas. Pero, a diferencia de di Giorgio fue quizá esa carrera contra la muerte la que lo llevó a un uso excesivo de palabras que culminaron en tremenda obra, mientras que la autora uruguaya iba cocinando su libro de a poco, con constantes publicaciones, reediciones y nuevos textos a lo largo de los años, construyendo —queriendo o no— una narrativa que solo se entenderá cuando ella deje de escribir[3].
Sin darnos cuenta, Can Can ya se encontraba tocando y dando uno de los mejores momentos del Quitofest 2022; hacía mucho tiempo que se mantenía alejada de los escenarios y verla de nuevo, con música nueva y cantando varias de sus canciones más sonadas, solo hizo de la noche amena; viendo a todo el mundo (o a su mayoría) cantar al ritmo de Can Can y ahí, con aquella icónica banda quiteña tenía que haber terminado todo, debido a lo que vino después solo no lo merecíamos. La siguiente en sonar era la Mala Rodríguez, la máxima exponente del evento, la misma que estaba retrasada y provocó la compra de canelazos y tabacos para lidiar con el frío de la ciudad. Cuando se presentó estaba ronca, parecía que le había dado soroche, todo estaba mal. Cantando no dio la talla, aunque su energía en el escenario compensaba todo; bajó de la tarima para cantar con la gente, como también agarró un mango que le regalaron y lo comió en público, sin duda lo mejor de su concierto. Porque lo que vino después solo es para olvidar. Habiendo conseguido a la gente con el ritmo de su reggaetón (ya que de su rap no cantó casi nada), solo decidió —quizá porque ya no daba con su voz— parar todo y realizar un concurso de baile entre algunos del público, al son de pistas grabadas de Daddy Yankee: ahí se fue media hora de concierto —aunque cabe admitir que las tres primeras personas en bailar estuvieron divertidas—, y cuando quiso retomar su música, la gente estaba ya cansada. Poco se ovacionó la participación de la Mala. No pedimos otra.
Tras la finalización de la Mala se terminó el evento, muchos nos encontrábamos consternados por lo que habíamos visto, y yo más que había venido de Guayaquil, pagando pasaje y comida para encontrarme con la peor versión de la rapera española. Simplemente no lo valió. La verdad es que solo fue una desilusión y dañó la buena calidad y reputación que había adquirido esta edición del Quitofest. Después del concierto, los amigos organizaron un after y nos fuimos con ellos, con canelazos en mano y una mejor música que la mostrada por la Mala, que estuvo en serio mala.
Dicho todo esto, solo nos despedimos, con un breve lamento de que Luis no haya viajado con nosotros y pensando aún en di Giorgio, quien a diferencia de Bolaño, contiene una obra completa que culmina con un recuerdo más a la familia, como a la muerte, que en esta reseña se ve plasmada en la Mala Rodríguez.
Se despide de ustedes,
Arturo Belano.
(Hasta el próximo Quitofest, creo)
***
Traigan a Julieta Venegas, Brockhampton, Bon Jovi y C. Tangana.
Y si pueden, de nuevo a El cuarteto de nos, Café tacvba, Flix Pussy Cola y Die Antwoord.
Gracias, querido Papá Noel o Reyes Magos.
(dependiendo la fecha de publicación)
[1] https://ilia.uartes.edu.ec/blog-f-ilia/2022/10/30/funka-intimista-cronica-del-veredazo-2022/
[2] https://quitocultura.com/event/quitofest-2022/
[3] Falleció en 2004.