Juan Arroyo

Royaumont, viernes 12 de Noviembre del 2021

Kamir partió ayer y desde entonces Kay y yo tratamos de dar forma a la obra con todo el material filmado, las fotos y los audios. Hemos hechos varios croquis a partir de las múltiples ideas que han surgido estos días. Esta mañana, la abadía ha perdido su silencio monacal y ha sido invadida por varios bufetes de abogados que han venido hasta aquí para un congreso. Estamos felices porque por fin vemos otras personas que las de siempre. A pesar de habernos acompañado los unos a los otros, con el transcurso de los días y por la inmensidad de este lugar, habíamos empezado a padecer de una extraña soledad.

Continuando nuestro asedio a “La Idea”, después de almorzar, Kay y yo salimos a dar una vuelta por el gran parque. Hoy luce despejado, acogedor y está albergando el andar aliviado de visitantes en busca de asueto. En uno de sus jardines, llamado cuadrado mágico, yace la instalación sonora de Jean-Luc Hervé. Kay está tomando fotos de la multiplicidad de flores y plantas exhibidas mientras yo voy escuchando la interacción de los sonidos electrónicos con el entorno, gracias a los sensores escondidos en el jardín.

Salir a caminar por los jardines de la abadía nos ha renovado el ánimo, sin embargo, no hemos encontrado respuesta ni en el verdor de sus mantos naturales ni en la brisa que los recorre. Tenemos varios bocetos cuyo potencial es enorme, pero nada colma nuestra exigencia. ¿Estamos frente a un probable fracaso? No estamos listos a bajar los brazos, pero si esto fuera cierto, ¿qué hacer? La duda comienza a entrometerse en nuestro camino. Si bien, a pesar de los pronósticos, el destino es imprevisible, la creación artística lo es aún más. Ella pende de un hilo antojadizo que nos mantiene en un suspenso malicioso y al mismo tiempo ansiógeno que coquetea con nuestros egos y que nos deja en equilibrio frente al vacío de la más vergonzosa mediocridad. ¿Por qué esconderlo? La mediocridad existe, está en todo, y nos persigue haciéndonos insinuaciones de la peor especie, de la peor calaña. Cual sirena homérica, nos seduce con su canto con el fin de sumergirnos en el confortable pero tramposo lecho de muerte y vulgaridad. Así es, mediocridad hay mucha y singularidad hay muy poca en este mundo. ¿Nuestro proyecto está naufragando por el canto de las sirenas? ¿Nos hemos convertido en Ulises?

Hoy, tengo el sentimiento de luchar contra una camisa de fuerza. Por momentos parece que hemos perdido el sentido de la orientación. El lunes pasado, al inicio de nuestra estancia, tomamos un poco de tiempo para acoplar nuestros métodos de trabajo y organizar la semana que nos esperaba. Viniendo de distintas disciplinas artísticas, nuestros enfoques divergen en la manera de construir el tiempo y en la escritura del mismo. Kay necesita tener a sus actores y/o músicos en el escenario para diseñar su plan de escritura y modificarlo con ellos en acción. Yo, en cambio, diseño una partitura antes de los ensayos y el intérprete se ciñe a lo escrito. Finalmente, Kamir nos necesita a ambos antes, durante y después de los ensayos, para definir su proyecto visual. Hemos tenido que encontrar puntos intermedios en cada uno de nuestros procesos creativos.

Debiendo dejar la abadía este domingo temprano, solo nos queda el día de mañana para culminar nuestra exploración y encontrar ese algo misterioso que fija un norte a todo.

Royaumont, sábado 13 de Noviembre del 2021

Por cuestiones de deontología no les puedo contar los pormenores de nuestra jornada. En particular una de ellas. Y aunque tratase de contársela no sabría cómo explicarles lo sucedido pues yo tampoco sé explicármelo muy bien a mí mismo. Hasta que encuentre una respuesta convincente, solo me puedo limitar a describirles aquel momento embrujado.

En un momento bizarro e inesperado, habiendo discutido y pensado en voz alta durante toda la mañana, en la sala de ensayo cuyas ventanas cerradas y cuyo hermetismo venía incubando el destilado de nuestro trabajo, me giré hacia Kay repentinamente. Caminando en círculos a su alrededor, mientras ella yacía sentada en el piso de madera, con las piernas cruzadas, tomándose la cabeza con las manos y mirando su cuaderno de notas, le formulé una pregunta. Al hacerlo, me di con la sorpresa que la interrogante que venía de enunciar me la estaba haciendo a mí mismo también. En el instante mismo y sin dejar un ápice de tiempo a Kay, por instinto, improvisé una respuesta. Ella y yo nos miramos sorprendidos, con los ojos muy abiertos, de sobresalto por lo que acababa de decirle. Kay alzo la voz y diciendo: ¡Puta madre, eso es! ¡Eso es! Y en efecto, eso era lo que habíamos buscado desde el inicio: una idea donde comulguen nuestras diferentes maneras de abordar la cuestión del tiempo y nuestras experiencias vitales puedan responder al acto creativo con convicción.

Decidimos abrir las ventanas que fueron cerradas el lunes temprano, hace una semana. Bajamos corriendo al salón contiguo al bar. Con lápices y cuadernos nos sentamos en los sofás que rodean una de las mesas en una esquina de la sala. Mientras a esta hora del día la abadía recibía visitantes en abundancia, ella y yo desarrollábamos imperturbable y apasionadamente nuestro hallazgo. El sol posaba radiante, su voz brillaba en lo alto y el arroyo resonaba caudaloso e implacable. Kay y yo gritamos ¡Eureka!