Paula Parrini Saavedra

Quito, marzo de 2022. 

Al terminar el taller de escrituras familiares con Gabriela Wiener, recibo un mensaje en mi celular: «Paula, se que estuviste en el taller con Wiener y quisiera invitarte a escribir una reseña».

Respiro, lo leo y lo vuelo a leer, es mucha responsabilidad pienso, no tienes tanta experiencia; no contestes ahora me dice una Paula nerviosa, y la valiente y emocionada, me hace escribir casi inmediatamente: sí claro. Apunto algunas nimiedades sobre el tiempo de entrega y acuerdo que sí, que lo haré.

Así empieza la historia.

Contar la propia historia es hacernos cargo de la sangre que nos habita

—Silvia Rivera Cusicanqui

Con esta poderosa frase abrió su taller de escrituras familiares en Quito, Gabriela Wiener, escritora peruana radicada en Madrid, parte del grupo de los nuevos cronistas latinoamericanos, con importantes publicaciones como, “Nueve Lunas”, “Llamada perdida”, “Sexografías”, Kit de supervivencia para el fin del mundo entre otras. Intuyo que “Huaco Retrato”, su última publicación la pone en la mira definitiva de la literatura universal, por decirlo de alguna manera; dónde ya no solo es una expresión del yo empedernido y autobiográfico, narrado en primera persona con extraordinario virtuosismo, humor e ironía; sino que pone en contexto otras preocupaciones más amplias que nos involucran a todos, a un continente saqueado y vaciado por la blaquitud europea y a esos saqueadores de huacos y sueños -Huaqueros-.

Luego de la potente frase de Cusicanqui apuntada en la pizarra líquida, nos explica el significado de qué es un huaco retrato, es una pieza de cerámica prehispánica que buscaba representar los rostros indígenas con la mayor precisión posible, nos dice.

Para el taller en cuestión, nos hemos convocado veintidós mujeres de distintas disciplinas en su mayoría quiteñas, una cubana, otra venezolana, y seguro se me escapa otra nacionalidad; algunas con el deseo dentro de ser escritoras, estudiosas de la literatura otras, con libros publicados otras más. En mí caso, fotógrafa y lectora, del mundo de las artes visuales y el cine, con ganas de reencontrarme con la escritura. Todas sentadas en la biblioteca del Centro Cultural Benjamín Carrión.

Fueron cuatro días intensos de conversar y abrir nuestras historias personales, en un espacio complemente seguro y amoroso, donde puedes reír y llorar al mismo tiempo; por favor no vayan a pensar que era un taller de escritura de autoayuda, nada más lejano que eso; aunque estoy segura que para muchas también lo fue. La potencia y profundidad de lo conversado nos permitió a cada una de nosotras, que en un inicio nos presentamos con el pudor de quien se siente como “la nueva” en la sala escolar; finalizar el taller dando consejos de estructura y tono, sacando y poniendo partes en los textos de otras compañeras.

Cuatro días de conocer el universo de varias mujeres, algunas a las que ya conocía, pero no había mirado y peor escuchado; cuatro días de constelarnos y sostenernos en esa búsqueda intensa que es el escribir, el develar algo interior. Fueron días de preguntarnos, ¿desde dónde miramos?, ¿qué nos preocupa de nuestro linaje, ¿qué nos mueve y nos conmueve de nosotras mismas, en relación a los mundos familiares que habitamos?

El primer día llega la tarea que me temía, Gabriela dice «Para mañana van a traer un texto que responda a la pregunta, de la que hemos hablado con anticipación, ¿cuál es tu huaco familiar?», en referencia a su última novela que es el núcleo del taller.

Regreso a casa y por la noche manos a la obra. Para mi sorpresa las palabras salen, la historia corre, gracias a un punteo que hicimos por la mañana, sobre el esquema y los puntos de los que vamos a escribir. Dan la doce de la noche y termino el texto, dudo un poco en como iniciarlo, no me escucho y me estrello, pero aprendo.

 El segundo día empieza con las lecturas, se escuchan historias maravillosas y dolorosas, muy bien escritas; nos sorprendemos juntas y lo celebramos, nos aplaudimos, nos abrazamos y nos dejamos ser. Leo mi texto, paso al frente por pedido de Gabriela que nos invita hacer una lectura un poco performática, nos dice, dentro de las posibilidades y ganas de cada una. Acepto, voy al frente y leo a toda voz, me gusta mientras leo, me siento cómoda y segura.

La siguiente consigna es escribir una historia sobre nuestros cuerpos, hablar de los cuerpos, ponerlos en evidencia y en escritura; fue uno de los grandes ejercicios del taller; intentamos transformar en algo la realidad que nos somete día a día con distintos mandatos; en el fondo eso es resistir y construir, contraponer y descolonizarnos de ese mundo masculino y blanco que llevamos dentro. Buscar nuevos universos, preguntándonos ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos?, ¿quiénes nos habitan?; es romper con todo y empezar de nuevo una y otra vez, las veces que haga falta, con dudas y certezas, no importa; la resistencia tiene el color del amanecer, hay que resistir y escribir.

En el tercer día seguimos con las lecturas, ya todas nos hemos descubierto y somos amigas, bromeamos, Gabriela es una más de nosotras, su enorme empatía la hace nuestra; el sentimiento que ronda la biblioteca de la Casa Benjamín Carrión es de genuina hermandad. Esa misma noche Gabriela presenta Huaco Retrato, sale rápidamente de la sala, -me voy a bañar chicas, hoy presento mi libro-. Obvio, pensamos todas, vaya y póngase muy guapa, nosotras empezaremos a beber y a celebrar por ti.

Comentarios y risas. Salimos todas con la felicidad que rebosa nuestros cuerpos, hasta la mañana siguiente. Que será el último día de taller. Cae la noche quiteña y decidimos ser adolescentes, nos instalamos en una tienda de barrio y brindamos con mucha cerveza por Gabriela Wiener y por su existencia en nuestras vidas; nos reconocemos como hermanas y escritoras tercermundistas.

La hora del lanzamiento llega, discursos y palabras oficiales, luego se escuchan las palabras de Gabriela; se pone a leer un extracto de su Huaco Retrato; inmediatamente se puede sentir en el ambiente la incomodidad de la sociedad quiteña y del cuerpo diplomático peruano. Habla de poliamor, de un culo pequeñito con dos ojos que la miran, de sexo entre mujeres, del deseo, de la descolonización de nuestras camas y de angustias modernas.

Me atrevo a decir que el universo de Gabriela es polifónico y musical, no hablamos de música precisamente, sin embargo, sus comentarios hacia algunos textos leídos fueron como de, «escritura pop», «eso suena muy punk». Gabriela es un ser que me gustaría conocer para toda mi vida, serena pero potente, con decisión y alta capacidad de escucha; me pregunté durante todo el taller, cómo la mujer autora de “Dicen de mí” y de “Llamada perdida”; puede ejercer ese acto de escucha sublime.

Estamos en el cuarto y último día de taller, más de una llega con retraso; evidencia la noche celebrada; todas tenemos un gran chuchaqui, hermosa palabra ecuatoriana que enseñamos a Gabriela para explicar ese sentimiento colectivo que compartimos y que nos recuerda la emoción de haber vivido una gran experiencia en nuestras vidas. Escuchamos las últimas reflexiones y como no podía ser de otra manera, Wiener cierra su taller con otra potente frase:

«La literatura es para fabricar presente»

—Cristina Rivera Garza