Juan Arroyo
Royaumont, martes 8 de Noviembre del 2021
…Bajando del tren veo a Kay y Kamir saliendo por la puerta contigua.
Ellos también están cansados y abarrotados de maletas. Les hago una señal con la mano para que me vean y me sigan. Jeanne nos va a dar el alcance más tarde, ella viene por su cuenta en auto desde Bruselas. Kay es coreógrafa, Kamir es videasta y Jeanne es violonchelista. Los cuatro vamos a vernos durante estos siete días todo el tiempo, y vamos a tener que unir nuestros talentos, nuestros insomnios y, sobre todo, vamos a tener que tener mucha paciencia para sacar adelante una obra de la cual aún no tenemos el más mínimo indicio de su composición. Es excitante el desafío que nos reúne hoy. ¿A dónde nos llevará esta aventura?
Un gran silencio colmado de admiración y sorpresa se impone al llegar a la abadía de Royaumont. La neblina y el frío invernal no pueden hacer nada contra la seducción hechicera de este paraíso terrestre. A unos treinta kilómetros al norte de París, ubicado cerca de la aldea de Baillon en Asnières-sur-Oise en Val-d’Oise, Royaumont es un antiguo monasterio cisterciense al cual se puede acceder solamente por un pequeño camino en medio del bosque. Actualmente, este espacio de recojo monacal, está dedicado a la creación musical y danzante. Royaumont recibe artistas de todas partes del mundo para que estos den rienda suelta a todas sus fantasías.
Recuerdo haber pasado aquí tres magnificas semanas hace 12 años, durante la academia “Voix Nouvelles”. En aquel entonces, siendo alumno del Conservatorio Nacional de Música de París, fui seleccionado junto con 12 jóvenes compositores provenientes de todo el mundo para componer, cada uno, una obra dedicada al ensamble Línea, bajo la dirección de Jean-Philippe Wurtz. Australia, Brasil, Canadá, España, Estados Unidos, Francia, Italia y Perú eran entonces los países representados. ¡Qué maravilloso souvenir!
Philippe Mabrier aparca el coche en la entrada del ala izquierda de la abadía. Samuel, administrador y asesor artístico del Polo de Creación Musical, nos da una calurosa bienvenida, nos presenta al personal del sitio y nos muestra la sala de trabajo cuyo nombre es Le Grand Comble. Este espacio de ensayo de 300 metros cuadrados fue habilitado en 2010 para artistas en residencia y conciertos. Su encantador aspecto es ideal para el trabajo que vamos a realizar aquí durante nuestra estancia.
Estimado lector, estimada lectora, parece que vamos ganando las apuestas. Solo hace falta Jeanne para completar el equipo artístico. Mientas la esperamos, instalamos nuestras cosas en nuestros cuartos, preparamos la sala de ensayo y empezamos a planificar nuestra estancia.
Royaumont, martes 9 de Noviembre del 2021
Esta mañana, desde mi ventana, puedo ver los jardines de la abadía invadidos por una densa neblina blanca, suspendida sobre ellos como si el cielo hubiese querido aterrizar aquí una de sus inmensas nubes. Tengo la sensación de poder montarme en ella, jugar sobre su falso sedimento y recorrer sus desocupadas colinas. La veo con ojos de ternura, de primera vez y por ende le tengo afecto candoroso. Ella está borrando, delante de mí, las bellas imperfecciones del rostro verdoso del gran parque que en otras temporadas funge de albergue natural al andar solitario de los artistas en busca de inspiración.
A pesar de sentirme conmovido, contemplando el fenómeno del presente, él mismo me advierte, en cuestión de segundos, de las quimeras del pasado y de su retorno vigente. Aquellas de una Lima desaparecida tras la densidad blanca del vapor suspendido detrás de un ventanal de mi infancia. Entonces era, tal vez, una manta borrosa que nos adiestraba al desasosiego o las luces indelebles de una ciudad melancólica que se sobresaltaba delante de su propio reflejo.
Hoy, a esta hora de la mañana, el sol ha salido desilusionado, su voz no brilla en el horizonte y el arroyo resuena a duras penas. El paisaje es mensajero de un asunto nuevo. Su tensión es el redoble de tambores de una falsa incertidumbre, de una falsa relación, de una armonía irresoluta o del ruido blanco que nubla el alba de todo proyecto, de todo rumbo y de toda esperanza. Con él, delante mío, argumentando su enigmático y frágil aspecto, un singular sentimiento telepático nace: mi instinto lo entiende, no obstante, mi mente se nubla.
Finalmente, el presagio no tarda en cristalizar su forma. La neblina se aparta un poco. El teléfono suena. Ella me llama. Su voz esconde el temor a la desventura. Su salud está teniendo complicaciones y me dice que no puede venir. Le digo que la entiendo. Es hora de alejar definitivamente la bruma y de tomar lo que nos queda. Prefiero la desilusión que la tragedia. Mi voz trivial trata de ocultar la desesperanza. El doctor le recomienda reposo. Espero profundamente que no sea nada grave.
Hace tanto que no nos vemos. Una llamada cada cierto tiempo, una foto, un mensaje, han mantenido firme el terco hilo que une nuestra inexorable distancia. En honor a esta verdad teñida de bruma, era muy probable que esto ocurra y no es la primera vez. Toda la honda amistad que hay en el mundo, las formas que ésta representa, lo que hemos vivido juntos y todas las promesas de una hermandad eterna, no consuelan, sin embargo, el desencanto que me desune ahora de la Tierra. Algún tiempo atrás, me costó mucho imaginar componer sin ella. Ahora, camino descalzo sobre océanos de cielo despejado y le canto al arroyo los logros de su cauce accidentado.