Juan Arroyo

Paris, lunes 18 de octubre del 2021 

 Sobre un lienzo oscuro de 31 x 44 centímetros yacen pintadas dos mujeres. Inertes, bailando por última vez, sus cuerpos se entrelazan apasionadamente. De una de ellas queda poco más que el esqueleto y de la otra un cuerpo esbelto, aunque en decadencia. Desgastadas por la erosión de la muerte, ellas encarnan la cruda realidad de nuestra efímera existencia. 

 Expuestos los unos junto a los otros, una serie de cuadros similares se apoyan en el suelo sobre uno de los muros de su taller. Siempre vestida de negro, con cabellos blancos y las manos teñidas, ella pinta entre velas y cigarros escuchando la Música para piano preparado de John Cage. Lejos de toda pose o estereotipo, ella no simula ser quien es. No lo necesita. De eso puedo dar fe. Meses atrás, nos sorprendió con una Pietà en gran formato diseñada con esqueletos y un mar de cráneos expuestos en el corredor principal de la Casa de Velásquez. Siempre acompañada de la encantadora Mimí, su mujer, ella suele guardar un silencio sepulcral ante el asombro de unos y la admiración de otros. 

 En el año 2016 tuve la dicha de integrar la Casa de Velásquez. Admitido junto con catorce artistas, entre los cuales se encontraban fotógrafos, pintores, escultores, videastas y arquitectos, viví sin lugar a dudas uno de los años más estimulantes de mi vida. Durante aquel año, entre muchas cosas, descubrí la obra pictórica de Nathalie Bourdreux. Sus trabajos, relacionados con la muerte y las imágenes macabras que ésta suele despertar, atrapó mi atención y mi curiosidad. Este tema, presente sin concesión alguna en la totalidad de sus pinturas, terminó seduciéndome y germinando en mi mente las primeras ideas de una nueva pieza. Al término de nuestra estancia, Nathalie venía acabando de pintar una serie de “Danzas Macabras” y no pude dejar Madrid sin adquirir una de ellas. 

 Ayer, en el MAD Festival de Burdeos, la violinista Pauline Klaus y la violonchelista Marie Ythier tocaron la obra que nació fruto de este encuentro: And the Darkness dances. Estrenado en el 2020, por ellas mismas, en la gira de Regards en la península ibérica, un mes antes del confinamiento en Francia, este dúo se compone de tres danzas macabras. Concluida la obra, al escribir la doble barra final en la partitura y sin tener todavía un título para ella, miré el cuadro una vez más y constaté que esas dos mujeres danzando, a pesar de la fatalidad, nos recuerdan que, así como en tiempos de la peste, la muerte baila para todos. 

 Paris, viernes 29 de octubre del 2021 

 David Christoffel y Bastien Gallet nos han invitado esta noche, a Omar y a mí, a dar un concierto /entrevista en la Centrale 22. La grabación será difundida, en enero próximo, en la revista online Metaclassique.    

 22 Passage des Récollets, 75010 París, es la dirección que aparece en Google cuando Mariangela busca la dirección de la Centrale 22 en su teléfono. A unos pasos de la Gare del l’Est, frente al ingreso de un estacionamiento privado, se halla la sede de un grupo dedicado al encuentro, intercambio y exploración artística. Provenientes de Brasil, Chile, Argentina y Francia, sus fundadores cultivan un gusto particular por la creación colectiva y los estilos de vida que surgen de ella, cuenta la reseña que acompaña la dirección en internet. 

 A pesar de la orientación del GPS de Mariangela nos hemos perdido por completo y hemos tenido que ingresar a un café para retomar la búsqueda serenamente. Pero no fuimos los únicos. A unos metros de nosotros, Omar, con guitarra en hombro y una maleta en mano, buscaba desesperadamente el número 22. El logo de la Central 22, dibujado discretamente en una hoja de formato A4, pegada sobre la puerta de vidrio de la entrada, no deja sospecha alguna de la fabulosa dinámica creativa que reina en el interior. 

 Viviana y Dado, directores del lugar, nos dieron una calurosa bienvenida y muchos amigos han venido a escucharnos esta noche. Christine, Omer, Lisa, Joseph y Darío se encontraban entre el público y su presencia nos hizo sentir como en casa. Entre las preguntas de David, de Bastien y la del público, Omar interpretó tres movimientos de JHEvil man, Hey J. y Just don’t know. Escuchando mi obra tocada por tan magnífico músico debo confesar que tuve la impresión de encontrarme delante de un ser con vida propia.  

 ¿Las obras son como los hijos? ¡Evidentemente, no! Es solo una analogía que me permite reivindicar la paternidad de JH. No solo porque la he visto crecer, sino porque, escribiendo afectuosamente cada uno de sus compases como quien nutre a un ser viviente, he dedicado una buena parte de mi tiempo a su desarrollo. Pero no todo ha sido placentero. Puedo decir incluso que antes de acabar de escribirla hemos tenido momentos difíciles, que la he detestado, que he tenido ganas de borrarla del pentagrama, de aventarla por el balcón de la casa, de nunca más retomarla, de hacerla confeti y cerrar las ventanas antes de que el viento me la devuelva. Pero, al final, siempre me era imposible olvidarla.  

 Sus quince minutos de vida, escritos en diez años de la mía, provienen de mis gestos, de mis insomnios, de mis improvisaciones, de mis sueños, de mis anhelos, de mis revelaciones, de mis días soleados y, sobre todo, de mi manera de amar las cosas. Las reacciones, las teorías, los sentimientos, los humores, los comentarios y sensaciones que ella genera en quien la escucha escapan totalmente a mi control. Quizá es por ello que esta noche me sentí un oyente más entre el público, apreciando el devenir de mi creación. 

  Al terminar el evento, Omar, Lisa, Joseph, Darío, Mariangela y yo fuimos a cenar al restaurante Au fil du vin, frente al canal Saint Martin. Adornado con pinturas de distintos formatos, el salón principal parecía una sala de exposiciones. En efecto, un pintor italiano venía de exponer sus pinturas en aquel restaurante. Con una gestualidad desbordante, cual director de orquesta dramático y un sentido implacable del arte de la venta, Salvatore nos saludó y presentó su trabajo.      

— Ciao raggazi! me llamo Salvatore 

— Ciao! me llamo Juan. ¿De dónde eres? 

— ¡Soy siciliano! 

— ¡Ahh! ¡Eres del sur! ¡Yo también! — precisó Mariangela 

— ¡Ahh del sur! ¿De dónde eres? 

— ¡Vengo de Puglia! ¡Ehh! 

 Al escuchar el lugar de origen de Mariangela, en voz alta y con los brazos que se abrían hacia el cielo, Salvatore replicó, —¡Ah! Lo más hermoso de Italia se encuentra en el sur. Les invito a ver mis obras maestras ¡Las he pintado gracias a mi genio y talento!  

 Cuando Darío comprendió el comentario del italiano me preguntó al oído, con una voz aguda e incrédula—¿Ha dicho “sus obras Maestras”? ¿De verdad?… ¿Me estás jodiendo?… ¿Qué?… ¿Su genio y talento? 

 — Creo que sí, que nadie se mueva — supe contestar. 

 No obstante, Salvatore, cada vez más modesto y entusiasmado, continuaba —Bueno, es cierto, no soy Salvatore Dalí, pero esto es calidad ¡Ehh! 

 — ¡Ehh! Non sei Salvatore “Da lì” ma sei Salvatore “Da qui” (No eres Salvador de ahí pero eres Salvador de aquí) — dije, como para culminar del momento con una broma. 

— ¡Exacto! 

— Mantengamos el contacto, te dejo mi tarjeta. 

— Yo no tengo tarjeta de visita. ¡Soy un artista! ¡Ehh! 

 No dejo de recordar esta anécdota sin que me provoque una sonrisa. Pienso que hay paternidades excesivamente paternalistas en todas las artes.  

 ¡Ehh! 

 Continuará…