Al día siguiente, el calor sofocante y la permanente lluvia estropearon  un tanto la jornada , pero, por la tarde, me dirigí  a Santa Rosa, puerta oriental  del  Parque Nacional Sangay que es compartido con la provincia de Chimborazo, aunque su mayor superficie esté  en Morona Santiago. Allí me recomendaron  que, para explorar el río Upano,   contactara  a   la guardianía del parque para  poder pasar la  noche en la casa forestal que ellos custodian. Al regresar a  Macas, me detuve  en el puente, justo antes del lugar donde el río abandonó su cauce y arrasó con parte de la vía, ampliando así su anárquica ribera. A decir verdad, convirtió el cauce en algo parecido a un devastado campo de batalla. Como testigos de tal desolación se podían ver enormes rocas redondeadas sobre una arena oscura  esparcidas a lo largo del río junto a restos de hormigón como pedazos de búnker de una playa normanda. La parada fue  para tomar fotos del derrumbamiento del extremo sur del puente, provocado por las aguas cargadas de material  volcánico  del Sangay. Con el material volcánico muchos árboles quedaron como troncos varados entre la multitud de meandros y pseudo riberas  que se habían formado también. Los nubarrones le conferían un aspecto más apocalíptico aún.

El domingo no pude continuar fotografiando la zona del puente porque la policía impidió  el paso en la carretera, puesto que después de que se hubiese restablecido el tránsito  de esa vía esencial,  Puyo-Macas, la subida del caudal del agua anegaba el nuevo tramo habilitado a la circulación, por lo que se hacía peligroso el cruce a pie o en vehículo. El río fluía casi a su antojo mientras yo me quedaba trabado por las circunstancias.

Desbordamiento del Río Upano junto al extremo sur del puente de Macas.

14 de junio. Sucúa iba a ser mi próxima parada. Trataba de seguir el curso del Upano por la troncal amazónica, también a pie, cargado con más de 10 kilos de equipaje. Uno  de los sitios que llamaron mi atención fue el Centro Vicarial de Pastoral de Río Blanco, dependiente del Vicariato de Méndez. Es una gran extensión de terreno donde se hacen actividades de evangelización de jóvenes, y reuniones, además de ser utilizado por el obispo y sus presbíteros para retiros espirituales y otras actividades de formación católica. Tiene una zona de huerto de aproximadamente dos hectáreas. La visita me dejó un tanto inquieto. Sentía que la Iglesia se había adueñado de un terreno inmenso al que no prestaran mucha atención. Supongo que importaba más el proselitismo que la propia naturaleza, aunque de alguna forma esta quedaba protegida por formar parte de un espacio privado. Ni siquiera había un acceso al Upano, que hasta podría ser de provecho en la formación espiritual de los residentes. Un poco más adelante conocí al pequeño Lester, un niño muy despierto de unos cinco  años de edad, quien me preguntó si  estaba visitando el país. Él es de esos niños que podrían protagonizar una linda historia como La Vida es Bella, Cinema Paradiso o Marcelino Pan y Vino. Tras conocerlo, seguí mi ruta. Supongo que en mi imaginario lo vi como ese futuro ciudadano de un mundo global mestizo y rompedor.

Fachada de casa en Río Blanco.

Me detuve ante la impresionante Plaza Tiwintza, un homenaje a algunos hombres célebres de la historia de este país. Preside el conjunto escultórico la estatua del cacique Kiruba, quien ha pasado a la historia por ser el aguerrido jefe shuar que hizo retroceder a los españoles en sus avances por las tierras del oriente ecuatoriano. Como buen shuar, se dedicaba, entre otras cosas, a reducir cabezas de enemigos hasta que estas se convertían en una especie de amuleto-advertencia tres a cinco veces más pequeñas,  cercenadas y hábilmente reconstruidas, después de un elaborado proceso de vaciado, cocción, raspado y moldeado, en el que se convertían en tzantzas. Era una forma de protegerse del espíritu de aquel a quien habían matado, de alardear de ello y de atemorizar a potenciales enemigos. Los perezosos de dos dedos, animales folívaros,  también eran capturados a veces para esta práctica acaso macabra, sirviendo de rito de iniciación de los jóvenes shuar para entrar en la edad adulta.

Cacique Kiruba, Plaza Tiwintza.

El guardia del lugar, Patricio, me  contó que esta práctica ancestral todavía se sigue haciendo hoy día de forma ilegal, pues hay algunas personas dispuestas a desembolsar hasta 200.000 dólares por conseguir una auténtica cabeza reducida. Me contó que hace unos pocos años dos individuos mestizos fueron ajusticiados por la comunidad al enterarse de que habían matado a uno de los suyos para vender su cabeza en el mercado negro. La noche se me echaba encima y apresuré el paso. Aun así, casi exhausto de la caminata, cogí un bus en Santa Marianita para llegar al siguiente destino.