Juan Arroyo

Paris, lunes 23 de agosto del 2021

Con el cuerpo entumecido, la vista borrosa y una extrema fatiga empozada en el alma me he puesto de pie. He dormido solo 3 horas. Me acosté a las 4 de la mañana. No podía ser de otra manera. No hubiese podido cerrar los ojos si no terminaba de pasar a limpio las correcciones de Feu sans rives. Tomé el tren de las 10 de la mañana en dirección de Burdeos y, aprovechando el asiento con gran mesa, en primera clase, saqué la partitura para seguir puliéndola. Entonces me acordé de François Rossé quien me dijo en una ocasión, entre cervezas: “Un compositor no come, no duerme, no respira sino hasta acabar la pieza”. Tomo sus palabras no como una orden, sino como la descripción más exacta del modo en el cual me suelo encontrar cuando escribo. François siempre ha tenido las palabras justas para darme consejos y lamento haber llegado a Europa cuando él ya estaba jubilado. Felizmente, un par de copas siempre fueron excusa para transformar el bar en centro de estudios e intercambios artísticos.

Bordeaux, domingo 29 de agosto del 2021

Después de pasar una semana componiendo sin tregua en los laboratorios del SCRIME decidí aprovechar del día soleado y salí a pasear por el Quai de la Garonne, comprar un par de libros en Mollat y sobretodo cambiarme un poco las ideas. A pesar de los cientos de miles de víctimas por la covid, las calles de Burdeaux estaban abarrotadas de gente y como siempre la rue Sainte Catherine parecía la procesión del señor de los milagros. Los cafés, los bares y los restaurantes no se daban abasto para acoger más clientes. A mi lado pasaba de vez en cuando uno que otro pasante enmascarado pero la gran mayoría prefería llevar descubierto el rostro. Esquivando el humo de los cigarros y las patinetas eléctricas logré llegar hasta el Grand Théâtre. La plaza estaba tomada por bailarines de breakdance, turistas y vendedores ambulantes. Con paciencia y mucha suerte logré sentarme a almorzar en los exteriores de un pequeño restaurante cerca de la Place de la Bourse. Al preguntar al camarero cuál de los vinos me aconsejaba, él respondió: L’amour du risque. En fin de cuentas, nada es pura casualidad.

Bordeaux, miércoles 1 de setiembre del 2021

Hoy Maribé ha venido conmigo al SCRIME para probar la nueva versión de Feu sans rives. Es sorprendente como en cuestión de segundos logra entender y tocar una partitura.Después de haber modificado algunos compases encendí la electrónica y tocó la pieza de cabo a rabo, en primera lectura, con su saxofón barítono y como si la hubiese practicado desde siempre. Al terminar de tocar, con una pequeña sonrisa disimulada en la esquina de sus labios, me dijo: “aún no he trabajado la pieza”.

Ella es una de las personas que más admiro. Su seudónimo, Maribé, es el fruto de años de enseñanza a alumnos provenientes de todas partes del mundo y que nunca pudieron pronunciar correctamente su nombre: Marie-Bernadette Charrier. Cuando emigré a Francia en 2004, después de haber sido admitido en varios conservatorios, decidí instalarme en Burdeaux. Curioseaba por los pasillos del tercer piso del Conservatorio cuando de pronto un hermoso contrapunto llamó mi atención. Se trataba de una viola y un saxofón que se entrelazaban maravillosamente. Hipnotizado, pasé varios minutos escuchándolos. Todo era perfecto hasta que la violista dejó de tocar. La reverberación del pasillo no me había permitido percatarme que cada uno de ellos estaba en una sala distinta ensayando cada uno una obra diferente. Sin hacer ruido, me paré detrás de la puerta de la sala del saxofonista para continuar escuchándolo. Al cabo de unos minutos abrió la puerta y sorprendido de verme preguntó: ¿por qué me estas espiando? Avergonzado, me disculpé inmediatamente y le dije que estaba asombrado por la obra que acababa de tocar. Al ver que mi francés era tan malo como el suyo preguntó de nuevo:

»—¿argentino?
»— no, peruano.
»— ah, ostras tío, podemos hablar en español, ¿qué instrumento tocas?
»— piano, soy compositor.

A partir de ese día nos hicimos muy amigos, se llamaba Jesus Jareño y me invitó venir a escuchar las clases de Maribé.

Una semana después, un martes, llegando al aula 310 me presenté. Tratando de no alterar la concentración de sus alumnos tomé la silla que se encontraba en la esquina de la sala, contra la ventana. Permanecí en silencio una buena hora hasta que Maribé se dirigió a mí y con voz segura y gutural me dijo, «Tu, el nuevo, coje un atril y pon l’Arabesque III de Nodaira, siéntate aquí al centro para estar más concentrado». A partir de ese día, fui a su clase cada semana con más fervor y emoción que a mis propias clases de composición. Desde los Estudios de Lauba, a los Tre pezzi de Scelsi, pasando por Le frêne egaré de Rossé, desfilaron por mis manos un sin fin de nuevas partituras que yo descubría y escuchaba una y otra vez gracias al trabajo de sus alumnos, Hilomi (la pianista) y la guía impresionante de Maribé. Al mismo tiempo que ella daba indicaciones de fraseo, calidad de sonido y afinación, me dedicaba unos minutos y me explicaba algún pasaje de la obra en cuestión. No fue una casualidad que la primera obra que compuse en Europa fuera un cuarteto de saxofones titulado Rencontres.

En 1991 Maribé fundó con el compositor francés Christophe Havel el ensamble Proxima Centauri. Recuerdo todavía la primera vez que fui a escucharlos. Fue en el Teatro Antoine Vitesse de Bordeaux en el 2004. El programa rendía homenaje al compositor croata Ivo Malec, a quien pude conocer esa noche. Aquel concierto me marcó por su alto nivel de precisión, de energía y la inesperada puesta en escena. Maribé comenzó el concierto entrando al escenario, en la penumbra, sobre una pequeña plataforma que se desplazaba mientras ella tocaba. A pesar del arriesgado acto de equilibrista y tocando de memoria, ella parecía poseída por una energía exuberante e imperturbable. Hasta entonces no había visto un ensamble trabajar tan bien, además de la música, el aspecto visual. Proxima Centauri colabora muy a menudo con el coreógrafo y director de escena Michel Schweizer y el creador de luces Jean Pascal Pracht. Este año cumplen 30 años de vida artística y aunque el equipo no es el mismo de sus inicios, Sylvain Millepied, Hilomi Sakaguchi, Benoit Poly, Christophe Havel y Maribé guardan una frescura envidiable. Una de las muchas cosas que aprendí con Maribé fue a organizar el trabajo eficazmente de manera que en poco tiempo se puedan alcanzar muy buenos resultados. Seguramente, por ello, es que hoy hemos logrado acabar de trabajar una hora antes de lo previsto. Sus consejos siguen guiándome.