Romina Ramírez

En un recorrido conmovedor por la memoria colectiva, esta película nos sumerge en la intensidad de una época marcada por el miedo y la incertidumbre, pero también por la resiliencia y la esperanza. Jos Mauro Witteveen, ecuatoriano radicado en Países Bajos desde el 2017, presenta el filme titulado “La Falda de mi Abuela”, un delicado montaje de testimonios, fotografías y videos. El film evoca el temblor, el desequilibrio y el vértigo que vivieron quienes atravesaron los horrores de la guerra. Sin embargo, lejos de centrarse únicamente en el sufrimiento, la cinta revela que la esperanza es una fuerza que ni las bombas pueden destruir, un mensaje que late en cada imagen y en cada palabra compartida.

La película presenta la historia de una mujer neerlandesa, testigo y sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, la abuela de Jos Mauro, quien le hereda a una de sus hijas una simbólica y emotiva prenda que trasciende el tiempo: una colorida falda de cuadros. Esta pieza, hecha a mano y llena de texturas y colores diversos, se convierte en un símbolo de identidad, memoria y resistencia. La falda no solo conmemora el fin del conflicto, sino que también funciona como una metáfora de la libertad: bailar sin miedo, expresarse y reír, como acciones que retratan la esencia misma de esa búsqueda de libertad que todos esperaban alcanzar en épocas tan oscuras.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial en 1945, los soldados regresaron a sus hogares con el trauma enraizado en su piel, mientras que mujeres y niños intentaban sonreír después de conocer el terror, la pérdida y la crueldad. Un año más tarde, en 1946, salieron a la calle cientos, miles de mujeres, jóvenes y niñas vistiendo faldas hechas por su propia mano, resultado de la reutilización de telas y retazos, para demostrar que el pasado no se puede borrar, tampoco ignorar, pero sí se puede aprender de él y que también, pese a todo, siempre existirá la esperanza.

El uso de la falda como hilo conductor aporta un toque de calidez y autenticidad en la película, logrando que el espectador conecte emocionalmente con los testimonios de la familia (hijas, tíos, sobrinos) y las imágenes recolectadas de viejos casetes y álbumes familiares. La elección de incluir un baile como acto final, en el que la prenda cobra protagonismo, resulta ser una potente enseñanza de celebración de la vida. En ese acto de bailar sin miedo, la película sugiere que la verdadera libertad reside en la capacidad de seguir adelante, en la expresión sin restricciones y en la resistencia a la opresión.

Visualmente, el filme combina en su propuesta una sensibilidad estética que enaltece la memoria y la esperanza, logrando que cada plano y cada elemento visual sean una especie de botón de muestra del poder de las pequeñas historias individuales para reflejar una narrativa universal. La voz narradora de la película no solo cuenta hechos, sino su experiencia durante la investigación y el trabajo periodístico, donde expresa con seguridad sus sentimientos y las ideas que cruzaron por su mente al conocer parte de la historia de su abuela, ya que ella nunca había estado dispuesta a contarla en vida. La película invita a reflexionar sobre cómo instituciones, historias y objetos cotidianos pueden convertirse en portadores de historias de resistencia y en símbolos de un deseo profundo por la libertad.

La premisa de esta película promete una introspectiva historia familiar que aborda temas profundos como la memoria, la historia personal y colectiva, y la búsqueda de identidad a través de un objeto simbólico. La idea de que una familia holandesa que raramente hablaba de la guerra encuentre en un hallazgo físico —una falda— encuentre en ello la chispa para abrir viejas heridas y activar la memoria, aporta un enfoque sensible y emotivo.

Uno de los puntos fuertes de esta película es su capacidad peculiar para explorar cómo las historias familiares se entrelazan con los grandes eventos históricos. La perspectiva de una abuela que ha evitado hablar del conflicto, quizás por el dolor o el trauma, y cómo su nieto descubre esa historia, añade una capa emocional muy poderosa. 

El hecho de que el protagonista, criado en Ecuador, se sumerja en archivos y diálogos familiares añade elementos interesantes de identidad híbrida y multiculturalismo, enriqueciendo la trama con el contraste entre sus raíces holandesas y su vida en Ecuador. Desde un punto de vista técnico y narrativo, la película genera un gran impacto en los espectadores, pues logra equilibrar el relato personal con el contexto histórico, utilizando elementos visuales y narrativos que evoquen tanto la época de la guerra como el proceso del descubrimiento. 

Este trabajo tiene todos los ingredientes para ser una película conmovedora y reflexiva, que invita a los espectadores a recordar que la historia no solo la hacen los grandes eventos, sino también las pequeñas historias de las personas que los vivieron. El guionista y director, Jos Mauro Witteveen, alcanza con éxito que la película mantenga un ritmo envolvente, abre un espacio para empatizar con los personajes, que al fin y al cabo son personas reales, y con la narrativa tan serena hace reflexionar al público sobre las profundas conexiones con las experiencias universales de libertad, identidad y memoria.

La película también tiene el potencial de explorar la tensión entre la memoria individual y la colectiva, un tema que resulta especialmente relevante en contextos donde las generaciones posteriores no vivieron directamente los eventos históricos. La forma en que la abuela ha decidido mantener en silencio sus experiencias, y cómo esa resistencia al hablar puede reflejar heridas profundas, abre la puerta a un diálogo sobre cómo las comunidades y las familias lidian con sus traumas. La búsqueda de respuestas del nieto, entonces, no solo se convierte en una investigación personal, sino en un acto de reconocimiento y conmemoración, que puede resonar con cualquier espectador que haya sentido la necesidad de entender su pasado para comprender su presente. La película, en este sentido, puede servir como un importante recordatorio de que la memoria histórica requiere activamente ser preservada, no solo en archivos o documentos, sino en los corazones de las personas.

Desde una perspectiva estética y de dirección, la película tiene la oportunidad de jugar con contrastes visuales que representan tanto el pasado como el presente. La utilización de archivos de la época, fotografías en blanco y negro, y escenas que evocan la clandestinidad y el sufrimiento ofrecen una textura visual que complemente la narrativa. Por otro lado, las escenas contemporáneas del protagonista en su búsqueda —dialogando con familiares, investigando en archivos digitales, o reflexionando en espacios modernos— están llenas de colores y luces que contrastan con esa nostalgia y el peso emocional del pasado. Este contraste no solo contribuiría a la estética, sino que también simboliza cómo la historia trasciende las épocas y sigue vivo en la memoria actual, enriqueciendo así la experiencia sensorial del espectador.

Finalmente, el carácter universal de esta historia reside en su capacidad para conectar con públicos variados, independientemente de su contexto cultural o histórico. La película no solo sería un testimonio del valor de una herencia familiar, sino también un llamado a que cada uno valore sus raíces y se comprometa a recordar y honrar a quienes vivieron y lucharon antes que nosotros.