Kiersten Jungbluth
Casi treinta años después del feminicidio de su hermana menor, Liliana, la escritora mexicana Cristina Rivera Garza decide escarbar en lo más profundo de su memoria y alma para plasmar su historia en una novela que resulta tan potente como difícil de catalogar. El invencible verano de Liliana, reciente ganadora del Premio Pulitzer de Biografía, es tanto un homenaje y celebración de vida como lo es una desgarradora crítica hacia el sistema de justicia y los funcionarios corruptos en México, donde a diario innumerables casos de mujeres víctimas de violencia no reciben la atención necesaria.
La memoria desempeña un papel protagónico en la configuración de la novela. El invencible verano se sirve de diversos retazos que terminan por reconstruir la memoria colectiva de una joven a lo largo de sus veinte años de vida. Rivera Garza reúne cartas, testimonios y, sobre todo, fragmentos del diario de su hermana que tejen de manera continua una narración profundamente sensible, permitiéndole al lector no solo conocer sobre el crimen cometido hacia Liliana por su exnovio y lo que lo precedió, sino también –y quizás sea el verdadero corazón de la novela– conocer quién exactamente era ella para las personas que la amaban, cuáles eran sus sueños, pasiones y miedos, y así mantener ese recuerdo con vida.
Cada persona que se nos presenta en la historia sabía quién era Liliana y con quién estaba, y parecen poder señalar el momento exacto en el que pudieron haberla ayudado. La conocemos, entonces, como una chica brillante, llena de vida y con amor para entregar, pero que finalmente no logró pedir ayuda a tiempo. Pareciera que un sentir que la mayoría de los lectores de El invencible verano comparten es el de acabar percibiendo que han conocido a Liliana como a una amiga cercana, y esa es, exactamente, la magia de la manera en la que se narra su historia.
La obra, también, termina proporcionando una visión más amplia sobre cómo se acostumbra a soslayar los abusos en las relaciones románticas, tanto las víctimas como quienes están a su alrededor, especialmente desde la normalización de ciertas conductas dañinas bajo el pretexto del amor y la pasión. De esta forma, Rivera Garza termina por sostener que los crímenes de esta magnitud pueden ser prevenidos, no desde la culpabilización de la víctima, sino desde saber identificar cómo se ve en sus primeros pasos la violencia machista para romper el pacto de complicidad que se tiene con ella.
A lo largo de las 302 páginas de la novela, la narradora transita un duelo que parece ser tan infinito como complejo, mezclándose en ocasiones con sentimientos de rabia, impotencia e, incluso, culpa. Esto último surge, por un lado, a partir del deseo de poder haber hecho algo para cambiar las circunstancias, pero también por el mero acto de haber sobrevivido, y seguir sobreviviendo, sin su hermana en vida, aunque esta la acompañe de otras formas: “Éste es el trabajo del duelo: reconocer su presencia, decirle que sí a su presencia. Siempre hay otros ojos viendo lo que veo e imaginar ese otro ángulo, imaginar lo que unos sentidos que no son los míos podrían apreciar a través de mis sentidos es, bien mirado, una definición puntual del amor. El duelo es el fin de la soledad.”[1]
Esta culpa que no le corresponde necesariamente a Rivera Garza, pero que igual sigue allí, pinta un retrato más detallado de cómo puede verse y vivirse el duelo en experiencias como la que narra. Nos sentimos culpables por seguir adelante, por construir una vida nueva, por disfrutar de cualquier cosa sin la persona que nos falta. Finalmente, este sentir funciona como el combustible de Cristina para seguir con la incansable búsqueda de la justicia, a pesar de la inoperancia que demuestran las autoridades una y otra vez.
Los lectores acompañamos a la narradora en su largo recorrido por decenas de recovecos administrativos en el DF que prometían ayudarla a encontrar más información sobre el caso de su hermana menor, aunque ninguno terminaba de hacerlo. Se trata de un intento de rescatar la memoria de un suceso determinado en un país que simplemente no la tiene. Sacando este tema a la luz, la narradora no solo hace una dura crítica al sistema, sino que aprovecha para aplaudir y honrar a todas las mujeres que lo cuestionan a diario en un mundo que parece no tomarlas en cuenta, especialmente las feministas. “Somos ellas en el pasado, y somos ellas en el futuro, y somos otras a la vez. Somos otras y somos las mismas de siempre. Mujeres en busca de justicia. Mujeres exhaustas, y juntas. Hartas ya, pero con la paciencia que solo marcan los siglos. Ya para siempre enrabiadas.”[2]
El invencible verano de Liliana es una obra titánica que representa a toda una lucha. Una lucha presente en todas partes del mundo que busca conseguir justicia por las mujeres que hemos perdido, pero también por prevenir que nos sean arrebatadas más. Cristina Rivera Garza reconstruye brilantemente la historia de su hermana menor, recorriendo sus pasos y hablando con quienes ella habló en vida, y termina por rendirle tributo desde la mayor demostración de amor: mantener su historia viva y fuerte a través de su escritura.
[1] Cristina Rivera Garza, El invencible verano de Liliana (Ciudad de México: Literatura Random House, 2021), 112.
[2] Cristina Rivera Garza, El invencible verano de Liliana (Ciudad de México: Literatura Random House, 2021), 14.