Por Jairí Gereda, Mar Guzmán y Jennifer Dumes
El subgénero zombi en la actualidad contiene una gran variedad de contrastes. El principal es la evidente dicotomía entre el vivo y el no-muerto, sesgo que se impregna en los relatos cinematográficos de manera ficcional —casi siempre atravesados por el terror/horror— mediante una imagen genérica y prototípica que otorga un rol antropófago a la figura del zombi: un deseo constante por saciar el hambre mediante cerebros y cuerpos, donde la única labor del humano es la supervivencia. A partir de esa escisión primaria, también aparece la idea del héroe como, específicamente, individuos que se defienden de la muerte andante y toman un rol activo en su contra. De ahí, que prevalece la necesidad de no convertirse en estos entes y el deseo por devolver el orden preestablecido. Esa es la lectura literal, pero, incluso si se explora más a fondo el género, podríamos pensar en una alegoría sobre el papel de los no-muertos desde una mirada cultural, farmacéutica, social, jerárquica y, sobre todo, de poder.
Es así que una película habitual de zombis contiene defensa entre humanos, escasez de materiales primarios pero, sobre todo, exceso de armas y hostilidad. No obstante, la figura del zombi ha logrado que su expresión iconográfica vaya más allá de un monstruo y fenómeno de afección demográfico del mundo apocalíptico, se puede analizar este género un punto de vista existencial, pues la persona mordida pierde su humanidad, y se convierte en una criatura más del rebaño. Hay, por lo tanto, un desapego de la masa y, en consecuencia, se tiende a deslizar alguno que otro comentario sobre la organización social y la movilización civil. De tal modo, la existencia de este ser funciona como un cuerpo alejado de lo humano, que provoca malestar y miedo colectivo, así como también puede ser un elemento que permite construir retóricas. Para entenderlo más apropiadamente, debemos analizar las obras cumbre, pero también aquellas que proponen variaciones del tema, aportando puntos de vista novedosos a la dinámica del género. Es por ello que, entre la extensa gama de films existentes, hemos curado el ciclo de la siguiente manera.
Iniciaremos con World War Z (Marc Foster, 2004) como arquetipo del género y, por lo tanto, como una expresión sintomática que representa mucho de lo axiomático en el cine de zombis, sin dejar de lado su exploración por el estudio del zombi y el excesivo poder militar; L.A. Zombie (Bruce LaBruce, 2010) como exponente de la figura del zombi presentada desde el yo (individuo), monstruo andante, que fluctúa en condiciones precarias y que se percibe ante los demás como cadáver reanimado que se alimenta de seres —jerarquizados por expresiones marginales— mediante el coito, apelando a un metacomentario sobre políticas en muertes contemporáneas, recorriendo temas como la sexualidad e identidad desde un discurso del posporno y gore; Juan de los Muertos (Alejandro Brugués, 2012) nos dirigirá a una aproximación latinoamericana de lo zombi, desde un punto de vista marcado por procesos y traumas históricos propios del contexto cubano y el régimen socialista; Mi novio es un zombi (Jonathan Levine, 2013), explora lo romántico a partir de lo zombi, este film nos permitirá describir el encuentro entre lo común del uno y lo terrorífico del otro, aventurando la conclusión de que, tal vez, el zombi se permite sentimientos; Atlantique (Mati Diop, 2019) plantea una analogía del zombi como minoría. En este caso, una migrante y racializada, que pertenece a espacios marginados y cuya alienación le convierte en zombi.; Zombi Child (Bertrand Bornello, 2019) ejemplifica el zombi inicial, el zombi primigenio que nace del vudú haitiano y que se blanquea con el proceso de la modernización y la alienación del migrante; Los huesos (Joaquín Cociña y Cristóbal León, 2021) es un cortometraje que no es propiamente una obra de zombis, pero relata la resurrección de la carne como un proceso que, así como en el género zombi, se encuentra atravesado por su contexto histórico. En este caso, se trata de una representación de los efectos discursivos de una dictadura aparentemente muerta, pero latente desde el trauma, a modo de cadáver infeccioso —no solo en el plano social, sino también personal—, a través del inconsciente infantil; Quarantine (John Erick Dowdle, 2008) es un remake estadounidense del largometraje Rec (Paco Plaza y Jaume Balagueró, 2007) que, a diferencia de su obra progenitora, no revela con gran detalle el origen de la infección. Sin embargo, mantiene el discurso del zombi como un ente demoníaco, expuesto como un otro que primero es escudriñado y luego corrompido: una propuesta que podría enlazarse al colonialismo y su postura sobre lo otro. Finalmente, a la lista se suma One Cut of The Dead (Shinichiro Ueda, 2017), una película que utiliza «la ficción del zombi» como móvil para cuestionar el capitalismo en la industria cinematográfica, a su vez que presenta ciertos valores que, según el autor, significan una solución para «sobrevivir» en dicho sistema.
A partir de los films mencionados, este ciclo analizará a la figura que ocupa el zombi en el cine, partiendo desde la noción de que el género zombi tiende a ser un reflejo de cómo el autor percibe y conceptualiza al mundo. De ahí que los zombis puedan ser una metáfora de temas como el racismo, el capital, el comunismo, los movimientos sociales, etc. Este género lo hace a través de una mirada contextual sobre lo jerárquico en la sociedad, anclado a la cultura popular; analizando y reconfigurando diversas problemáticas socioculturales, de modo que funciona como vehículo de abordaje de fenómenos sociales y psicológicos de nuestra época. Esto, atravesado por elementos narrativos y formales que acompañan una analogía que va más allá de una simple representación de la figura monstruosa que yace impregnada en la psique colectiva, incitando a otras lecturas.