Por Belén Varela
Carta de una mujer desconocida (1922) es una novela de Stefan Zweig (Austria, 1881 – Brasil, 1942) que llego a mi vida a inicios de la pandemia. En medio de la desolación y de algunos momentos fuertes que atravesé durante esos meses, pude llegar a Zweig a través del único medio que tenía disponible para hacerlo: internet. La lectura de esa obra fue importante para mí en ese momento, y más cuando hace casi dos meses me encontré con una publicidad del Teatro Sánchez Aguilar promocionando la adaptación de la novela al teatro. Supe que tenía que ir.
La primera impresión que tuve al terminar de verla fue de agrado y de desagrado al mismo tiempo. Pero no me malinterpreten, el desagrado ocurrió porque me tomé el trabajo de desmenuzarla lo más que pude, hasta sentirme plenamente identificada con ella. No porque yo sea esa mujer desconocida de quien se habla en la obra o quizás sí, quizás convenga verme a mí misma como eso.
La trama de la novela es sencilla, Zweig nos narra la historia de un renombrado novelista que el día de su cumpleaños recibe una carta que, al principio ignora e incluso desdeña, al punto que prefiere leer el periódico, pero que al final le da curiosidad de leer. La carta no tiene remitente, pero sí un largo manuscrito de una mujer que le confiesa que lo ha amado obsesiva y secretamente desde hace varios años. Le cuenta, además, que la carta fue escrita un día antes de que ha muerto su hijo. Ante este desolador panorama, la mujer solo le pide al novelista que la reconozca.
La novela, al igual que la obra de teatro, tiene elementos que las hacen distintas, porque, aunque son la misma historia, llegan al público de diferente forma. Zweig muy astuto al apoderarse del recurso de la carta, y ofrecernos un monólogo capaz de recrear la soledad de la mujer y su necesidad de reconocimiento. En contraste, la adaptación realizada por el dramaturgo y director colombiano Manuel Orjuela logra que el espectador esté en los dos lados de la escena y pueda ponerse en el lugar del novelista y de la mujer con mayor fluidez que en la novela.
Este sentimiento de soledad que provoca, pese a que la obra es un monólogo a cinco voces, realizado por cinco actrices diferentes. Así, el recuerdo se construye como un efecto de la puesta en escena y nos presente a través de las actrices cada una de las etapas en la vida de esta mujer, en las que se observa la idealización y desfiguración del amor.
Esta historia que pretende mostrarnos un amor profundo, no correspondido y silencioso, que se sobrevive al tiempo por la esperanza y la fe, realmente es un relato de soledad y de una lucha constante por el reconocimiento. Esto es quizá el asunto que más me interesó de la obra. Esto me llevo a conversar con Patricia Tamayo, una de las actrices, que ha representado el papel hace diecisiete años. Ella me contaba que cada vez que representa a esta mujer, le surgen nuevas inquietudes sobre su propia relación con el amor, con los hombres y con ella misma, como si el personaje le ayudase a entenderse de nuevas formas cada vez que lo hace.
Así, la obra de teatro, se convierte en un organismo vivo. Según la actriz, es una obra que tiene ritmo, debido en parte a que las actrices jamás se observan entre sí y toda la coordinación depende de la relación entre la voz y el oído. Este sentido del lenguaje es, para la actriz, un escenario nuevo, debido al cambio de acento que se manifiesta con la actuación de actrices locales y mostrando cómo las mínimas variaciones, incluso dentro de una misma lengua, condicionan nuestra relación con la obra.
Al ser un organismo vivo, la obra también se nutre del escenario y del lugar donde se ejecuta. El Teatro Sánchez Aguilar tiene una particularidad, porque logra el distanciamiento adecuado para el desenvolvimiento en la puesta en escena, y a la vez crea un espacio de intimidad entre la obra y el público. Esa cercanía sirve para que el espectador sienta el mismo desconcierto de este hombre que recibe la carta, al que no se jamás se le da voz, lo que es un recurso muy sugerente.
Una vez que se acaba la obra el teatro ofrece el OpenMusic para tomar sangría ilimitada: es hora de beber hasta que te boten del teatro. Entonces regresas con una inquietud: ¿Cuál fue la reacción de este hombre al recibir esta carta? ¿Qué cara puso? ¿Es posible que me hayas convertido, tú también, en ese mujer desconocida que busca reconocimiento?
La obra en el fondo trata de la soledad, y cómo es importante que hablemos de la necesidad del reconocimiento del otro, aunque sea —o sobre todo porque es— un desconocido. Para mí esa sigue siendo la mejor razón para ir al teatro, para salir con preguntas que uno no pidió, pero que necesitaba plantearse en algún momento. Ahora mismo, al escribir sobre la obra, pienso en todas las veces en que yo mismo he sido una mujer desconocida. En el dolor y fascinación que esa idea provoca.