Por Isaac Morillo
Hablar de Efraín Jara Idrovo (1926-2018) es hablar de uno de los poetas ecuatorianos más importantes de su generación, una generación que tuvo nombres como Jorge Enrique Adoum (1926-2009) o el mismo César Dávila Andrade (1918-1967). Estamos hablando de un escritor que, al igual que Augusto Monterroso, nunca fue muy constante, sin embargo, lo poco que se publicó de él es sencillamente increíble. Es por ello que su publicación póstuma, Una soledad volcánica. Cartas desde Galápagos, por la editorial Mecánica Giratoria, en el año 2021, es (a mi criterio) una de las publicaciones más importantes de las letras nacionales de los últimos años. Esto se debe principalmente a la revalorización de la obra del poeta cuencano, quien por mucho tiempo se ha visto olvidado, tanto para lxs lectores como para lxs poetas. De hecho, el momento en el que leí este libro, poco o nada sabía sobre el autor, apenas había sido mencionado durante mi etapa colegial y en la universidad (pública y de las artes). Siendo estudiante de la carrera de Literatura no se lo nombró siquiera.
Tuve que estar en Quito, en la feria de libros y editoriales independientes «El último día del verano», de la Casa Benjamín Carrión sede Bellavista, sentado en una esquina, con la mascarilla puesta, junto a otras ni sé cuántas personas que me llevaban unos doce años de diferencia y frente a una publicación física, para entender quién realmente era Efraín Jara Idrovo, cuál era su relación con las islas y su valor como poeta, cosa que es una pena y afirma lo dicho por Jhonny Jara, hijo del escritor: «Mi padre está olvidado ya, es una referencia de poeta pero las nuevas generaciones ya no lo recuerdan»[1]. Un hecho triste que solo demuestra la «inoperancia de las autoridades de las instituciones de cultura del país, que nada hacen para preservar la memoria de nuestros grandes escritores»[2]. Es así que el valor de este cae en las editoriales independientes o instituciones privadas que sí ven su importancia y se toman la titánica tarea de volver a poner el nombre del autor en la literatura nacional. Este es el caso de Efraín Jara Idrovo de quien conseguir un libro —ya sea en librerías de viejos o en cualquier otra—, era prácticamente imposible y aún sigue siendo difícil. Si este es el caso de este tremendo autor, me pregunto cuántos más sufren de lo mismo.
Después de haber visto el lanzamiento, me quedé con la intriga de aquel pequeño libro de color morado —mi color favorito—, que tiene dentro de sí una ilustración minimalista de una isla junto al atardecer. El título y nombre del autor se encuentran en la parte superior e inferior de la portada, ambos con un color amarillo-beige pastel, que solo realza lo hermosa que es esta portada, quizá de las más lindas que he visto en mucho tiempo. Las cartas también fueron otro factor que despertó la atención, puesto que, para ese momento, no había visto una publicación nacional de este género, tampoco sabía si en algún momento se había publicado algo parecido, haciendo de este libro (para mí) una rareza que quisiera tener en mi biblioteca. Esa vez no lo pude comprar.
Tuvieron que pasar dos años de pandemia para que llegara la Fiesta Internacional del Libro Quito 2021 (FILQ 2021) de manera presencial, en donde, al igual que la anterior feria, se volvió a presentar el libro, esta vez en el auditorio Eliécer Cárdenas —nombre impuesto en ese momento en homenaje a aquel escritor que recién había fallecido— del Centro Cultural Metropolitano. Esta vez lxs expositores fueron Alicia Ortega, César Chávez y Andrés Santos, y solo diré que oírles fue suficiente para comprar el libro y averiguar por mi propia cuenta lo hermosa que es la escritura de aquel poeta cuencano que se autoexilió a las islas en dos ocasiones en su vida: la primera de 1955 a 1958 y la segunda de 1995 a 1996. Y es que las islas son ciertamente un lugar mágico y lleno de misterio —también me parece mágica la Amazonía, pero eso da para otro texto—, un territorio marítimo que fue descubierto en 1535 por el religioso español Tomás de Berlanga y anexado al país en 1832, durante la presidencia de venezolano Juan José Flores. A pesar de formar parte del territorio nacional desde hace casi dos siglos, son contados los escritos que giran alrededor de las islas. Aquí, tras una breve búsqueda, podemos exponer los siguientes textos[3]:
- Las encantadas (1854) – Herman Melville
- «Galápagos, el fin del mundo», en Espíritu de la letra (1927, 1928-1929) – José Ortega y Gasset
- La sed (1938) – Georges Simenon
- Galápagos, las últimas islas encantadas (1946) – Paulette E. de Rendón
- El mundo de las evidencias. Obra poética (1945-1998) – Efraín Jara Idrovo
- La isla de los gatos negros (1973) – Gustavo Vásconez Hurtado
- Más allá de las islas (1980) – Alicia Yánez Cossío
- Galápagos (1985) – Kurt Vonnegut
- El cacique de las Galápagos (1994) – Juan Francisco Donoso Game
- Archipiélago del llanto (1999) – Enrique Freire Guevara
- Etapa de terror y lágrimas durante la colonia penal de Isabela (memorias de un colono de Galápagos) (2003) – Antonio Constante Ortega
- Esclavos de Chatham (2006) – Alicia Yánez Cossío
Y esto sin mencionar las crónicas del mismo Tomas de Berlanga u otros libros de carácter naturalista, como el célebre Origen de las especies (1859) de Charles Darwin —texto por excelencia de las islas, con el que podríamos decir que se inicia una tradición literaria, social y biológica—. Sin duda, en tanto tiempo, las llamadas «Encantadas» se han visto relegadas a un segundo o tercer plano para los nacionales, aunque no es el mismo caso de los internacionales, quienes sí valorizan las islas.
Volviendo al libro de Jara Idrovo, este nos pone en frente a un género literario poco explorado (y publicado) dentro de nuestra literatura nacional y nos referimos al género epistolar, el cual, según palabras de Bernardita Maldonado, quien tiene todo un estudio introductorio sobre las cartas que yacen en este libro, nos cuenta que:
La escritura epistolar tiene como un objetivo funcional: principalmente mantener los vínculos con sus seres amados, a quienes rememora (…), pero no deja de ofrecer aspectos extraordinariamente interesantes para lectores, investigadores y biógrafos. La edición de estas cartas puede constituir un material de trabajo en la posibilidad de redescubrir, en conjunto, la singular creación de poeta cuencano.[4]
Una total verdad, considerando que, cartas como las de Virgina Woolf, Gustave Flaubert, Franz Kafka o las del mismo Julio Cortázar muestran una mirada más íntima sobre sus personalidades y logramos ver un aspecto más humano, una especie de archivo que precede a la creación artística. En el ámbito nacional, las cartas de Pedro Jorge Vera, Jorge Carrera Andrade o Benjamín Carrión, tienden a caer en aspectos más burocráticos, aunque también se enfocan en demostrar en demasía el contexto social-político-cultural de su época, algo que, en el caso de Efraín Jara Idrovo, casi no se observa. En contraste, ofrece ciertos momentos en donde, para quienes hemos leídos su obra, logramos identificar fragmentos donde se ven realizados algunos de sus poemas, como «Recordando a Manuel Muñoz», «In memoriam» o «Sollozo por Pedro Jara», una de las elegías más hermosas y tristes creadas en nuestra literatura[5] y que tiene como punto de inflexión las mismas islas, al igual que estas cartas.
Recibí el radiograma de tu padre y lo contesté por dos ocasiones. Una, felicitándote por el nuevo hijo y otra, días más tarde, avisándote que se llamaría Pedro Iván. Cuatro o cinco días después del segundo, me entregaron otro con tu firma, exigiéndome avise el nombre elegido para el niño, lo cual me indujo a pensar que mi último radiograma, por llevar la dirección de mi casa, no llegó a tu poder. Volví a dirigirte otro. Ignoro si lo recibiste. Me contrariaría que tú lo inscribieras con un nombre diferente en vista de la demora de mi contestación.[6]
A pesar de que estas cartas no se interesan en el contexto social-político-cultural de la época, el libro contiene dentro de sí un Luminar, en donde muestra una cronología de la vida y obra del autor, como al mismo tiempo algunos datos generales entorno a las islas, específicamente de Floreana, San Cristóbal e Isabela, lugares en donde habitó el poeta. Y es muy curioso, ya que, como mencioné anteriormente, Efraín Jara Idrovo se exilió en las islas de 1955 a 1958, tiempo en el que apenas se estaba gestionando una colonización al archipiélago y persistían los estragos de algunas de las varias cárceles que hubieron ahí.
Galápagos se ha visto envuelta en varios procesos de colonización y entre ellos se encuentra el carcelario. Varios de los primeros colonos fueron ex-presos, extranjeros o fugitivos, quienes, viendo problemas dentro del continente, tomaban la decisión de huir a las islas, en donde la ley no podía alcanzarles por lo inhabitadas que estas eran en su mayoría.
Esto último no lo sé por haber investigado, sino por el pasado oscuro que envuelve a mi familia —que mencionaré aquí porque sé que ninguno de ellxs va a leer esto—, y es que durante ese mismo tiempo, mi bisabuelo también habitó las Encantadas, quizá junto al poeta cuencano o eso quisiera creer. Su estancia en las islas, se debió a que, en el continente, cuando él se dedicaba a la profesión de transportista fluvial de Juján a Guayaquil, se cayó un niño por la borda, ocasionando que se ahogase y si bien eso ya era suficiente problema, aquel niño resultaba ser el hijo del jefe, haciendo que, por temor a ser despedido o encarcelado, huya a Galápagos y deje a mi bisabuela e hijxs a la deriva. De lo que tengo entendido, vivió alrededor de tres años ahí y cuando por fin regreso al continente, no trajo ni una concha de recuerdo para sus hijxs, lo que despertó cierto resentimiento en varios de los miembros de la familia, que hasta el sol de hoy siguen reprochando aquel descuido a casi diez años de su muerte.
Así hay un montón de casos ocurridos en las islas, quizá otro de los más mencionados es el de La Baronesa, quien llegó a Floreana, consiguió amantes, los asesinó y luego desapareció, o el de Manuel J. Cobos, dueño de la hacienda El Progreso en San Cristóbal, quien gestionó la primera oleada de colonización ecuatoriana a las islas hacia finales del siglo XIX. Este sujeto fue un personaje tiránico que asesinaba a todo aquel que no cumpliera su ley. Como este existen innumerables ejemplos de personajes que hacen de las islas un ambiente un poco más hostil de lo que uno podría imaginar, aunque normalmente esto es más producto de la intervención humana antes que de la flora y fauna que allí habitan.
El último gran acontecimiento entorno a estas es el naufragio ocurrido el 27 de septiembre de 2022, el cual dejó, para el momento en el que estoy escribiendo este texto, cuatro muertos y dos desaparecidos.
Teniendo esto en cuenta, podríamos asumir que la escritura de estas cartas puede estar más relacionadas a un golpe de realidad que pudo haber tenido el autor durante su instancia en las islas, pero no del todo, pues durante su primera etapa allí, la visión que tiene Efraín Jara Idrovo es totalmente romántica: ama estar ahí, se la pasa pescando y escribiendo, se siente cómodo con la soledad que emana una isla Floreana de no más de veinticinco habitantes. Jara no duda en demostrarlo y presumir a sus lectores, quienes serían madre, esposa y amigos.
Mirar un islote, un acantilado donde se enardece la espuma, una lengua de piedra brillante que saborea la delicia bravía de la sal del mar, y tomar consciencia que todo es familiar, que está allí desde siempre, como esperándome, igual que si volviera a pescar, nomás. ¡Oh Madre!, ¡qué hermoso, puro y simple es todo esto![7]
No es hasta su segunda instancia (1995 – 1996), en donde el autor tiene un verdadero golpe de realidad, quizá por su ya avanzada edad o el hecho de que esta vez sí se siente realmente solo, debido a varios factores, como el divorcio o la muerte de sus seres queridos, lo que hace que esta segunda sección del libro sea más oscura y veamos un Jara Idrovo cansado y arrepentido de haber escapado nuevamente hacia las islas: «la visión actual de Las Encantadas como las denominaba Herman Melville, más bien desencanta y deprime»[8]. Esto último hace del libro un documento más enriquecedor, debido a que podemos visualizar los varios cambios que han tenido las islas a lo largo de los años y cómo aquel paraíso insular se ha ido urbanizando hasta convertirse en un ambiente totalmente ajeno al que en algún momento el poeta supo amar.
Este no es un libro que romantice a Galápagos, de hecho, si bien las islas son el punto de punto de arranque para la creación de estas cartas, la verdad es que en varios momentos suelen quedar en un segundo plano y sus parajes le sirven al autor para generar una reflexión sobre sus motivos para escapar en soledad hacia las islas y qué espera resolver estando ahí cuando toda su familia reside en el continente. Una soledad volcánica. Cartas desde Galápagos es un libro introspectivo, en algunos momentos incluso cae en el ensayo y nos da una nueva mirada de uno de los poetas más importantes de nuestra literatura, demostrando que aún hay mucho que publicar de nuestros grandes autores, a pesar de que lleven demasiado tiempo muertos.
Coda
Antes de irme, solo quiero decir que, para la creación de esta reseña me tomé la tarea de leer varias otras que fueron escritas en torno a este libro y ninguna habló ni mencionó el siguiente tema. O, no del todo. Primero, antes que nada, el proceso de publicación viene desde el año 2016, tiempo en el que el poeta todavía seguía con vida, aunque ya muy enfermo, pero con suficientes ánimos y dispuesto a la publicación de sus cartas, que, en una primera instancia, parecería que iba a ser junto a la Casa de la Cultura del Azuay. Esto se evidencia en un artículo digital, donde se menciona el próximo lanzamiento del libro.
Pese a esta enorme dificultad, que ha supuesto luchar cuerpo a cuerpo con una memoria cada vez más esquiva y una luz egoísta, el maestro, a los noventa años, ha emprendido su última aventura literaria: usar una grabadora para luego transcribir lo dicho, «tal como hacía Borges». De esta manera, y con la asistencia imprescindible de su hijo Johnny, ha logrado concluir Cartas desde Galápagos, texto que se publicará este año y cuyo prólogo está a cargo de Cristóbal Zapata.
El libro, que tiene alrededor de 180 páginas, quiere mostrar todas sus vivencias en la isla Floreana, adonde llegó en 1954 huyendo, como él mismo lo dice, del alcohol y de los amigos que lo inducían a beber, entre ellos el célebre ‘Fakir’, César Dávila Andrade, a quien considera uno de los mejores en el arte de la versificación.[9]
Esto no sucedió. Por algún motivo el proyecto se quedó en standby, se desvinculó —creo yo— con la Casa de la Cultura, murió el poeta y se comenzó a buscar otra editorial interesada en la publicación de las cartas —no diré nombres, pero esto me consta—, y que al mismo tiempo desee cumplir con las exigencias impuestas por el hijo del poeta, quien llevó a cabo la transcripción y parece que posee los derechos de autor de su padre, haciendo que esto mismo ocasione más problemas que soluciones. No fue hasta que la editorial Mecánica Giratoria tomó las cartas, que la idea de un nuevo libro de Efraín Jara Idrovo dejaría de ser una especie de proyecto maldito con el que todxs estaban interesados, pero que pocxs querían hacer realidad.
En este punto pasa algo curioso, el libro tiene un total de 171 páginas, la cuales están dividas en las siguientes secciones:
- Luminar
- Troppo Mare. Cartas desde Galápagos
- Destinatarios
- 1955 – 1958
- 1995 – 1996
- Índice
Aquí debo de mencionar una pequeña sección de material visual (la cual es hermosa y no me quejo de que esté ahí), en donde se muestran postales, fotografías, mapas y otras cosas entorno a Jara Idrovo y su tiempo en Galápagos. Sin embargo, según la cita anterior, se dice que el libro poseía originalmente alrededor de 180 páginas de (solo) cartas y en este libro ya publicado, las cartas como tal recién empiezan en la página 49, lo que me pone a pensar, cuál fue la necesidad o decisión editorial de no publicarlas todas. Bastó una breve investigación, para encontrar una entrevista a Lucía Moscoso Rivera, editora de la editorial Mecánica Giratoria, que habla sobre el libro en cuestión:
Es una selección, no son todas las cartas, pero son hermosas, tienen una alta carga poética, tienen una cuestión muy vital, son también reflexiones existenciales sobre el ser humano, sobre la escritura y además puedes acercarte a las Galápagos de los cincuenta y de los noventa.[10]
Y sí, son hermosas, muestran el paso del tiempo y todo eso, pero siento que el hecho de no haber publicado todas las cartas, porque tal vez tenían una menor carga poética o se enfocan en otros aspectos más burocráticos, hace que nos privemos de un Efraín Jara Idrovo más humano. En esta edición, solo nos están mostrando su mejor versión y, además, cabe mencionar que el hecho de que no estén todas las cartas hace que este libro inconscientemente se una a la lista de los otros epistolares publicados en nuestra literatura, que no son malos, pero también fueron publicados a modo de selección, es decir, incompletos.
Para finalizar, el libro en cuestión, si bien es hermoso por fuera, por dentro posee varios errores —por no decir horrores— de diagramación, ortográficos e investigativos, se nota que durante su proceso de edición hubo varios problemas que hicieron que se salten varios pasos de corrección, haciendo que el producto final, si bien fue realizado con las mejores intenciones, no cumple y no hace completo honor a la memoria del gran poeta que es Efraín Jara Idrovo.
Perdón.
[1] Pablo Salgado J., «Una soledad volcánica», Periodismo público, agosto 27, 2021. https://periodismopublicoec.com/2021/08/27/una-soledad-volcanica/
[2] Pablo Salgado J., «Una soledad volcánica», Periodismo público, agosto 27, 2021. https://periodismopublicoec.com/2021/08/27/una-soledad-volcanica/
[3] María Dolores Vasco Aguas, Las Galápagos en la literatura (Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, 2012), https://repositorio.uasb.edu.ec/bitstream/10644/3347/1/SM117-Vasco-Las%20Galapagos.pdf
[4] Bernardita Maldonado, «Troppo Mare. Cartas desde Galápagos», en Una soledad volcánica. Cartas desde Galápagos. (Mecánica Giratoria, 2021), 14.
[5] Dejo aquí un link al poema para todo aquel que no lo ha leído. https://circulodepoesia.com/2014/01/poesia-ecuatoriana-efrain-jara-idrovo/
[6] Efraín Jara Idrovo, «Isla San Cristóbal, 30 de Octubre de mil 957», en Una soledad volcánica. Cartas desde Galápagos. (Mecánica Giratoria, 2021), 96.
[7] Efraín Jara Idrovo, «Floreana, mediados de Mayo de mil 955», en Una soledad volcánica. Cartas desde Galápagos. (Mecánica Giratoria, 2021), 55.
[8] Efraín Jara Idrovo, «Floreana, Noviembre de mil 996», en Una soledad volcánica. Cartas desde Galápagos. (Mecánica Giratoria, 2021), 151-152.
[9] «Entre recuerdos y olvidos, Efraín Jara Idrovo prepara su nueva obra | Casa de la Cultura Ecuatoriana», acceso 28 de septiembre de 2022, https://casadelacultura.gob.ec/archivo.php?ar_id=11&no_id=4712&palabrasclaves=Libro%20Efra%EF%BF%BDn%20Jara%20Idrovo&title=Entre%20recuerdos%20y%20olvidos,%20Efra%C3%ADn%20Jara%20Idrovo%20prepara%20su%20nueva%20obra
[10] Pablo Salgado J., «Una soledad volcánica», Periodismo público, agosto 27, 2021. https://periodismopublicoec.com/2021/08/27/una-soledad-volcanica/