Por Mario Maquilón

El 27 de agosto finalizó la muestra de las obras que conformaron la 61ava edición del Salón de Julio, y que se expusieron en el Museo Municipal de Guayaquil. Como particularidad, el 2022 representó el regreso del certamen tras los dos años de interrupción que significó el inicio y desarrollo de la pandemia del coronavirus. Este contexto ofrece una oportunidad para examinar la articulación del evento a la escena artística porteña y nacional, y los mecanismos que tras bastidores definen sus configuraciones.

Un ejemplo de lo anterior fue la posibilidad de postulación en línea, que surgió como opción ante el avance de la transición digital forzado por la pandemia. En varios medios periodísticos se resaltó que esta edición contó con un récord de inscripciones (se pasó de 157 como máximo histórico a 254 aplicaciones), lo cual estuvo motivado en parte por esta modalidad, y quizás también por el parón debido la suspensión del salón en 2020 y 2021.

Previo a este cambio, las y los artistas debían presentar sus propuestas de forma presencial. Naturalmente, esto representaba dificultades para personas que viven en localidades remotas a Guayaquil, o cuyas jornadas laborales y personales les impedían este desplazamiento. De esta manera, es necesario considerar que ciertas restricciones en los procesos de postulación pueden afectar la accesibilidad a las muestras y exposiciones, y, por lo tanto, su nivel de representatividad.

Esto puede implicar un conflicto para un concurso que se presenta como un promotor y difusor de la tradición pictórica nacional. Por tanto, las bases deben considerar las realidades de las y los artistas, ante lo cual se debe realizar un marcado esfuerzo por parte de la organización para facilitar la participación de creadores que se encuentren fuera de los círculos urbanos hegemónicos. En esta ocasión, fue necesario un acontecimiento mundial como la llegada del coronavirus y el consecuente desarrollo digital, para que exista la infraestructura tecnológica y organizacional que permita la aplicación en línea, cuyos resultados fueron evidentes.

Además, respecto a lo anterior es preciso considerar que los salones de pintura, y muestras institucionales en general, representan una plataforma de exposición significativa para las y los artistas que logran formar parte de ella. A ello se suma que el Salón de Julio se enmarca en las celebraciones de fundación de Guayaquil, como bien indica su nombre, lo que le permite tener un alcance notoriamente mayor en comparación a galerías independientes. He ahí la responsabilidad implícita de los salones nacionales para con la escena artística y la diversidad de sus miembros.

Este compromiso cobra aún más peso para esta última edición del salón, en tanto en el texto curatorial la directora Lusardi se cuestiona sobre “¿Cómo generar un salón que aporte al desarrollo de las artes a nivel local y nacional?”. Naturalmente, ese desarrollo tiene varias dimensiones: el reconocimiento y legitimación de las producciones artísticas, el incremento de la exposición con el consecuente contacto con nuevos públicos, y por supuesto, los premios económicos a los ganadores.

Este último elemento no tiene un peso menor. La situación de estos artistas en concreto responde al patrón de precarización que viven los trabajadores del arte y la cultura en general, según lo reveló el segundo Termómetro Cultural del Observatorio de Políticas y Economía de la Cultura. Así, el 57,77 % de los artistas plásticos y visuales que participaron en la Segunda Encuesta de Condiciones Laborales en Trabajadores de las Artes y la Cultura (cuyos resultados se plasmaron el termómetro referido) indicó que no tiene capacidad de ahorro. Así también, el 55,54 % no contó con seguro médico de ningún tipo, cantidad superior al 48,14 % de las y los encuestados a nivel general. Por otro lado, el 45,15 % de artistas plásticos y visuales debe dedicarse a actividades remuneradas no culturales como forma de obtener ingresos.

Ante estas condiciones se genera una necesidad y expectativa de estos artistas de participar en estos concursos, que inevitablemente los colocan en una dinámica de competencia, en tanto los premios económicos se conceden solo a los tres primeros lugares. A esto debe sumarse el cuestionamiento al alcance que puede tener entre la población que no consume arte con regularidad una exposición eventual enmarcada en celebraciones cívicas-históricas que no conllevan necesariamente un proceso de formación de públicos.

Retomando el tema de la representatividad, es preciso apuntar que más allá del incremento en las postulaciones es necesario también examinar la distribución de las obras seleccionadas. De los 24 trabajos que conformaron la muestra, 18 (75 %) pertenecían a artistas originarios de Guayaquil y Quito. Estos datos abren líneas de indagación sobre la producción nacional: ¿se da prioridad en la selección a las piezas provenientes de entornos urbanos? o ¿las carencias de educación artística en la ruralidad inciden en la generación de obras en lo que se refiere a calidad y volumen? Al mismo tiempo, vale preguntarse sobre el nivel de difusión que las convocatorias a estos salones tienen más allá de los límites de la ciudad, por ejemplo, en espacios con dificultades para el acceso a Internet.

Desde el 2001 se ha debatido respecto a la caducidad del formato salón, y dos décadas después esta pregunta aún mantiene su vigencia en medio del auge de la digitalidad y las virtualidades. Es pertinente mencionar que como parte de la última edición del Salón de Julio las obras ganadoras de otros años fueron expuestas en el centro comercial Mall del Sur, como un intento de romper con la convencionalidad. Sin embargo, este cambio de locación no garantiza una real ruptura de la dinámica museística y de la disminución de las brechas que solo pueden cerrarse mediante proyectos de educación artística sostenidos en el tiempo y accesibles a la ciudadanía en general.

Estos aspectos obligan a la muestra a trascender más allá de su articulación a las fiestas patronales de la ciudad, para plantearse como una impulsadora fija de la escena plástica nacional. Ello conlleva un enfoque integral que conciba al Salón de Julio como una actividad continua, ya sin los límites temporales y espaciales que conlleva la noción de “salón”. Al respecto, Giada Lusardi, su directora, considera que uno de los nudos críticos del certamen es el hecho de que se comienza a preparar meses antes de la exposición, ante lo cual ella aboga por un trabajo permanente. Un enfoque como este permitiría, por ejemplo, una colaboración e intercambio con instituciones educativas y públicos diversos, cuyos resultados se evidenciarían en la asistencia, recepción, retroalimentación e influencia que pueda tener la muestra.

La continuidad, acorde también a Lusardi, podría aplicarse a través del mantenimiento, al menos por dos años, del o la director/a, en tanto los puntos a mejorar identificados por un equipo no siempre se transmiten a su relevo, a menos que existan conexiones personales entre estas personas más allá de la organización del Salón. Si esta opción presenta problemas ante la posibilidad de generar estancamientos de enfoque, el factor de retroalimentación no debe descuidarse. Por ello se requiere de una evaluación persistente, en la que se puedan recoger y tomar en cuenta las perspectivas del público y de la comunidad artística. Es decir, aumentar la permeabilidad.

La porosidad también implica conectar al Salón de Julio con otras propuestas artísticas municipales, como lo es el Festival de Artes al Aire Libre, de cuya edición del 2022 aún no se tiene noticias, y que tiene lugar en el marco de las fiestas de independencia octubrinas de Guayaquil. Al respecto, Lusardi plantea que ambos eventos pueden constituirse como caras de una misma moneda, en la que una apunta a la tradición (de la pintura y del museo), mientras que la otra se desenvuelve en el espacio público y con una mayor variedad de expresiones artísticas. Sin embargo, la docente y curadora apunta que es necesario equiparar los montos de los premios de estos certámenes, ya que el Salón de Julio otorga valores significativamente mayores a los del FAAL (10.000 versus 3.000 para el primer premio).

La reanudación del Salón de Julio en este 2022 puso de manifiesto nuevamente la injerencia de las instancias municipales en la promoción y apoyo a la producción artística, en este caso, de pintura, y el peso que tienen los criterios determinados para la postulación, selección y muestra de las obras. Así también, reveló la importancia del trabajo previo y posterior a la exposición, de los cuales depende en gran medida su alcance. La eventual realización del Festival de Artes al Aire Libre y de la próxima edición del Salón podrían demostrar la valoración que se dio a los aprendizajes obtenidos en esta edición. Mientras tanto, vale prestar atención sobre la distancia que recorrieron las ondas con la piedra que cayó en el estanque.

Bibliografía

  • Holguín, J. C. (25 de julio de 2022). Salón de Julio 2022, una alternativa cultural para visitar en Guayaquil. El Comercio. Obtenido de https://www.elcomercio.com/actualidad/guayaquil/salon-julio-2022-alternativa-cultural-guayaquil.html
  • Kingman, M., & Cevallos, P. (2017). El campo del arte en disputa: posicionamientos contemporáneos y convocatorias artísticas en el Ecuador en la década del noventa. Arte, Individuo y Sociedad, 29(1), 23-37. Obtenido de https://www.redalyc.org/pdf/5135/513554411002.pdf
  • Observatorio de Políticas y Economía de la Cultura. (2022). Termómetro Cultural. Guayaquil: Universidad de las Artes. Obtenido de http://observatorio.uartes.edu.ec/termometro-cultural-2/