Juan Montenegro Viteri

Por allá, en el lejano 2011, los zombis se estaban apoderando de la cultura popular. Una gran masa homogénea de películas y series estaban disponibles para los ávidos consumidores del género. Dentro de este frenesí vio la luz Juan de los muertos que, para muchos críticos, es la mejor comedia zombi realizada hasta el día de hoy. Para este momento el subgénero ya contaba con algunas películas deliciosamente realizadas, como Shaun of the dead (Edgar Wright, 2004), o Zombieland (Ruben Fleischer, 2009). Pero esta producción hispano-cubana, escrita y dirigida por el argentino Alejandro Brugés, tiene un sabor distinto para el espectador latinoamericano, porque trata temas políticos complejos propios de Cuba y de la región (migración, control e ineficacia gubernamental, pobreza extrema, entre otros) de una manera ligera (a pesar de la sangre y vísceras desparramadas) e hilarante.

El plano con el que inicia la película es el de nuestro personaje principal, Juan, acostado sobre una balsa artesanal. Él y el ambiente transmiten una sensación agradable de relajación, el sol propio del caribe brilla sobre un mar exquisitamente azul. De pronto sentimos una amenaza submarina que pretende irrumpir la paz de Juan. No es nadie más que Lázaro, su mejor amigo, que estaba pescando con un arpón. Se sube a la balsa y comienzan una pequeña charla donde Juan defiende la vida en La Habana. De pronto, pescan algo, no es otra cosa que un zombi con un uniforme que parece de una prisión gringa. Lázaro le dispara con el arpón directamente en la cabeza acabando con el muerto viviente. Juan le pide que no le digan a nadie, dando a entender que nadie les creería y que el gobierno no confiaría en sus palabras. A partir de ahí se ve por pocos minutos un cotidiano de la isla, que conocemos bien por otras varias películas que retratan a La Habana. Pero esto no dura mucho, pues esa misma noche, durante una asamblea, se desatan los primeros vestigios de la invasión zombi. Los noticieros cubren esta historia diciendo que son “disidentes” financiados por el imperio para irrumpir la paz social del régimen de Fidel Castro. Juan no cree la historia.

A partir de ahí ocurren varios sucesos que desembocan en el inevitable apocalipsis zombi. Para Juan, Lázaro, la China, el Primo y California, hijo de Lázaro, esto es una oportunidad para emprender un nuevo negocio. Es así como nace Juan de los muertos: matamos a sus seres queridos. Este eslogan es usado como tagline en los propios pósters  promocionales de la película. El concepto del negocio era sencillo, Juan y su combo se encargaban de matar a los familiares zombis de sus clientes que no lo podían hacer. Como todo buen negocio en Latinoamérica, que está sujeto a los distintos cambios sociales y políticos, no duró mucho. Debido a que cada vez existían más disidentes y menos clientes. Esto lleva a toda la pandilla, a buscar la salida de la isla. Al grupo antes mencionado se sumó Camila, la hija de Juan, quien se encontraba visitando a su abuela materna, y con quien Juan trataba de reconectarse. Esta subtrama es la más débil de la historia, porque Brugués se ve      obligado a incluir a una actriz española, debido a las condiciones que derivan de una coproducción.

Si le quitamos la invasión zombi a La Habana, la historia no es tan distinta a algunas películas producidas en Cuba. Dos grandes amigos que tratan de ganarse la vida, en muchas ocasiones utilizando métodos no tan legales, al cual se le suman un pequeño grupo de coloridos personajes, que al final tienen que tomar la decisión de irse o quedarse en Cuba. Para acentuar el drama, y generar más emoción al espectador, estos inseparables amigos toman decisiones distintas. El héroe se queda, el sidekick se va con el resto del grupo. Bien podría estar contando Habana Blues (Benito Zambrano, 2005), o inclusive Fresa y Chocolate del legendario Gutiérrez Alea y Juan Carlo Tabío de 1994.

Ahora, si le quitamos La Habana a esta película de zombis, tendríamos otra película cualquiera del género. El grupo de amigos, y/o extraños que se encuentran en el camino, buscan a toda costa llegar a ese “santuario” libre de la amenaza de los muertos vivientes. Donde durante el trayecto el grupo se hace cada vez más pequeño. Entonces, ¿qué la hace distinta, y merecedora del Goya a la mejor película Iberoamericana en el 2013? Además de la simbiosis de los elementos antes mencionados, están el tratamiento de lo cómico, la muerte y el gore.                                                                                                                                                                          Una comedia zombi, no puede ser otra cosa que comedia negra. Ver una horda de muertos vivientes, que arrastran su carne putrefacta, devorando a todo ser vivo que encuentran a su paso, puede generar muchas risas, si es bien tratada.  Eso lo logra Brugés en Juan de los muertos. Las risas perversas están presentes desde el inicio y tenemos varios ejemplos. Como cuando tratan de ayudar a una anciana con su esposo convertido en zombi y la terminan matando por accidente. O el perfectamente ejecutado baile en esposas entre Juan y la China, ya convertida en zombi. Es así como a lo largo de la película se utiliza nuestro miedo a la muerte y a los desastres naturales, que representa el cine zombi, para enfrentarnos a ellos con una carcajada. En ningún momento se pretende que el espectador se tome muy en serio los acontecimientos de la película. Lo que quiere es que nos riamos y pasemos un buen momento, mientras, tal vez de manera inconsciente, reflexionemos sobre los temas sociales expuestos.

Es así como Brugés logra con éxito una gran película de género, algo que para Latinoamérica no es común. Todavía estamos muy ligados al cine de autor y tratar de incursionar a un género específico puede resultar problemático. Pero, la clave para contar con éxitos nuestras historias, es partir de lo local y contarlo como algo global. Apropiarnos de los diferentes géneros cinematográficos que usa Hollywood como medio de dominación cultural y convertirnos en verdaderos disidentes, y así expresar nuestras realidades, de una forma que no solo sean disfrutables para la región, sino también exportables al resto del mundo.