Por Mar Guzmán

El ciclo de cine de Mz 14 ha presentado estas semanas cortometrajes antiguos. En el ciclo de cine de los 80s vimos 5 cortos, 5 cápsulas de tiempo que han guardado interesantes discursos sobre el ser ecuatoriano con el paso de las décadas.

Chacón maravilla es sobre un niño pobre que lustra zapatos y que encuentra la felicidad pintando. Evidentemente recae en ciertos tropos clásicos del cine y fetichiza las realidades marginales, pues se concibe a sí mismo como una obra que quiere pertenecer a una realidad —la pobreza— que le es ajena. Esto denota la necesidad del realizador por contar su historia desde una perspectiva romántica y supuestamente crítica. Digamos que lo crítico, en este caso se pierde, aunque lo bello de Chacón Maravilla es que no deja de ofrecer una obra que en el fondo es sobre lo bello y lo sensible. Que no sea crítico no mancha su sensibilidad. Las siluetas que esboza Chacón en la pared de una niña rica se parecen bastante al corto en sí mismo. El corto no deja de ser un producto armonioso, que entrega con sensibilidad los colores de las calles y de los barrios. Resulta interesante observar al protagonista agarrando a los zapatos, a los cuadros y a las flores como si fueran objetos mágicos que acompañan su soledad. La verdad es que esa estética se ha quedado con nuestro cine a lo largo de los años. Ni Enchufe tv ha podido escaparse de esa estética algo Chespiriana. Su legado es una propuesta artística clásica que se balancea entre lo colorido visualmente y el humor (a veces) carente del ritmo que caracteriza el material ecuatoriano. 

En Cañaris pudimos ver algo diferente. Se trata de un documental sobre la fiesta del carnaval. Un verdadero retrato de cómo son y cómo ocurren. El documental entrega de manera explicativa la historia del carnaval y, en medio de su explicación, recorremos el pueblo donde se filma. Allí observamos cómo las personas entran en casas ajenas, se bañan entre ellos y riegan todo tipo de comestibles en sus cabezas con esa violencia característica de las fiestas de pueblo. Como serrana que soy, recuerdo esos espacios como llenos de la irónica violencia amistosa. Es en ese espacio donde nos volvemos permisivos hasta el punto de encontrarnos con extraños  lanzándote huevos y toneladas de harina a la cara en tu propia casa. Como producto audiovisual, Cañaris es muy similar al carnaval que aspira retratar, porque no es delicado, no teme en mostrarnos decapitaciones de gallinas o, al mismo tiempo, apreciar la estética del páramo. Nos regala una disonancia muy carnavalera. 

Cañaris sirvió como entrada para el siguiente corto que se proyectó en el ciclo, Quito: País de la mitad. Este corto explica la historia Quitu-cara y los espacios que han definido sus tradiciones; recuerda a la gente de la zona (y del país) que los territorios indígenas no son ninguna fábula y no está desapegados de la realidad de la capital.

Lo mismo pasa en Boca del lobo, que nos relata la historia de la organización indígena y la construcción de la lucha popular en las zonas rurales. Esta temática, situada en la década de los ochenta, está fuertemente representada, y por eso podemos ver las masas organizadas, los territorios rurales con pancartas y las migraciones masivas a espacios de protesta. Las luchas sociales eran parte de cotidianidad del pueblo ecuatoriano ochentero y ayudaron a construir ese sentimiento particular de lucha que ha marcado los hitos históricos del pasado y de nuestra actualidad. 

Hay un tema más que resuena muchísimo en el ciclo de cortos: la abrumadora soledad de la ruralidad. Curioso cómo se contrasta con la temática del levantamiento indígena el corto Tiempo de mujeres. En él, se nos cuenta una realidad dura de la sierra rural ecuatoriana. “Sin el humo de las personas se arruina la casa”, dice una mujer que aparece en el documental. La obra ofrece una serie de relatos de mujeres, madres de familia, que han trabajado para enviar a sus hijos a Estados Unidos para encontrar salidas laborales. Esa migración masiva —sobre todo de hombres jóvenes— comienza a dejar al pueblo lleno de mujeres mayores en una atmósfera de soledad insondable. Aunque amargo, el documental sí disfruta de ese concepto visual de la soledad: muestra grupos pequeños, calles vacías, casas arruinadas, muchas zonas abandonadas por gente, deterioradas. Por suerte no se queda solo en ello, sino que se aprovecha para relatar las micro historias del pueblo, historias de cómo las mujeres se ocupan en la organización territorial, distribuyen el poder, se organizan en comunidad y trabajan para producir para ellas mismas y para quienes extrañan día a día. El documental cierra con la protagonista llamando de vuelta a sus hijos y soltando alguna lágrima por su recuerdo. 

Sin duda el ciclo entrega esa desesperanza tan latinoamericana, ese afán que tenemos para demostrar sus adversas condiciones socioeconómicas con su riqueza cultural e histórica. Los escenarios naturales y los paisajes son el lienzo perfecto para dibujar realidades muy ajenas y quizás alejadas de quienes las retratan, pero unidas por la línea estética de filmar la quietud y de la obsesión por lo crudo y lo visceral que tienen nuestras imágenes cotidianas.