Por Lenin Luis Ponce

Todo el mundo conjetura —así lo siento— el grado de intensidad de un duelo.

Pero imposible (signos irrisorios, contradictorios) medir

hasta qué punto alguien ha sido alcanzado

—Roland Barthes, «Diario de duelo»

En 2020, Rommel Manosalvas ganó el Segundo Mundial de Escritura (Categoría General) con su texto Abuelita, resultado de largas jornadas en las que, aproximadamente, escribía tres mil palabras al día bajo ciertos condicionamientos. Una vez fue presentado el veredicto final, y entre la variedad de entrevistas nacionales interesadas al respecto, Manosalvas comentó que, además de enfocarse en su carrera como arquitecto y booktuber, preparaba una novela a publicar en los años venideros. Si bien es cierto que no es un escritor novel —aparte de su ensayo Víctor Hugo y las redes sociales, que fue antologado en la editorial Cactus Pink hace tres años—, la primera novela que lo catapulta hacia la inmensidad del panorama literario es Anatomía transparente (Ed. Planeta).

El potencial previsto por los autores del jurado (Mariana Enríquez y Javier Cercas, por ejemplo) se pone en relieve una vez leemos Abuelita y, posteriormente, Anatomía Transparente. La novela breve, a rasgos generales, es un acercamiento al origen del quiebre. Es una obra, por supuesto, de pérdida y de desaliento ante la irrupción de la muerte. Considerando esto, la estructura propuesta por Manosalvas facilita la extrañeza y posterior conmoción en su lectura, puesto que la división en tres partes —“Disertación sobre los bordes”, “Infecciones” e “Infecciones de otro tipo”— no apresura las revelaciones y acentúa la fuerza de las voces que, a su medida, desmantelan la vida y muerte de Samuel, el protagonista.

El carácter epistolar de la obra nos pone en los pies de Irene, su madre. Irene nos acecha en cada fragmento y nos arrastra hacia un luto que lentamente se vuelve personal también. La lectura que ella emprende en el diario de su hijo es igual a la nuestra, aunque exista una situación específica (un pensamiento, una época de ausencia) que nosotros no terminemos de entender hasta la recta final, cuando todo debe ser dicho. Por eso, me resulta circunstancial el comienzo de la novela: Irene, en el silencio de la remembranza, visita lo que fue en su momento el departamento de Samuel y, cual revelación, se encuentra con Julia, otra madre que sufre el rictus de la orfandad traspuesta. «Somos lo mismo, pensó por un instante, con el llavero entre los dedos rígidos. Somos dos madres de hijos muertos»[1], nos cuenta el narrador, quien dispone al lector de un sentimiento errático y asfixiante cuando contornea el espacio en el que Irene no encuentra nada más que ausencia.

Manosalvas, entre muchísimos otros temas, pone en manifiesto el trauma de la violencia doméstica extendido hacia la adultez y sus relaciones futuras. Samuel, que hasta el capítulo dos se nos muestra como un joven abstraído, guarda consigo el desconsuelo de una infancia de rechazo. Después de su padre —victimario cruel que se regocija en sus dinámicas de poder dentro y fuera del entorno familiar—, los lazos que establece con otros son inestables, apenas sin posibilidad de salvación; pese a que lo sabe, no puede hacer otra cosa que resguardarse ante la inexorable fatalidad por venir, cosa que entendemos gracias al papel de otros personajes como Frank en el fragmento final, donde las revelaciones acrecientan el desgarre.

A través de la novela, Manosalvas insiste en que no hay mayor tabú que el que se origina dentro de la propia familia, aquel que incita a Samuel a rehuir de los vínculos sanguíneos por la indisposición o el constante encuentro airado cuyo leitmotiv es la violencia. Lo que queda después no es más que un registro, una investigación que responde las averiguaciones que nunca se hicieron y que debieron ser atendidas a tiempo. En ese sentido, la única despedida posible es la que se desprende del presente y se posiciona en lo que acaeció en solitud, pero que terminó dejando estragos.

Como primer trabajo, Anatomía transparente resulta un acierto dentro del panorama nacional de literatura emergente. Su estilo narrativo, a través de un lenguaje poético y cristalizado, realza la crudeza del cuerpo enfermo, agotado e indispuesto. Sin muchos miramientos, se podría afirmar que la maduración de su novela —y, claro está, de su obra futura en general— traerá fructíferos resultados para la literatura ecuatoriana.

[1] Rommel Manosalvas, «Anatomía transparente», (Colombia: Editorial Planeta, 2022), p. 9.