La memoria y el cómo dejar todo atrás en Todas las bicicletas que tuve de Powerpaola

Por Isaac Morillo

Para mi padre,
que ama las bicicletas
y este libro

TREK G22 (2000-presente)

Andar en bicicleta me es una parte elemental desde que soy guagua. Teniendo como padre a un ex-ciclista profesional, han sido contados los días en los que no he hablado o transportado en una, ya sea para ir a la tienda vecina o recorrer grandes distancias entre los valles de Quito, lugar al que siempre regreso porque ahí queda la casa de mis padres y habitan mis bicicletas, las mismas que han sido heredadas y mantienen un registro que va más allá del kilometraje —el suficiente para dos o tres vueltas al mundo— y se concentra en las vivencias que uno ha llegado a tener dentro de estas, en mi caso, siento que mi TREK G22 ha sido la que más ha sufrido mis vainas, que iban (y van) desde fugas en la madrugada, rupturas amorosas, reconciliaciones e incluso choques automovilísticos, en donde salí volando y comencé a valorar los constantes regaños de mi padre para que use casco cada que salga a ciclear, y claro, qué más se podía esperar de una bicicleta con la que literalmente crecí. Pero bueno, esas solo han sido las mías, porque las de mi padre dentro de la misma han ido desde viajes de la casa al oriente y pruebas de alto rendimiento en el parque Metropolitano, lugar en donde a la pobre bici se le rompió el marco, haciendo que sea reemplazado por otro de otra marca que contiene una tonalidad negra con rojo y con la cual la conocí; tan linda, tan única, tan mía. A pesar del constante sudor, cansancio extremo y piernas palpitantes, la bicicleta siempre me hará sentir felicidad y libertad, como también me hace reflexionar sobre lo que voy o acabo de hacer.

Sensaciones hermosas y llenas de incertidumbre que para mi sorpresa se ven plasmadas en la novela gráfica Todas las bicicletas que tuve de Powerpaola,  libro que conocí gracias a las redes sociales de El Fakir editorial —obviamente lo quería para mí, para compartirlo con mi padre—, pero que al poco tiempo lo obtuve como regalo por los seis (que en verdad eran cinco) meses de relación con mi peladx, Franco, esto dentro del contexto del Libre Libro 2022, en donde las editoriales nacionales e internacionales tenían los precios de remate; lamento no haber aprovechado más eso. Quizá porque la feria era principalmente para los estudiantes de la Universidad de las Artes de Guayaquil y siendo más específicos: para los de la carrera de literatura. De cualquier forma, estoy completamente agradecido con Franco por haberme regalado este libro y hacer que no me prive de las bicicletas de Powerpaola, como hacer memoria de las mías.

Cannondale (2007-2021)

Publicado en el ya olvidado 2022, como el resultado de una iniciativa editorial latinoamericana dentro del cono sur, que hizo que sea lanzado por varias editoriales, como: La silueta (Colombia), Musaraña (Argentina), Lote 42 (Brasil), El Fakir (Ecuador) y Sexto piso (México). Todas las bicicletas que tuve se presenta como un libro único, en donde, por medio del dibujo y escritura se muestra el recorrido de Powerpaola en los diferentes peldaños de su vida, que van desde su juventud hasta los varios países en donde ella habitó en su edad adulta, creando en cada uno de ellos amistades, dramas, llantos, robos, entre otros sustantivos en donde sus bicicletas se mantuvieron como testigos a los hechos. Es un texto ilustrado que celebra la vida y el andar en bicicleta, como también demuestra mediante simbolismos puntuales —que son la alcantarilla, el cocodrilo y el collar de perlas amarillas— que todo lo contado no queda más que en la memoria, misma que le ha servido a la autora como una especie de archivo que se ve manifestado en todas las bicicletas que tuvo en su vida y en donde se toma la libertad de «tergiversar» un poco lo ocurrido: «dibujar y escribir sobre alguien, como dijo Mariana Gil, es porque esa persona te importa. Es una manera de amar, de invocarla telepáticamente y materializarla a tu modo. / A lo mejor de eso se trataba todo»[1]. Y es curioso, ya que esta idea de archivo a través de la bicicleta se me vino a la cabeza cuando mi padre, tras leer la novela, se puso a pensar y hacer una especie de lista sobre todas las bicicletas que ha llegado a tener, las cuales —tras yo también ayudarle en este conteo— dieron un total de dieciséis, entre 1982 hasta el presente, en donde yo (capaz) destacaría las siguientes:

  • Venotto (1982-1985): primera que tuvo y de ruta, comprada en el Comandato.
  • Vitus (1985-1987): rutera de segunda mano, comprada a Jaime Pozo Gonzales, leyenda del ciclismo ecuatoriano.
  • Pinarello (1991-1998): rutera que con el tiempo fue robada. Con ella fundó junto a unos amigos el «Club los Andes», equipo de ciclismo semiprofesional y profesional, con el que comenzaron a competir en la Vuelta al Ecuador y Vuelta a Colombia. Entre sus filas se encontraba Juan Carlos Rosero, primer ciclista ecuatoriano en participar en los Juegos Olímpicos, en Barcelona 1992, con financiación del club, debido a que la Federación Ecuatoriana de Ciclismo (FEC) se negó a gestionar el viaje del deportista.
  • TREK G22 (2000-presente): montañera la cual heredé. En un principio de color rojo y fibra de carbono, pero tras haberse quebrado el marco, todas las piezas de esa bici se fueron al nuevo marco.
  • Battaglin (2004-presente): rutera de aluminio que también heredé. Originalmente de color negro, pero con el tiempo se la pintó de amarillo.

Y por supuesto la Canondolle, una rutera de color rojo platinado —muy linda—,  que estuvo junto a mi padre alrededor de catorce años, tiempo en el que ambos participaron en varias competiciones nacionales e internacionales, como Vuelta al Ecuador, Vuelta a la Costa, Vuelta a la Sierra, Vuelta a Colombia y Vuelta al Valle de Cali-Colombia. Competiciones en las que, durante los últimos años de la década del 2000, pude acompañarlo junto a mi hermano menor, yendo de un lado a otro en los carros de staff del equipo de ciclismo, pasando aguas, granolas y ánimos a los ciclistas para que sigan en la competición. En ese lapso de tiempo que significó un road trip por casi todo el Ecuador y parte de Colombia, conocí un montón de espacios que se fueron perdiendo en mi memoria, hasta la llegada de dos textos elementales, el primero el libro que nos compete hoy y el segundo Diario de piedras de Andrés Landázuri, poemario en el que, mediante una travesía lo largo de Ecuador, Colombia, Venezuela y Brasil en bicicleta, la voz poética se expone frente al cansancio que implica aquel recorrido y piensa en varios pasajes de su vida, la cual deja pausada para hacer aquello que tanto ama, ciclear, al mismo tiempo, durante su primera etapa —es decir Ecuador y parte de Colombia—, la voz poética pasa por sectores en donde yo también estuve por días o efímeramente, como en Cali, la misma que Andrés Caicedo presenta en su hermosa novela ¡Qué viva la música!, y la cual Andrés Landázuri le dedica los siguientes versos:

Mi silencio flota en esta vibración de cantos. / Millones de luces que cuelgan desbordadas por la plaza, más todavía los ojos que recorren sus colores de alboroto. / Ni una sola alma está vacía en este soberbio resplandor de fiesta, solo la mía[2].

Y claro, que Powerpaola la expone aún más junto a su BMX, aunque de nuevo cayendo en lo efímero y concentrándose en otros espacios como lo son Quito con su Parque La Carolina o Medellín/Medallo que es un retrato perfecto y hermoso a lo que imaginé de esa ciudad cuando leí La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo.

Y este mismo hecho de encontrarse con estos espacios que uno ha conocido personalmente o mediante textos, me hace cuestionar el tipo de novela ilustrada que puede ser esta —hablando de catalogación— y se me viene a la cabeza la novela Tamia, el universo[3] de Roberto Ramírez, que conceptualiza la idea de la novela-universo —que no es más que la construcción de una narrativa que se crea alrededor de esta misma idea del universo— y sus variantes como novela-facsímil, novela-hospital, novela-continente, novela-parlamento, entre otras. Teniendo esto en cuenta, pienso que Todas las bicicletas que tuve puede ser vista como una novela ilustrada-mapa afectivo, novela ilustrada-intimista o novela ilustrada-bicicleta, idea última que me viene tras leer un comentario de la autora durante una entrevista: «me interesa experimentar mi propio cuerpo como una herramienta para poder desplazarme hacia donde quiero ir y la bicicleta es una extensión de una misma»[4]. De cualquier forma, siendo cualquiera de estas ideas de catalogación, esta novela ilustrada se mantiene como una valoración al pasado, a los momentos hermosos y a cómo estos de a poco se van perdiendo para tal vez ser reemplazados por otros nuevos: Siempre terminan mis historias así. / Yéndome / Escapándome / Como esa canción de Christina Rosenvinge. / “Lo siento”[5]. Con la duda infinita (y temor extremo) de que si los próximos recuerdos serán mejores o peores que los anteriores.

Battaglin (2004-presente)

Cuando me encuentro en Quito voy de un lado a otro en bicicleta, principalmente en los últimos días que estuve en la ciudad —previos a mi regreso a Guayaquil después de las fiestas de navidad y fin de año—, me movilicé de manera constante para ir a ver a las pocas amistades que me sobraron del colegio, como también visitar las librerías de segunda mano que tanto adoro. Por desgracia la TREK G22 se encontraba desinflada de una llanta (y también me dio pereza parchar el hueco), lo que hizo que en los últimos días me dedique a ciclear en la Battaglin, más rígida y aerodinámica por el simple hecho de ser rutera, aunque ya le tenía el tino de andanza, siempre manobrear con ella en momentos puntuales puede ser difícil.

Durante mis últimos días visité mi librería de segunda mano de confianza y me dedique a intercambiar libros, entre los míos se encontraba Noticia de un secuestro de Gabriel García Márquez y Memorias de África de Isak Dinisen, la verdad, tras leer Todas las bicicletas que tuve me di cuenta que, más allá de contarnos historias puntuales, también se dedicaba a recomendar una variedad de lecturas que tal vez tenían una idea inicial de difusión, como también hacer de la voz narrativa un poco más entrañable, mostrándonos sutilmente sus gustos literarios en el fondo de sus ilustraciones. Estos son algunos de los libros que logré ver:

  • I love dick – Chris Kraus.
  • La bicicleta – Ricardo Daniel Piña
  • El otro Marks – Oscar del Barco
  • Kafka en la orilla – Haruki Murakami
  • El río – Dave Davis
  • Teoría King Kong – Virginie Despentes
  • Alejandra Pizarnik – Poesía reunida

Libros que tenía la intención de buscar e intercambiar la vez que fui esa última vez a la librería y que por desgracia no aparecieron por ningún lado, me tuve que decantar con Por la patria de Diamela Eltit, La piel es un veneno. Historia sucia de Guayaquil de Francisco Santana (firmado) y El juego de los abalorios de Hermann Hesse (este último siendo regalo de navidad atrasado para Franco, que tanto adora a ese autor), textos que a pesar de que no eran los que buscaba, siguen siendo joyitas literarias dentro de este tipo de librerías de segunda mano y de los que de cualquier forma me encuentro feliz de haberlas adquirido.

***

La última regresada a la casa sigue siendo la misma que he emprendido después de tanto tiempo de recorrer estos espacios junto a mi bicicleta, mismos que tiempo atrás no llegaba avanzar por el cansancio extremo o porque sencillamente me perdía, sensación que en un principio es horrible, pero que de a poco, con los años, te pones a pensar en esos momentos en los que no sabías qué hacer con nostalgia antes que con preocupación.

Con la bicicleta logras conocer las ciudades que habitas. / Perderte es una aventura que, cuando logras encontrar la salida, se vuelve una victoria solitaria. / pasa igual cuando se te pincha a mitad de la noche y caminas con ella por horas hasta llegar a casa[6].

Recorrer todo en bicicleta tiende a brindar momentos de soledad en donde, en el mejor de los casos, te acompaña la música. Lo digo por mí que antes de que se me dañe el celular me la pasaba escuchando música mientras andaba en bicicleta y a veces era demasiado alta (y disfrutable) que ocasionó que un carro me chocase una vez, haciéndome volar y luego reclamar que le pague los daños a su vehículo mientras aún me encontraba en el suelo. Tremendo imbécil, hui de la escena. Aunque esto de la música también lo digo por Powerpaola, debido a que su libro también tiende a ser rítmico, demostrándonos un registro de sus gustos musicales que confluyen con lo que pasa en las varias tramas del texto como con las bicicletas. Música hermosa que me di la tarea de rastrear y hacer un playlist, que también contiene alguna que otra canción que imaginé que pegaría aquí.

Y bueno, tras regresar a la casa, con los libros nuevos y un cansancio extremo a pesar de haber hecho esa misma ruta de la casa a la librería cientos de veces, me puse a pensar en lo realizado que me siento cuando termino ese trayecto, el cual, pensando en Todas las bicicletas que tuve, se vuelve un acontecimiento inconcluso porque ahora creo que este recorrido solo fue uno más del montón, quién sabe si para la próxima me vuelven a chocar o me robar la bicicleta, solo lo sabré si sigo cicleando, como Powerpaola. Después de leer su libro me emociona la duda de saber cuál será su próxima bicicleta y qué acontecerá con ella.

Coda

Un shot por cada ves que escribí «bicicletas».

(Spoiler: fueron 35 veces)

[1] Powerpaola, «La china 2003. La palmirana 1996. La salvadoreña 2008-2013», en Todas las bicicletas que tuve (El Fakir, 2022), 23-24.

[2] Andrés Landázuri, «Cali, Colombia. 25 de diciembre de 2009», en Diario de piedras (El Hipopótamo: edición y creación, 2018), 12.

[3] Próximamente reseñada por el Lector Semiótico.

[4] «Powerpaola: «La bicicleta representa la libertad, independencia y felicidad» | Milenio,» acceso 14 de enero de 2023, https://www.milenio.com/cultura/todas-las-bicicletas-que-tuve-resena-de-libro-de-de-powerpaola

[5] Powerpaola, «La china 2003. La palmirana 1996. La salvadoreña 2008-2013», en Todas las bicicletas que tuve (El Fakir, 2022), 12.

[6] Powerpaola, «La china 2003. La palmirana 1996. La salvadoreña 2008-2013», en Todas las bicicletas que tuve (El Fakir, 2022), 21.

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