Cuentas pendientes: Las voladoras de Mónica Ojeda

Fernando Montenegro

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Las voladoras fue publicada en 2020, con tal impacto que fue calificada por el prestigioso suplemento literario Babelia, del diario El País de España, como uno de los cincuenta libros más importantes del año. Y lo es. 

Desde un punto de vista literario sin duda se trata de una colección de cuentos muy bien lograda. La autora logra reproducir algunas de sus temáticas conocidas como el terror y la violencia —especialmente, la violencia ejercida contra las mujeres—, a un escenario inusual (aunque no inédito) para su obra: los andes ecuatorianos. El primer relato, “Las voladoras”¹ es el que le da nombre al volumen y el que tiene la función de proponer una atmósfera y un tono en la colección, según lo ha mencionado Ojeda en varias entrevistas. Desde mi punto de vista, sin embargo, este no es ni de lejos el relato más importante, por lo menos para los propósitos analíticos del presente trabajo. Para ello me voy a enfocar, brevemente, en dos relatos: “Soroche” y “El mundo de arriba y el mundo de abajo”. 

“Soroche”

Soroche, en el Ecuador, es una palabra utilizada para referirse al mal producido por la exposición a la altura. Es una condición que aparece comúnmente cuando las personas de la costa viajan a la sierra, y sufren una serie de síntomas que incluyen dolor de cabeza, mareo y un malestar generalizado. Uno de los personajes de Ojeda lo define de esta manera:

Lo llaman mal de aire, mal de altura, mal de montaña, mal de páramo, apunamiento, soroche, pero siempre que te da te quieren hacer mascar coca como si fueras una maldita alpaca, y a mí eso no me gusta. A mí eso me parece asqueroso. Una vez me dieron un té de coca y fue lo más repugnante que he probado en mi vida. Yo sé lo que es estar muy alto. ¿sabes? Yo he estado en La Paz, en Quito, en Cuzco. He viajado mucho porque me gusta conocer sitios nuevos y culturas nuevas. Viajo, como mínimo, dos veces al año, y no a cualquier continente, sino a países donde el panorama es duro. No hago turismo chic, no señor. Yo me lanzo a la aventura y a veces eso tiene consecuencias.  

En lo que sigue se relata, desde la perspectiva de cuatro amigas, Viviana, Karina, Ana y Nicole, las vicisitudes que las turistas experimentan en este viaje. El fragmento citado pertenece a Viviana, pero en el resto del relato se leerán los testimonios de las otras tres amigas que, por cierto, pertenecen a la clase alta guayaquileña. La figura central del relato lo configura Ana. Ella es la razón por la cual las cuatro mujeres han decidido emprender este viaje de aventura hacia el páramo. Ana se ha divorciado recientemente, producto de un video pornográfico que la ha expuesto no solo con su familia, sino con toda la sociedad guayaquileña de élite. 

Ojeda es magistral en narrar este tipo de escenas. El video que circula, y que todas sus amigas han visto, contiene imágenes que incluyen penetración anal, sangre, excrementos, etcétera. Aquí un impactante fragmento de la mencionada escena: 

¿Que en qué estaba pensando mientras subíamos a la montaña, niño? Pensaba en mí misma abierta de piernas sobre la cama. En mis muslos gordos, arrugados, con mesetas y hundimientos de piel de naranja. En mis venas azules, rojas y verdes hincadas igual que lombrices de mar […] En mi cuerpo de luchador de sumo, de elefante, de foca, agitándose nauseabundamente, ridículamente, repugnantemente. En cómo él coge la cámara y me enfoca el ano con hemorroides y me mete el dedo y sangro y suelto caca. (2020)

Ahora bien, el clímax del relato ocurre cuando en medio de la caminata Ana, la mujer del video, se ha detenido sobre un par de piedras, se ha bajado los pantalones y se ha dispuesto a orinar en frente de sus amigas. Esto produce estupor en todas ellas y la picardía del cuento consiste en jugar con las percepciones que cada una tiene sobre esa imagen. Tengo particular interés por la mirada de Karina, la escritora:

No quería ver el cuerpo de Ana, esa es la verdad. Yo creo que ella lo sabía y nos estaba poniendo a prueba. Todas fallamos, por supuesto. ¿Me das una calada? Gracias, querido. El sendero estaba limpio, durante el ascenso no nos encontramos ni una sola alma salvo en esos breves segundos en los que vi a un indio a lo lejos, más arriba, mirándonos con un poncho rojo y un bastón de madera. Te lo cuento ahora porque cuando Ana salió corriendo el indio también lo hizo y fue como si los dos fueran la misma persona, solo que en distintos sectores de la montaña. Te parecerá una locura, pero casi juraría que vi al indio correr de espaldas. Se me heló la sangre. Todo esto lo vi al final, por supuesto, y ya no pude hacer nada. Tal vez fue el soroche […], pero como le di la espalda solo vi el final, cuando Ana y el indio se lanzaron. ¿Un cóndor? ¿Quién te dijo eso querido?  

En el relato se nos hace saber que Karina es quien tuvo la idea del viaje pero que hubiera preferido otro destino, “una ciudad moderna”, por ejemplo, lo que revela que Karina es una escritora de ciudad, aunque bien basta leer unas pocas líneas para comprender que Ojeda está haciendo una parodia de este tipo escritora y tomando cierta distancia de sus propias preferencias políticas y literarias, tal como lo hizo en su última novela Mandíbula, donde plantea una crítica a la élite conservadora guayaca. En donde ambas coinciden—Karina y Mónica—, sin embargo, es en la perspectiva más o menos distante que tienen del indio. 

Este es el segundo elemento que rescato: la relación entre el páramo y el indio. Hasta ese momento las mujeres no se habían encontrado con un solo indio en su camino, cosa inverosímil en un viaje hacia los Andes ecuatorianos. Más allá de este detalle, que puede ser anecdótico, resulta decidora la forma un tanto esquiva en la que el indio ha sido puesto en escena. En primer lugar, su aparición es más o menos fantasmagórica, pues lo hace de manera difusa y espacialmente distante (se dice que está allí arriba, entre la niebla) y, en segundo lugar, aparece equiparado o, incluso, fundido con Ana, la mujer gorda que está orinando. Para colmo de lo grotesco, cuando Ana sale corriendo y se avienta hacia el páramo, ya en el remate del relato, aparece la figura de un cóndor que es caracterizado como un ave monstruosa, aunque magnífica, y que, sobre todo, es una representación mítica de lo andino y lo indígena, como lo han sugerido otros escritores como César Dávila Andrade. Se trata, sin embargo, de una representación, digámoslo así, un poco desgastada ya a estas alturas de la historia.

Claro está que lo que busca Ojeda es crear un efecto de lectura a través del personaje y no cabe perder de vista que se trata de un relato de ficción, sin embargo, los elementos utilizados para crear ese efecto nos dan mucho que pensar sobre el modo en que están pensados y representados el páramo y el indio en el imaginario de la escritora ecuatoriana. No me parece menor, así mismo, el valor simbólico que se produce con la imagen de Ana orinando sobre unas piedras. Me resulta imposible no relacionar esa imagen, con una producida por el ex-alcalde de la ciudad de Guayaquil, cuando en una disputa pública con el entonces líder del partido socialista, Enrique Ayala Mora, le decía a los gritos: “ven acá para mearte”

La imagen escatológica hace pensar que, cuando menos, hay una resistencia de los personajes para relacionarse con la complejidad del páramo. El indio tiene que ser representado de manera distante, difusa. El objetivo de Ojeda es evidentemente superior al de sus personajes, pues ella sí que busca inmiscuirse en la mitología andina, como lo prueba en los otros sus relatos, aunque lo hace de un modo que quizá convenga llamar, por ahora, extractivista y turístico. ¿Es por eso que el indio no termina por aparecer en toda su complejidad en todo el volumen? ¿Es por eso que el indio no aparece como sujeto sentimental y, mucho menos, hace parte de la economía social que está en juego en el relato? 

“El mundo de arriba y el mundo de abajo”

En mi criterio, este es el cuento mejor logrado de la colección. Me atrevo a decir que es uno de los cuentos más memorables que he leído en el último tiempo. Se trata de una clara referencia a la novela inacabada de José María Arguedas El zorro de arriba y el zorro de abajo, que no es asunto menor puesto que se trata de una obra que, precisamente, pone en conflicto la cultura quechua de los Andes peruanos con las apropiaciones blanco-mestizas de ese imaginario. Un estudio más profundo sobre las críticas que plantearía Arguedas sobre el trabajo de Ojeda, queda pendiente para un futuro trabajo. Por ahora, baste señalar la referencia, aunque sea para decir que pese a la plasticidad del cuento de Ojeda, en ningún sentido ofrece una crítica para pensar en eso que Mariátegui alguna vez llamó el problema del Indio. Pero no le podemos pedir eso al libro de la autora ecuatoriana, sus pretensiones son distintas, evidentemente. Sí cabe decir que al menos las sugiere. 

Aclarado este punto, es de destacar la riqueza poética que se lee en este relato. Allí se cuenta, en primera persona, la historia de un hombre que ha perdido a su hija, Gabriela. El relato está contado en doce fragmentos intitulados “Piedra I”, “Piedra II”, etcétera, a través de un narrador que está en una especie de trance poético en el cual se refiere a sí mismo en los siguientes términos: “Escribo: aprenderá a caminar y a hablar como antes. Soy el padre y el chamán. Soplo adentro de su boca. La insuflo de vida agreste. Le enseñaré a ponerse los zapatos. Le enseñaré a darle gracias a la hierba”. 

El dolor de esta muerte lo lleva a intentar una suerte de resurrección, aunque de una manera particular: usando el cuerpo de su mujer. La idea es que el narrador-protagonista pueda transmigrar el alma de Gabriela al cuerpo muerto de su esposa: “Así lo hice porque ese era el deseo de mi mujer y el mío propios” (Ojeda, 2020). Lo que observamos después es el tránsito de este hombre hacia las más altas montañas donde intuye que logrará devolver —allí y no en otra parte— la vida a su hija. 

Vale destacar, entonces, algunos elementos. Por los primeros indicios que nos ofrece el relato, podemos inferir que el narrador-protagonista y su familia, son mestizos. No solo el nombre de Gabriela parece así sugerirlo, sino también en la escena que se lee en el siguiente pasaje: 

Los pájaros cantaron en su alto vuelo. Los indios lo gritaron con sus miradas cenagosas: Invasores. Terratenientes que juegan a la andinidad. […].  «Esos salvajes le echaron un mal de ojo a nuestra guagua», dijo mi mujer mordiéndose las rodillas. […]. A lo lejos, los indios del pueblo miraron con desconfianza nuestra caza (Ojeda, 2020). 

Contrario al relato comentado anteriormente, aquí aparece un verdadero conflicto entre los personajes blanco-mestizos y los personajes indígenas. Más adelante sabemos que los indios del pueblo, “salieron de sus chozas para rodear nuestro terreno. Invasores nos llamaron. Terratenientes que juegan a la andinidad.”² En otras palabras, lo que vemos transcurrir en el trasfondo del relato es un problema de tierras, si bien su interés central es dar cuenta de la experiencia, digámoslo así, mística que sigue el viaje del hombre hacia la cumbre de algún volcán nevado de los Andes. (Yo no sé por qué se me ocurre que ese nevado es el Cayambe, pero puedo estar equivocado). 

No es menor establecer aquí un punto de tensión: la comunidad organizada y en resistencia contra la familia burguesa blanco-mestiza que ha invadido un terreno. Este conflicto, sin embargo, queda eclipsado por el viaje místico hacia la cumbre, donde, sin embargo, van a aparecer nuevamente varios indios, aunque siempre como parte del paisaje telúrico de los altos Andes. 

Es cierto que en el camino una mujer india le ofrece ayuda —son las hojas de coca que una de las mujeres del anterior cuento despreciaba—: “«Para usted y su guagua», me dice, pero yo sigo escribiendo sobre las piedras” (Ojeda, 2020). Resulta claro que de este fragmento podemos concluir que, nuevamente, el encuentro con el indio queda reducido a una representación difusa donde lo que importa es “seguir escribiendo”. No hay duda que el tránsito del protagonista, además, está determinado por cierta perspectiva turística del mundo Andino que queda manifestado en dos de los fragmentos (el IX y el XI) intitulados “Primer refugio” y “Segundo refugio”, nombres que se utilizan para designar las posadas destinadas para los andinistas que visitan volcanes como el Cotopaxi o el Cayambe. 

Aunque el cuento, ciertamente, ofrece, muy al estilo de Mónica Ojeda, detalles terroríficos, como el hallazgo de unos huesos que claramente son los rastros de otras niñas (¿presumiblemente asesinadas por los indios?), a mí me interesa volver sobre la tensión señalada anteriormente para ensayar una interpretación. En mi criterio, Ojeda no tiene interés en construir un sentido sobre el conflicto presentado con los indios, aunque es cierto que esa tensión está sugerida. En su lugar, “poetiza” un viaje místico que podría ser calificado como un intento de reconstitución de la familia burguesa, a través de la resurrección (podríamos decir fusión) de la niña muerta en el cuerpo de la madre. Evidentemente, el incesto (tema, por cierto, importante en la obra de Ojeda), ofrece otra vía analítica aunque siempre en clave burguesa.  

2

Mi interés principal por este estupendo volumen de Ojeda tiene que ver con la siguiente pregunta, ¿cómo han procesado lxs artistas ecuatorianos el acontecimiento más importante de los últimos años: octubre de 2019? 

Aunque Las voladoras fue publicado precisamente ese año, fue presentado por primera vez en el Ecuador el 12 de octubre de 2020, en la Feria del Libro de Guayaquil. La presentación fue realizada por la también escritora María Fernanda Ampuero, quien fuese en el año 2019, directora de la Feria Internacional del Libro de Quito. Este dato parece anecdótico, pero en ningún sentido lo es, puesto que Ampuero mostró claras muestras de apoyo a la entonces Ministra de Gobierno, María Paula Romo, durante la fuerte represión de la que fueron víctimas los manifestantes. Romo ha sido señalada, a su vez, como una de las principales responsables del asesinato de más de una docena de ecuatorianos durante los hechos de octubre de 2019. Aquí unas declaraciones de Ampuero relativas a esos acontecimientos: 

En Ecuador tenemos una Ministra del Interior. La critican mucho. La llaman fascista. Pero a pesar de todo lo que se destruyó, no sacó tanques como si creo, perdón, que hubiera hecho un hombre. No cayó en esa cosa visceral de ‘los matamos ahorita’. Respiró y se lo pensó

La presentación de ese libro ocurría exactamente un año después de los hechos de octubre 2019 —mientras Ampuero planificaba la FIL Quito 2020— aunque esta fecha conmemorativa no recibió una sola mención de las panelistas. Esta omisión me resulta curiosa, no solo por la icónica fecha para el mundo indígena, sino, precisamente, porque la propia Ojeda ha repetido en innumerables ocasiones que Las voladoras es un libro que se debe inscribir en el llamado gótico andino y “el imaginario indígena” es absolutamente central en estos relatos. En esa misma presentación, Ojeda describe al gótico andino de la siguiente manera: “Para mí el gótico andino está en los mitos, en la mitología andina, indígena, de las montañas, de la altura, de la simbología, en el paisaje, en el horror de las ciudades andinas, pero también de los páramos”. 

La omisión de Ampuero y Ojeda durante el conversatorio puede parecer secundaria pero no lo es. Un año atrás, tras el anuncio de que varios colectivos sociales relacionados con la CONAIE llegarían a la ciudad de Guayaquil para sumarse a las protestas que ya habían producido un estallido social en Quito, la alcaldesa de la ciudad ordenó clausurar el puente de la unidad nacional que conecta a Guayaquil con el resto del país. Fueron también tristemente célebres las palabras del ex-alcalde de la ciudad y líder político de la derecha ecuatoriana, el ya mencionado Jaime Nebot, quien, ante los anuncios de movilización en la ciudad portuaria exclamó: “Recomiéndeles que se queden en el páramo”. 

Quisiera conectar estas declaraciones racistas de Nebot y a las acciones beligerantes que se desplegaron tras ellas, con otras de Mónica Ojeda a propósito de su libro Las voladoras y en relación al espacio donde ocurren estos relatos tanto como una caracterización de lo “gótico andino”: 

Bueno, de hecho es algo que no está para nada estudiado, ni siquiera está asumido del todo. Lo escuché una vez a un académico en Ecuador que acuñó el término gótico andino, en un congreso literario, y luego un montón de gente empezó a hablar de eso, pero casi que en el habla cotidiana para aludir a cierto miedo ligado a un paisaje determinado. Y cuando me refiero a un paisaje determinado resulta evidente que estoy hablando del miedo y de volcanes y de páramos y de valles y de ciudades andinas, pero sobre todo estoy hablando de mitologías. Todo ese paisaje está, digamos, construido en torno a mitologías ancestrales indígenas, incaicas incluso, que perduran al día de hoy. En el mundo andino convive lo ancestral con el presente y con el futuro. Es lo que quise que se experimentara a través de la escritura. Todos los góticos –el del Sur, el inglés– hablan de los mismos terrores humanos pero tienen las particularidades de las geografías. Quería investigar el miedo, y su relación con la geografía y la importancia simbólica y mitológica. Se dio esta versión mía, libérrima, de lo que es el gótico andino.

Queda claro que tanto para Ojeda como para Nebot la idea del páramo (como sinécdoque de lo andino) tienen una referencia al mismo tiempo geográfica y simbólica. Ojeda ha insistido, efectivamente, que su interés en lo andino es de carácter exclusivamente simbólico y aunque es claro que no comparte la actitud racista de Nebot, sí comparte cierta perspectiva y cierta distancia respecto a la cuestión indígena en el Ecuador en toda su materialidad y contingencia, incluyendo, claro está, cierta incomprensión o desinterés por los acontecimientos de octubre 2019. 

Esto último lo digo considerando que Ojeda ha sido muy activa en casi todas sus intervenciones públicas, sobre todo cuando se manifiesta contra el racismo del que ella misma es víctima, pues reside en Madrid desde hace varios años y se describe en su cuenta de Twitter como una inmigrante. Aquí uno de sus varios tweets comentando el asunto el 18 de julio de 2021: “Estoy un poco cansada ya de que la gente niegue el racismo estructural porque, según ellos, eso no existe, sino la «aporofobia». Otra forma más de invisibilizar que la pobreza está, no sé, RACIALIZADA”.

Dicho esto, me parece que lo representado por el estallido de octubre de 2019 no ha tenido cabida en esta obra ni en otras y, a decir, verdad, no es un asunto que les interese a los escritores de la generación de Ojeda, con el caso excepcional de Natalia García Freire, aunque su novela, Nuestra piel muerta (2019), también se ha leído, equivocadamente, en la clave del gótico andino.

En este sentido me interesa traer a la discusión, para un futuro trabajo, la figura de Leonidas Iza que, quizá, aparece en el relato de Ojeda, “Soroche”, como ese distante indio “de poncho rojo” y que, para Karina, la escritora, es probablemente el resultado de una alucinación o de una distancia insondable. Esa problemática, en mi criterio, no se resuelve en el campo de lo simbólico, sino en otro terreno de disputa: el campo de lo político. La escritora guayaquileña produce una percepción del mundo andino que, si bien es cierto, es emocionante y respetuoso a la vez, replica el acostumbrado esencialismo cultural practicado por lxs artistas ecuatorianos. Para Ojeda, la cuestión indígena no deja de ser un problema de “identidad” y, en algún sentido, “mitológico”, es decir, meramente simbólico. En contraste, el presidente de la CONAIE Leonidas Iza ha cambiado el eje de esta conversación y ofrece una mirada que conviene tomarse en serio también como literatura, aunque en el sentido material y político del término. 

Mi recomendación, es complementar la lectura de Las voladoras con Estallido: la rebelión de octubre, de Leonidas Iza y sacar, de esa transacción, conclusiones más claras sobre el país en que vivimos. 

Notas

(1) Cabe señalar que “Las voladoras” está basado en un mito indígena de la localidad de Mira en la provincia de Imbabura. Este mito de la tradición oral kichwa ha sido muy bien estudiado por la antropóloga Amaranta Pico en un libro publicado con título homólogo. En las entrevistas consultadas no he encontrado una referencia de Ojeda al estudio antropológico de Pico, aunque bien cabe aclarar que no he realizado este exhaustivo trabajo.   

(2) Me interesa la frase “jugar a la andinidad” como un concepto que bien podría definir los mecanismos del relato. 

(3) Macarena Orozco. «¿María Paula Romo bajo ataque por ser mujer?.» Radio La Calle 06 de noviembre de 2020. URL: https://radiolacalle.com/maria-paula-romo-bajo-ataque-por-ser-mujer-opinion/ 

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